Desde el momento en que Donald Trump pisó la Casa Blanca hubo apoyo sin trabas a la causa por la liberación de Venezuela. Su presidencia debutó, en febrero de 2017, con sanciones al entonces vicepresidente Tareck El Aissami por sus vínculos con el narcotráfico y el terrorismo islámico.
El respaldo a los venezolanos se fue solidificando en la medida en que la tiranía también lo hacía. 2017, año convulso, sirvió para que el mundo abriera los ojos y Estados Unidos, particularmente, liderara la ofensiva internacional contra el chavismo. Llegaron más sanciones, el rechazo a la imposición de la Constituyente y el desconocimiento de las falsas elecciones de mayo de 2018.
Finalmente, el acompañamiento de Estados Unidos a los venezolanos se manifestó de forma más explícita cuando encabezó una coalición diplomática para reconocer a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela luego de que, frente a miles, se juramentara. Ese respaldo, a todo gañote, empedró la vía para que decenas de naciones occidentales se sumaran en coro al reconocimiento del ignoto Guaidó, en vez de Maduro.
El arrojado guiño sentó una premisa: la supervivencia de Guaidó está condicionada, entonces, a la voluntad y la permanencia de Donald Trump en la Avenida Pensilvania. Y la idea se reforzó mientras la relevancia del presidente Guaidó se diluía y su margen de maniobra se reducía a la voluntad del norte. Sin Estados Unidos, Juan Guaidó no es nadie.
Ya agostado, pudo revivir su frágil imagen gracias a una gira que terminó en la Calle Principal de América. Y la verdad es que, si Guaidó no hubiera concluido su viaje estrechando la mano de su mayor aliado; las reuniones previas, si, con importantísimos líderes mundiales, hubieran sido solo un fogonazo. Pero así no lo quisieron en Washington. Y entonces, Guaidó no solo fue invitado a la Casa Blanca sino a la perorata más importante de la política gringa: como asistente de honor, el presidente venezolano se sentó entre los homenajeados del discurso del State of the Union de este año.
Insisto: la supervivencia de Guaidó está condicionada a la voluntad y la permanencia de Trump en el Despacho Oval. Sin embargo, hoy, cuando a Estados Unidos la buscan incendiar y su presidente enfrenta todo tipo de embestidas; cuando la tesitura es quizá la más sensible que haya atravesado su administración y confluyen todos los enemigos, con los esfuerzos más mezquinos para derribar una presidencia que odian; no ha habido, siquiera, el menor gesto de solidaridad.
Trump recibió en su casa a Guaidó cuando no tenía dónde pasar la noche. Pero ahora que a esa casa la quieren incendiar, el venezolano no ha sido capaz de, aún con un ademán insignificante, que seguro pocos replicarán, expresar su solidaridad con el hombre que labró su ficción.
Nada. Ni un tuit. Y Estados Unidos al borde de la convulsión desde hace más de diez días. Vergonzoso: nada tan caribeño, tercermundista e infantil, como este silencio que expone el exiguo talante de estadista de quien supuestamente lidera a la oposición venezolana. Guaidó, ni un gesto de solidaridad con su principal aliado.