No debería sorprender a estas alturas porque así ha funcionado la política venezolana por más de 50 años. Exacerbado estos últimos, sí. Pero ahí estuvo Caldera, en Miraflores, en 1994, luego de lanzarse cinco veces a la presidencia.
Van contra el diputado de Acción Democrática, el pacifista que se oponía a la juramentación de Guaidó, Edgar Zambrano, —o quizás no terminarán yendo contra él— por haber salido disparado a abrazar a Leopoldo López apenas el mundo se enteró de que el líder de Voluntad Popular daba pasos siendo libre por Caracas. Fue por ello que escribí que los adecos, estos ramosjalupistas degradados, son como los tiburones y los militares venezolanos. Corren hacia donde huelen sangre. La sangre es, por supuesto, poder.
Como cuando se juramentó el valiente Juan Guaidó, que nadie lo sabía, que nadie lo quería, pero que todos lo apoyaron. Es la foto, stupid! El rostro alzado en la tarima, lleno de soberbia moral de aquel que se siente en el lado correcto de la historia. Y dale con la frase cansona, bosquejada por primera vez por el gran mariscal venezolano, nuestro Napoleón criollo, Leopoldo López.
Pero, ¿realmente gran mariscal con dotes maquiavélicos? Hay que ver. Porque quizá, solo quizá, es un maestro de potenciar su mito, fábula mística del gran hombre que entregó su libertad por el país y que, desde el cautiverio, tramó el rescate de la libertad de ese país.
No hay quien pueda refutar la hilera de valores que caracterizan a Leopoldo López. Valiente, preciso, calculador, laborioso, infatigable. Todo un estratega. Pero tampoco se pueden sobrestimar las cualidades de un hombre que es, al final, un hombre. Hoy, también, oculto bajo la sombra de la gran estrella de la política venezolana, Juan Guaidó, ese joven de 35 años que hizo a todos los políticos, mayores de 36, parecer viejos y acabados —incluido a su mentor, López—.
¿Se puede culpar a alguien que entregó su libertad pretendiendo salvar a Venezuela por querer que se lo reconozcan hoy y le den, a él, el botín de lo inminente? No creo. Más bien, es natural el deseo de ser protagonista de una historia quijotesca. Los venezolanos hoy escriben las páginas que leerán sus hijos y nietos. Pero en la portada no caben todos.
No ha sido en un solo lugar donde he leído que la operación legítima y corajuda del 30 de abril falló, precisamente, por los egos. Al diario español El Confidencial una fuente militar que formaba parte de la sublevación, que coordinó las conversaciones entre los diferentes sectores y que reveló, antes de que lo dijera el mismo John Bolton, la participación de Vladimir Padrino López y Hernández Dala en el alzamiento, dijo que “el personalismo de Leopoldo López ha puesto en peligro en alzamiento”.
Pero le doy más crédito a Bloomberg, medio que ha venido reseñando con tino lo que ocurre backstage en la política venezolana. En una nota titulada El levantamiento fallido de Venezuela: cómo se deshizo un acuerdo para expulsar a Maduro, los periodistas Ethan Bronner y Andrew Rosati revelan que “el preso político más famoso de Venezuela, Leopoldo López, fue el hilo que deshizo todo”.
Había un pacto para sacar a Maduro. Todos coinciden en ello. Varios militares implicados lo habían acordado, pero al final no actuaron. Dice Bloomberg: “Resulta que la primera aparición de López en público en años en realidad podría haber tenido el efecto contrario y haber saboteado el acuerdo que llevaba dos meses trabajándose”.
“Fue una sorpresa para algunos en el régimen de Maduro que, después de conversar con la oposición, acordaron participar en una entrega del poder. Consideraron a López un exaltado poco confiable y eso contribuyó a su decisión de retirarse, dijeron algunos de los expertos”, se lee en la nota de Bloomberg. Según el medio, ninguno de los involucrados estaban al tanto de que Leopoldo López iba a ser liberado esa madrugada.
Al final, de acuerdo con “un venezolano involucrado”, fue Leopoldo López quien “unilateralmente” insistió no solo en ser liberado sino en aparecer en público el martes por la madrugada. “Él dijo que López lo presionó y Guaidó terminó cediendo”, se lee en Bloomberg.
Al día siguiente del fallido alzamiento, Leopoldo López ofreció una rueda de prensa. Apenas mencionó a Juan Guaidó y sus declaraciones precedieron a las del presidente. Con un dejo de altivez, se refirió a la fábula espiritual que lo rodea: desde su casa, en un jardín, como piezas de ajedrez, movió al mundo para tramar el asalto al poder en Venezuela.
“Estuve cinco años, dos meses y trece días preso. La mayor parte de ese tiempo estuve en una cárcel militar y luego estuve en un arresto domiciliario con restricciones. No querían que mi voz fuese escuchada. Tuve que tomar la decisión de trabajar desde el silencio. Y desde el silencio no descansé ni un solo día. Trabajé de la mano de mis hermanos y hermanas demócratas del mundo para construir, junto a ellos, el momento que hoy estamos viviendo. Ese fue un proceso al que le dediqué todo mi tiempo y todo mi esfuerzo”.
Es su épica, bastante ficticia, porque la gran toma del poder en Venezuela no fue tramada por un solo mariscal, de forma maquiavélica. Fueron muchas voces que, en sus espacios, articularon al país —y al mundo— para fraguar la gran operación que hoy tiene a Maduro en jaque (de ahí el artículo, De la desesperanza a Guaidó).
En la guerra de egos terminan todos. No hay distinción. Desde María Corina Machado, Henrique Capriles hasta Henry Ramos Allup. Es lo natural. En muchas ocasiones la ambición es, de hecho, combustible para la gesta. Lo necesario para impulsar los intereses individuales que coinciden, también, con los intereses de una nación. Pero a veces ocurre lo contrario.
Las portadas del mundo ahora son compartidas. Dos cabezas tratarán de coordinar este proceso. Las dos, naturalmente, con aspiraciones y apetencias. Solo hay que rogar, pedir de rodillas, que en esta guerra de egos no se sacrifiquen a los venezolanos.