Emerge la verdad: Todo era mentira.
La “sociedad civil cubana” fue solo una justificación. La necesitó la administración de Barack Obama, para justificar su entendimiento con el régimen represivo de Fidel y Raúl Castro. La necesitaron los millonarios del ex-exilio para justificar su sed de oro en medio de nuestro horror. Por consiguiente, también le fue necesaria a la tiranía castrista, para catalizar el cambio-fraude de su actual autotransición dinástica, que no va de la ley a la ley sino del poder al poder.
De los Castros originales a los Castros de segunda y tercera generación. Mera cuestión de supervivencia familiar.
Por eso hoy, rebasada ya la primera etapa del escarnio, emerge, arrogante, la verdad. Es obvio que era una mentira mezquina aquella tesis de que el empoderamiento económico traería a la postre el empoderamiento político de la sociedad cubana. Los magnates del totalitarismo la repitieron hasta la saciedad. La complicidad académica norteamericana la repitió hasta la suciedad. El Departamento de Estado y tal vez hasta la CIA fingieron creerse semejante tontería tétrica también.
Primero, en aras de la estabilidad continental, había que santificar a la dictadura de La Habana, legitimar su ilegitimidad. Toda vez ratificado Alejandro Castro Espín como heredero real de la Revolución, podría pasarse entonces a la segunda etapa de la grandísima estafa: hay que asfixiar a esa misma “sociedad civil” que fue usada como catalizador para engañar a la opinión pública mundial y, de paso, para calmar la ira de los cubanos, por milésima vez abandonados a nuestra despótica suerte por Estados Unidos de América, el mayor patrocinador de dictaduras de este hemisferio.
Por eso es de agradecer el temple de Alejandro Armengol con sus más recientes columnas en El Nuevo Herald: Mercantilismo y disidencia, Disidencia y dólares, y un etcétera obsesionado antes de que Obama se vaya. Son acaso la primera parte de su regalo de cumpleaños 89 para el comandante en Jefe en la Isla (la segunda parte le será entregada en persona por el Secretario de Estado John Kerry el propio 13 de agosto, durante su visita pre-papal a Cuba).
No más mentiras piadosas de sobrevivencia. Después de 56 años de impío castrismo, los cubanos bien sabemos que solo la muerte es verdad
El Alejandro de Miami pide a gritos que Estados Unidos deje de fomentar la democracia en Cuba. El Alejandro de La Habana se asegura de que, mediante la manipulación y el crimen, por las malas o por las peores, justo así será, antes y después del 2018. El Alejandro de Miami destapa a la luz pública que a la conspiración de las corporaciones no le importará ni cojones la libertad de nuestra nación. El Alejandro de Cuba pone sus cojones tuertos sobre la mesa muda de negociación (de negación), donde únicamente los carroñeros están invitados y jamás se tocará el tema de los derechos del pueblo cubano a no vivir bajo la burla de una larga y lenta “normalización”, sino a habitar en un país “normal” (sin monopolio comunista, para empezar, ni con otros Ramfis Castros rondando como escualos el cacicazgo de la Plaza de la Revolución).
El Alejandro de Miami me simpatiza. Es un gordiflón comicucho y cobarde, y su rol es poner la papa podrida sobre el mantel. En cambio, su pareja en este complot, el Alejandro de La Habana, me aterra. Es el flaco pujón y resentidamente racional, y su faena es definitivamente funeraria. Son una (mala) suerte de antidemocrático dúo de Oliver y Stalin.
No más mentiras piadosas de sobrevivencia. Después de 56 años de impío castrismo, los cubanos bien sabemos que solo la muerte es verdad. Por eso nos escapamos, cueste lo que cueste, de nuestros Alejandros arteros de aquí y de allá.