El nombre pomposo le ayuda: Organización de las Naciones Unidas. También su ubicación: Nueva York. Y que su secretario general, cada tanto, sea un hombre aparentemente honrado, honorable y de gran prestigio. Claro, en verdad no ha sido así. Allí tuvimos al bueno para nada de Butros-Ghali, que más bien estorbó.
Las Naciones Unidas no representan al mundo y basta ya de esa mentira. Al menos no al mundo democrático. Eso, porque el mundo no es democrático. Abundan, en cambio, las dictaduras y regímenes híbridos. Vea el mapa y dese cuenta de que quien vive donde se respeta la libertad, es realmente un afortunado.
Entonces estos tiranuelos, con tanto poder en sus países pero con tan poco en otros, van a Nueva York, comen en Nueva York, se quedan en sus mejores hoteles, se pasean la Quinta Avenida y hacen su mercado en Saks, para luego sentenciar, ante el mundo, que el genocida y narcotraficante de Nicolás Maduro merece un puesto en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
La sede de la ONU es en Nueva York pero del innoble Consejo es el Palacio de las Naciones en Ginebra. Por ahí ya han pasado otros funcionarios que deberían pertenecer, más bien, a los calabozos. Aunque todos los miembros de esa inútil organización acordaron que al Consejo solo podrá ir el país que promueva el respeto a los derechos del hombre, se han burlado a carcajadas y no han tenido problemas en votarle a China, Cuba, Arabia Saudita, Libia, Afganistán e Irak. Todos, altísimos representantes de la defensa de la dignidad humana, según los inútiles que se sientan cada año a conversar con sus whiskys o martinis.
Inútiles porque para nada ha servido la ONU. Y nosotros, los ciudadanos, somos los que pagamos para que ese tropel de remolones se junte a blandir sus intrascendentes discursos. No sirvió para evitar el genocidio de Ruanda ni para impedir la guerra civil de Angola. Tampoco para detener el genocidio en los Balcanes ni hacer algo con las guerras yugoslavas. No ha servido en Medio Oriente y a los venezolanos nos han dejado morir de acoso. Lástima por los pocos honorables que han caminado los pasillos de los diferentes edificios. Lástima por Kofi Annan o por nuestro íntegro embajador Diego Arria. Al menos sus palabras se han tallado en la historia de la diplomacia.
En poco entrará triunfante la comitiva del dictador Maduro en el palacio de Ginebra. Muy mal que a su paso deje una estela de sangre, porque el edificio es imponente. Terminará por inundar una ONU que ya otros habían manchado de rojo. Mientras, recemos más bien para que, como ha alertado Guterres, las Naciones Unidas se terminen de quedar sin plata.