English Existen varias razones por las que alguien puede ser un escéptico sobre las Zonas de Empleo y Desarrollo Económico (ZEDE) en Honduras. Uno podría argumentar, por ejemplo, que las ZEDE servirán como islas de corporativismo que le permitirán a aquellos con buenos contactos disfrutar de una mejor gobernanza, mientras que el resto de los hondureños permanecerán atrapados en el lío en el que se encuentran.
Los observadores bien informados también saben que la idea de las ciudades emergentes es vulnerable a los cambios presentes en un sistema democrático. Los que asuman el poder podrían desarmar políticas innovadoras y la valiosa buena voluntad establecida con los inversores locales y extranjeros. Incluso bajo el auspicio de presidentes y legisladores, muchos años han transcurrido para que el marco legal de las ZEDE tome cuerpo y satisfaga los cuestionamientos constitucionales.
Aquellos interesados en buscar respuestas a estos puntos podrán encontrarlas (muchas de ellas fueron publicadas en este sitio). El Startup Cities Institute (Instituto para las Ciudades Emergentes) en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala explica por qué los pobres de América Central están tan necesitados de competencia institucional y un ambiente más amigable para las inversiones. Mark Klugmann, integrante del Comité para la Adopción de Mejores Prácticas, también se ha esforzado en explicar por qué las ZEDE generarán crecimiento económico y resistirán el transcurso del tiempo.
Sin embargo, dos recientes artículos destinados a atacar las ZEDE que aparecieron en importantes publicaciones estadounidenses, The New Republic y Salon, muestran que los detractores tienen poco interés en sostener un debate informado. En cambio, prefieren recurrir al engaño, las hipérboles y el amedrentamiento. Esa actitud podrá generar muchas visitas de progresistas norteamericanos, y ser funcional al statu quo, pero no hacen nada para ayudar a los hondureños más vulnerables.
La última, publicada tanto en Salon y AlterNet en enero, se lleva todos los premios. La capacidad del autor Mike Lasusa y los editores para confundir descaradamente a sus lectores es extraordinaria. Solo basta con mirar el título: “Proyecto de pesadilla libertaria convierte a país en la capital mundial del homicidio”. Cualquiera con la más mínima familiaridad con las ZEDE sabe que aún no existe ni una de ellas.
Los planes para la primera ZEDE de la costa del Pacífico en el Golfo de Fonseca se conocerán el mes próximo. Estará ubicada en la costa opuesta a la ciudad de San Pedro Sula, la cual desafortunadamente sufre de una abrumadora criminalidad, principalmente como consecuencia de la Guerra contra las Drogas y la violencia de los cárteles que se han infiltrado tanto en el Gobierno como en la policía.
De la misma manera, el artículo de The New Republic busca ahuyentar a los lectores con el fantasma del pionero de las ZEDE, Michael Strong, llamándolo un “activista libertario”. Danielle Marie Mackey desconoce que Strong se ha dedicado a reformar y mejorar la educación estatal e incluso ha apoyado programas asistencialistas como el salario mínimo garantizado. Además, la inversión inicial para la primera ZEDE proviene de una agencia gubernamental surocreana: no es exactamente un sueño libertario.
En sus propias palabras, el territorio asignado a las ZEDE “se convierten en una región autónoma fuera del alcance de la policía o leyes hondureñas”. Sin embargo, el proyecto ZEDE está incorporado a la Constitución de Honduras, la ley suprema del país, y será supervisado por funcionarios designados por el Gobierno bajo un conjunto de condiciones. Además, los arquitectos de las ZEDE han debido reformar la ley para cumplir con los requisitos de soberanía de la Corte Suprema, que ahora les ha dado su visto bueno.
Estos críticos, que han logrado una atención considerable (el artículo en AlterNet en estos momentos tiene 628 comentarios), puede ser que tengan buenas intenciones y solo estén mal informados. Más allá de eso, ahora sus lectores también lo estarán.
Peor aún, estos esfuerzos sabotean lo que es un noble intento de solucionar la urgente necesidad de los hondureños de una economía más abierta y estable. Michael Strong, por ejemplo, “esperaba poder… mejorar la vida en Honduras, y probablemente lo haga pese a artículos como [el de The New Republic]”.
Mientras los progresistas estadounidenses denuncian el “peligroso experimento económico” desde sus sillones en el primer mundo, si las ZEDE no prosperan los perdedores serán para quien Strong está trabajando, aquellos atrapados en el sistema legal, “los aspirantes a ser pequeños emprendedores que se ven eternamente forzados a operar en los mercados informales”.