EnglishUn presidente norteamericano no intervencionista, un papa católico peronista, y un dictador revolucionario de ultraderecha aupado por la izquierda latinoamericana: semejante carambola criminal por fuerza tenía que resultar infalible.
Y lo ha sido. A la vuelta de un año exacto del 17 de diciembre de 2014, el régimen cincuentenario de los hermanos Castro, en Cuba, tiene garantizada la estabilidad, las subvenciones foráneas al por mayor, la condonación de sus mil y una deudas impagables, y hasta una sucesión dinástica transgeneracional con miras al 2018 (año en que, si no fallece antes, dada su delicada edad, el general Raúl Castro depondrá todos sus cargos designados a dedo en el 2006 por su hermano mayor).
Seamos, pues, humildes: el castrismo tenía razón con imponerse mediante la violencia; la revolución cubana era históricamente una necesidad; el capitalismo sigue siendo un fraude condenado al fracaso; y Fidel Castro ha sido un visionario de toda esta verdad.
Seamos también justos con el pueblo cubano: somos muy descreídos, conformistas, ingratos, perezosos y escapistas. No nos merecimos ser el pueblo elegido para protagonizar la saga socialista de la utopía. Al primer descuido, traicionamos a las masas propietarias de los medios de producción en la isla, sólo para ir a refugiarnos bajo el manto mercantil del aire acondicionado de Hialeah.
Del cumpleaños 78 al cumpleaños 79 del papa Francisco (de ahí la selección del 17-D como fecha), en estos 365 días de coqueteo entre la élite militar de La Habana y los magnates de las corporaciones globales en New York —gracias a la idiotez ideológica de Washington—, y a pesar de las críticas de los recalcitrantes que insisten con su lenguaje deslenguado en llamar tiranía a la tiranía, sí se ha avanzado muchísimo en el pacto secreto entre los poderosos de Cuba y Estados Unidos.
Quienes hemos vivido 57 años con todos los derechos humanos secuestrados, no deberíamos mostrarnos tan impacientes en el instante de la auto-transición hacia un poscastrismo de Estado.
Insistir en el tema de las libertades fundamentales, así en la isla como en el exilio, es un sinsentido contraproducente a esta hora: quienes hemos vivido 57 años con todos los derechos humanos secuestrados, no deberíamos mostrarnos tan impacientes en el instante de la auto-transición hacia un poscastrismo de Estado.
Durante el último año, creció exponencialmente el número de detenciones arbitrarias, golpizas y encarcelamientos sin cargos ni juicios. Y la censura en Cuba se hizo tan descarada que incluso siquitrilló a artistas con reconocimiento oficial como Tania Bruguera y Juan Carlos Cremata.
Pero, poniendo las cosas en la balanza, ya hay por fin embajadas de ambos países en sus respectivas capitales (cuyas puertas se han ido clausurando de cara a la sociedad civil y la disidencia cubana) y basta con este “hito” para excitar la histeria con complejo de culpa de la academia y la prensa norteamericana.
También ya se pueden mandar SMS y correo postal directo a la isla de los desconectados (para que la policía política los monitoree con insultante impunidad), a pesar de que el Ministerio de la Informática y las Comunicaciones de Cuba se empeña en no ofrecer internet privada a la población, sino únicamente colectivizada: no quieren el dinero de los usuarios, quieren su sumisión de opinión.
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Los súper cruceros comerciales amenazan con desembarcar como yates Granmas de grand glamour, pero sigue prohibido que los cubanos toquen tierra propia por vía marítima: ese es nuestro castigo en tanto parias del proletariado. Y a nadie le preocupa el apartheid de un pueblo diaspórico que, obligado a usar pasaporte cubano aunque tengamos una segunda nacionalidad, incluso con ese documento del despotismo en la mano tampoco se nos permite residir permanentemente en nuestra patria.
Tal como ningún inversor extranjero en Cuba podrá ser de origen cubano, pues para la gerontocracia entronizada sin nunca convocar a elecciones democráticas, la desconfianza y el desprecio hacia la ciudadanía cubana siempre fue de mayor prioridad que la promiscuidad de los profits.
Son detalles que se irán corrigiendo sobre la marcha. A Estados Unidos aún le falta mucho por entregar al castrismo, incluyendo a la espía Ana Belén Montes —un remake de la teutona Tania la Guerrillera—, quien llegó a infiltrarse como máxima analista del Pentágono y que ahora La Habana quiere rescatar de su condena a 25 años (una nimiedad, después que Barack Obama forzó la excarcelación de cinco asesinos a sueldo de La Habana, algunos con cadenas perpetuas).
Este 17-D, el cumpleaños número 1 de una Cuba complotada con Estados Unidos marca la fase superior de una Revolución comunista a sólo minutos del sur de la Florida. La moraleja es maravillosa: quien mata más, vence; quien prevalece, es legítimo; los muertos son un mito más o menos manipulable en la nueva narrativa de los medios masivos (mezquinos); y a quien no quiere Castro, el totalitarismo del capital nos dará tres tazas (y tres veces tres tenazas).
Cubansummatum est.