EnglishGracias a la Ley de Ajuste Cubano, desde 1966, más de un millón de nuestros ciudadanos han obtenido su Residencia Permanente en los Estados Unidos. Entre 1820 y 1960, sólo 178,535 cubanos la recibieron —por vía convencional— pero de 1960 a 2013 suman ya 1.155.385. Sin duda, son el mejor millón: la Cuba menos parásita.
Nuestra nación es una diáspora posnacional en fuga, un ejercicio de resistencia contra el nacionalismo despótico que deja atrás. Por eso, apenas unos cientos han vuelto para radicarse de manera definitiva en la Patria. Por eso, la mayoría declara que nunca, ni en democracia, los cubanos hemos de volver al país perverso que nos expulsó.
En consecuencia, nuestra isla ha ido cambiando en términos etnográficos. A lo largo y estrecho del castrismo —además del desastre ecológico y la intolerancia ideológica— los cubanos de Cuba somos cada vez menos solventes, menos educados, menos cosmopolitas, menos responsables, menos participativos, menos solidarios, menos emprendedores, menos políticos, menos cívicos y, por supuesto, menos hispanos.
No hay ninguna relación causa-efecto en el anterior decálogo. Los hechos son los hechos. Aunque nadie se atreva a suscribirlos por temor a ser tildado de “ultraderecha” —entre otras delicadezas—, tanto por los caudillos de los regímenes populistas como por esa izquierda disimulada que controla universidades, empresas, cortes judiciales, bancos y la prensa mundial.
El oasis del socialismo devino en un ISIS de sociopatías: no encajamos, traemos demasiadas trabas y hacemos demasiadas trampas
Con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, en diciembre de 2014, la Ley de Ajuste Cubano está condenada a dejar de ser funcional, acaso antes del fin de la administración Obama (sin importar lo que la propia administración Obama afirme o niegue al respecto). Por motivos opuestos, desde los lobbistas prodictadura en Washington hasta los congresistas cubanoamericanos, todos coinciden en esto con la agenda ansiada por el clan Castro.
Por un lado, Cuba no puede permitirse ahora el perder otro millón de mano de obra gratis. Por otro lado, a los efectos de los mercados laborales y la seguridad nacional norteamericana, es obvio que la inmigración que llega hoy de Cuba —además de la infiltración de inteligencia— es más insolvente, más ineducada, más provinciana, más irresponsable, más apática, más insolidaria, más inmovilista, más despolitizada, más violenta y, por supuesto, más afrocubana.
Tampoco hay ninguna relación causa-efecto en el anterior decálogo. Pero el hecho es que, a quienes aún quedan en Cuba, los cubanos de afuera, de pronto, los prefieren más lejos que cerca: mejor mantenerlos allá que mantenidos aquí. El oasis del socialismo devino en un ISIS de sociopatías: no encajamos (nos encallamos y encanallamos); traemos demasiadas trabas (hasta en el vocabulario) y hacemos demasiadas trampas (a costa del erario). Taras de un totalitarismo en fase eternamente terminal.
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La Ley de Ajuste Cubano será, pues, la palanca que propicie la siempre pospuesta reconciliación entre los poderosos de ambas orillas —entre el capital comunista y el capital consumista—, entre la northalgia de los millonarios miserables aquí afuera y la angurria de dólares del populacho allá dentro. Y para eso es imprescindible cortar de raíz el flujo y reflujo de los prescindibles. Que cada quien se quede quietecito donde lo cogió el “castro-obamismo”. Que Apple, por ejemplo, cuente con estabilidad para ensamblar sus iPhones no en la China cruel, sino en nuestro traspatio, tan tierno incluso para un Donald Trump.
La historia se repite, primero como tragedia y luego como tragedia otra vez. La frase fascistoide de Fidel en 1980 rebota entonces como un espejismo —una papa caliente y dura de pelar— entre los rascacielos del downtown de Miami: “No los queremos, no los necesitamos”.
Yankees, come home. Cubans, stay home.