EnglishLos cubanos somos como cobayas. Todo experimento social nos cae encima de la cabeza, sin comerla ni beberla. Sea una revolución irreversible o sea ahora un capitalismo de Estado de corte dinástico: en cualquier variante, una Castrocracia que nos castra a perpetuidad.
Para colmo, los cubanos nunca escapamos por nosotros mismos, sino en estampidas espectaculares, creando conflictos y caos a nuestro paso. Una plaga sin Patria. Creo que mi primera oración es, pues, una imprecisión taxonómica imperdonable: en la práctica, los cubanos somos como las ratas.
Antes de 1991, este pánico sólo afectaba a los Estados Unidos de América, que debieron someterse a las recurrentes riadas de cubanos de una década a otra. Pero después de la caída del comunismo soviético y sus satélites europeos, esta especie de plebiscito con los pies fue lo único que se democratizó en la isla.
Y el precio lo han ido pagando Suecia, España, Chile, México, y hasta Moscú, entre otros. Donde quiera que no haga falta visa para viajar, allá vamos los cubanos, como Jinetes del Apocalipsis que, en lugar de encabritarnos contra “el Caballo” que nos oprime —Fidel Castro se hacía llamar a la cañona así—, escapamos cómplicemente de él.
Ahora le toca al hegemón excéntrico del Ecuador, el economicista graduado en la academia yanqui que insiste en instituirse a perpetuidad en su puesto de premier (los Estados Unidos son una fuente inagotable de dictaduras criminales, primero; y hoy de tiranías criptociudadanas). Violando la propia Constitución ecuatoriana que —según la llamada ciudadanía universal— impide exigirle visa a los extranjeros que ingresan a ese país, a partir de diciembre se les exigirá visa a los cubanos que entren a Ecuador.
Por supuesto, porque los cubanos no llegan a la categoría de “extranjeros” y mucho menos a la de “ciudadanos”. Quien huye de la gloria histórica del castrismo vale menos que un mojón y no sirve ni como fertilizante de esa utopía tupida que son los populismos de izquierda.
Nicaragua pone los tanques y las brigadas antimotines que gasean ancianos, mujeres y niños, desplazándolos por miles como ganado —como corresponde— hacia la frontera con Costa Rica. Se llama control epizoótico y en esto sí es experta la pareja mística de Ortega-Murillo, siempre que La Habana le dé la orden de exterminar al vector biológico.
Ecuador discrimina a los cubanos, condenándolos a una Cuba sin biografía. Los intransigentes del istmo sandinista impiden que estos Moisés de la miseria marxista lleguen a la Tierra Prometida de ese otro capitalistmo insular: Hialeah o North Havana.
He aquí la semántica secreta de esta nueva crisis migratoria cubana: usar la desesperación de nuestro pueblo para desestabilizar una vez más al hemisferio
Mientras, en la capital cubana se orquestan protestas de tramoya contra la Embajada de Ecuador. La represivísima policía de los Castro de pronto respeta a los demandantes de visa en plena vía pública. La prensa internacional filma y difunde el notición como si del Primer Mundo se tratara. Y de pronto el espectador siente como un escozor democratizante que le baja por el espinazo hasta los esfínteres: sí, es escalofriante, pero, ¡en Cuba ya estamos en Transición!
Sólo que la realidad reaccionaria es bien distinta: los despotismos procastristas están muy en peligro en el continente hoy. Recién cayó el kirchnerismo en Argentina y el próximo domingo —en las elecciones parlamentarias— colapsará por fin ese chavismo cadavérico que a golpes de violencia ha hecho de Venezuela una vitrina vil.
He aquí la semántica secreta de esta nueva crisis migratoria cubana: usar la desesperación de nuestro pueblo (castrofobia más que claustrofobia) para desestabilizar una vez más al hemisferio, distrayendo a la prensa del golpe de Estado “cívico-popular” que el mandatario venezolano Nicolás Maduro no se cansa de anunciar, sin que nadie parezca hacerle el menor caso (la guerra avisada es más inverosímil y por eso mismo mata mucho más soldados).
Nada es espontáneo en el totalitarismo. Todo es un teatro tétrico entrelíneas. Los cubanos-cobayas continuamos actuando como ratas que corroen cualquier cosa, excepto el castrismo arcaico que nos controla.