EnglishEl lunes 28 de septiembre el general cubano Raúl Castro dio en la ONU una lección de injerencia internacional. Dicen que terminó emocionado, al borde de las lágrimas entre los aplausos. Y no era para menos. Ese tic de neurasténico exalcohólico está más que justificado, pues se trata del triunfo de la indecencia como política de Estado. Y se trata también de un triunfo de los verdugos de verde oliva contra la ONU, en tanto foro ya sin ninguna legitimidad (como la OEA).
El dictador del clan Castro en Cuba, que heredó ese alto puesto de su hermano Fidel en julio de 2006, y que en febrero de 2018 le cederá ese poder a su hijo Alejandro, no pudo ser más sincero en la ONU. Como siempre, la Revolución cubana, desde 1959, ha hablado claro en solo una cosa: el mundo tiene que plegarse a la sagrada voluntad de La Habana, por las buenas o por la violencia. Por conveniencia, complicidad, o por puros cojones.
Antes de lagrimear, el general vitalicio cubano ratificó el pacto impúdico del castrismo con la tiranía chavista en Venezuela, con el régimen violador de las libertades ciudadanas de Rafael Correa en Ecuador, y con los demás populismos despóticos del continente, incluida la corruptísima Dilma Rousseff en Brasil, así como la maldad que desgobierna Argentina a costa de cadáveres familiares y de oponentes: el régimen de Cristina Kirchner, aliada de la carrera nuclear iraní y hoy otra vez pataleando para extender esa ruina sobre varias islitas prósperas del Atlántico sur.
Antes de lagrimear, Raúl Castro acusó a la Unión Europea de extender la presencia de la OTAN para contener a la Rusia imperialista de Vladimir Putin, y de paso declaró al Viejo Continente culpable de las oleadas migratorias desde el Medio Oriente y África Norte. También pidió indemnizaciones para el Caribe negro, por la trata de esclavos siglos atrás (al menos en esto sí tiene décadas de experiencia la gerontocracia cubana: los Castros siempre fueron muy generosos a la hora de dilapidar el dinero ajeno).
La falta de respeto mayor ocurrió en contra de los hermanos de Puerto Rico, a quien Raúl Castro ofendió, considerándolos no un pueblo libre, sino sometido a la dominación colonial. Es el colmo del cinismo.
Tal como el castrismo es mucho más fuerte en Puerto Rico que en Cuba, asimismo, la mayoría del pueblo cubano envidia las libertades fundamentales de los boricuas, que pueden viajar libremente por todo el mundo y regresar sin permiso de entrada o “proceso de repatriación” o caer presos en su propio país. Y, por supuesto, los boricuas pueden asociarse libremente, elegir a sus dirigentes, y hasta plebiscitar el estatus de la nación, donde por cierto el “independentismo” sigue siendo la opción menos votada: la peor opción de cara a la libertad. Como en Escocia, como en Cataluña.
Ya quisiera Cuba haber sido por un minuto un municipio de Puerto Rico, Raúl Castro. Entérese de una vez y esfuércese un poquitín más
En palabras del político puertorriqueño Maurice Ferré, quien fuera durante mucho tiempo el alcalde de Miami, “Cuba es una nación soberana en donde sus ciudadanos internamente no tienen libertades individuales”. Es decir, nuestra soberanía está secuestrada. Mientras que con Puerto Rico ocurre un poco al revés, pues la concesión de la soberanía nacional allí no ha eliminado para nada los derechos fundamentales ni la dignidad del ser humano.
¿Tiene acaso el general octogenario cubano sus propios planes para un Puerto Rico arrancado a la democracia norteamericana? ¿Con qué moral se refiere en términos tan arrogantes sobre una nación capaz de remover polígonos militares yanquis de su territorio —como ocurrió en Vieques—, mientras que en Cuba el pueblo jamás se ha movilizado para protestar en contra del limbo legal de la base naval de EE.UU. en Guantánamo?
¿Deja Raúl Castro que los cubanos residentes y ciudadanos en Estados Unidos —y en el resto del mundo— puedan vivir permanentemente en su propio país? La respuesta es no; los puertorriqueños siempre han podido.
¿Deja Raúl Castro que los cubanos de la Isla inviertan en la economía nacional? La respuesta es “no”; los puertorriqueños siempre han podido (en la nacional y donde les de la gana). ¿Cuántos partidos políticos son legales en Cuba, además del monopolio de los comunistas? ¿Cuántos medios masivos de difusión no son estatales en Cuba (es decir, no son propiedad privada del Estado)? ¿Cuántas escuelas cubanas no responden a la ideología del odio contra el disenso y la diferencia? ¿Se conectan los cubanos en Cuba al internet desde sus móviles y sus hogares?
Y, sobre todo, general Raúl Castro que nunca has participado en ninguna batalla: tan pronto como el castrismo pueda imponerse en un Puerto Rico “independiente” de los Estados Unidos de América, ¿cuánto tardarán los boricuas en ser una sociedad radicalmente polarizada, irrevocablemente totalitaria, económicamente irrecuperable y civilmente cadáver?
[adrotate group=”8″]
Por favor, epígono del Comandante en Jefe Fidel (sin carisma pero igual de criminal): los cubanos aún somos esclavos de un régimen retrógrado que sigue vendiendo como revolucionario un capitalismo centralizado, concedido. No pudimos liberarnos por nosotros mismos: fueron demasiadas décadas de fascismo izquierdista con la firma de los matones Castro.
Concedido, perdimos para siempre a nuestro país. Su casta castrense ganó. Felicítense mutuamente antes de fallecer uno a uno, con honores sobre una cómoda cama y con la unción extrema del cardenal católico (castrólico), concedido.
Pero no es necesario ensañarse en la ONU insultando a nuestra inteligencia inercial y la sagacidad de los boricuas. Ya quisiera Cuba haber sido por un minuto un municipio de Puerto Rico, Raúl Castro. Entérese de una vez y esfuércese un poquitín más, porque de esclavos a comemierdas todavía nos falta como pueblo un tremendo tramo.