EnglishEl pueblo cubano no existe. Y no existe porque ningún cubano desea vivir en libertad. De tanto simular que éramos felices sin necesidad de ser libres, terminamos siendo de veras felices en nuestro exclusivo estado de esclavitud. Y donde no hay personas, por supuesto, tampoco habrá pueblo. O ese pueblo es la peor perversión del poder para perpetuarse a sí mismo: un paripé de pueblo al que nadie en Cuba podría pertenecer.
La actual crisis migratoria de los cubanos en fila india a lo largo y estrecho de Centroamérica no es la excepción. Provocada por los servicios secretos de La Habana, o acaso ocurrida como reacción espontánea de nuestra exhausta ciudadanía, los cubanos huyen ahora del totalitarismo comunista devenido en capitalismo de Estado corporativo-militar.
Pero el objetivo de esta nueva hégira no es ya convertirse en emigrantes y mucho menos en exiliados. Estos forajidos del fidelismo se alejan de Fidel sólo de mentiritas, para enseguida sumarse a la sumisión de esa factoría castrista que se llama Miami.
Y ni siquiera viajan por sí mismos estos cubanitos post-Cuba, sino como animales en una manada, con la corrupta complicidad de las autoridades migratorias de La Habana, justo cuando Miami necesita —como nunca antes— de por lo menos medio millón de cubanos recién llegados como mano de obra infiltrada, para así seguir siendo la provincia más productiva de la Revolución cubana —ese fascismo siempre tan fascinante visto desde afuera.
Desde el aeropuerto de Quito hasta la frontera sur de Estados Unidos, medio continente es hoy una ilegal red de tráfico humano: mafiosos y matones de lo real-maravilloso, cada uno fiel a su función dentro de la operación Fin del Ajuste Cubano. El castrimo ha sido experto en usar a sus emigrantes como misiles humanos para violentar las políticas de Washington D.C. Y la Ley de Ajuste Cubano de 1966 es la próxima concesión que la administración de Barack Obama le regalará al dictador Raúl Castro, en un pacto suicida en el que Estados Unidos aliena a sus aliados históricos y empodera a sus enemigos de muerte.
Nicaragua, una nación satélite de los hermanos Castro, fue la que en esta ocasión recibió, desde Cuba, la orden de reprimir militarmente a este flujo migratorio: una estampida que avergonzaría y probablemente provocaría la renuncia de cualquier Gobierno democrático —y decente— del mundo.
El Ejército del déspota Daniel Ortega se encargó de darle publicidad a este supuesto peligro en el traspatio de los Estados Unidos, lanzando hasta bombas lacrimógenas contra la plaga de los cubanos contrabandeados hacia el norte. En consecuencia, este show humanitario en tiempo real rebotará ahora en los medios masivos de Norteamérica: una asignatura que el castrismo domina y manipula a la perfección.
El castrismo crea las crisis a las cuales sólo el castrismo les podría dar solución. Así se legitiman de cara al futuro sin los Castro originales
Muchos cubanólogos creen que se trata de un plebiscito con los pies, que el miedo paraliza a los cubanos en Cuba y que nos catapulta lejos de la dictadura. Pero ninguno de los miles de emigrantes cubanos ha mencionado nunca en cámara la palabra “Libertad”. A lo sumo, algunos aseguran que se van porque aspiran a un salario más alto —como el 101% de la humanidad— para ayudar con remesas a sus familias dejadas atrás en Cuba.
Y, por supuesto, para cada año visitarlas tres o treinta veces en paz, tan pronto ahorren sus primeros dólares de la seguridad social norteamericana. Por lo cual ninguno de los nuevos cubanos fuera de Cuba nunca hará ni la más mínima crítica constructiva en contra del castrimo. Es decir, los cubanos ya no se van del castrismo sino que se quedan en el mismo miasma de un Miamierda donde los millonarios son los más miserables.
La revolución cubana, que en su fase raulista se autoproclama como garantía de paz y estabilidad en Latinoamérica, en la práctica es la fuente matriz de todas las violencias y desajustes de nuestro hemisferio. La gobernabilidad del castrismo se basa precisamente en erigirse como un puente perfecto sobre aguas turbulentas. Los dictadores cubanos no sabrían sobrevivir al frente de un sistema solvente y pacífico, mucho menos participativo.
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Lo que la Casa Blanca se niega a ver es que el régimen reaccionario de La Habana es una máquina criminal de retorcer realidades. El castrismo crea las crisis a las cuales sólo el castrismo les podría dar solución. Así se legitiman de cara al futuro sin los Castro originales, después de seis décadas de imponer la muerte en Cuba y en las Américas como mecanismo de gobernabilidad.
Tal vez los cubanos hacen muy bien con no existir como pueblo. Tal vez sea muy bueno que no deseen vivir en libertad. La felicidad es exclusiva de ese estado de esclavitud en que hemos caído. En tanto no-personas, ya no tenemos un lugar en el mundo. Por lo que únicamente el castrismo —así en la isla como en el exilio— nos garantiza, excluyéndonos y extorsionándonos, un sentido de pertenencia a nuestro no-país.