
Es triste entrar a Twitter y leer que murió Teodoro Petkoff. Un venezolano brillante que supo, en su momento, reconocer sus errores. Y, con ello, brindó un aporte esencial a la discusión ideológica. Debate que siempre estará allí y en el que Teodoro fue un pionero.
Quise conocer a Teodoro, antiguo guerrillero, ministro, escritor, intelectual, periodista y «revisionista» —como lo llamarían sus detractores en la izquierda— del comunismo soviético. Pensé que, en el proceso de investigación para «Días de sumisión», lo haría. Era mucho lo que quería conversar. Lamentablemente ya divagaba. No guardaba esa entereza mental. Afortunados quienes le estrecharon la mano, a él, parte de la historia.
Sobre Teodoro se ha dicho mucho. Lo llaman comunista y responsable de estos, los peores años del país. Pero no hay quien no diga que no fue honesto. Que jamás comulgó con el chavismo y que, al final, fue un demócrata impávido. Hombre de convicciones rígidas y temple admirable. Tosco. Terco. Y también muy astuto. Rebelde e indómito. Él, Teodoro Petkoff, parte inherente a nuestra historia contemporánea.
Era audaz, y este fue uno de sus grandes momentos:
El año 1966 continuó con fuertes enfrentamientos entre los guerrilleros y el Estado. Américo Martín, quien comandaba desde el frente El Bachiller, en el estado Miranda, se mantenía firme frente a los asedios junto con Fernando Soto Rojas. En Monagas, Sucre y Anzoátegui el recién erigido Frente Antonio José de Sucre, cuyos comandantes eran Carlos Betancourt, Américo Silva y Gabriel Puerta Ponte, se mantenía resistiendo. Fueron meses difíciles para el movimiento armado.
Termina el año y empieza 1967 con una victoria para el Partido Comunista: «A las siete y diez minutos de la noche del domingo 5 de febrero, los soldados destacados en el primer puesto de centinelas del Cuartel San Carlos oyeron un cercano ruido de motor; casi de inmediato se abría la puerta del garaje del edificio Dopa y de él salía en retroceso la camioneta Chevrolet a dos tonos de Simón Nehemet Chagin, un simpático sirio propietario del abasto San Simón, que desde su llegada a la zona en abril del 64 había sabido granjearse el aprecio y la amistad de vecinos y militares», se lee en una crónica anónima.
«Con pericia dobló el volante y enfiló la trompa hacia la oriental esquina de Macuro, avanzó unos pocos metros y estacionó frente a los soldados, estos le saludaron y con cierto placer infantil celebraron el anuncio de Simón: “Voy al carnaval un rato, muchachos: si regreso temprano les traigo una botella. ¿De acuerdo?”».
Pompeyo Márquez y Guillermo García Ponce habían sido detenidos luego del atentado terrorista al tren de El Encanto. Por su parte, Teodoro Petkoff había terminado en el Cuartel San Carlos el 17 de junio de 1964. Antes había logrado fugarse del Hospital Militar debido a que pudo simular una hemorragia. Bebió medio litro de sangre, lo vomitó y fue conducido al recinto médico. Salió del séptimo piso, pero otra vez era prisionero.
«El sirio se puso nuevamente en marcha y a poca distancia disminuyó nuevamente la velocidad; con un ademán amistoso saludó a los guardias del segundo puesto de centinelas, ellos devolvieron el saludo y más por rutina que desconfianza miraron el interior de la camioneta: aparte de Simón, solo veían en la parte posterior del vehículo cajas de cartón (…) el Chevrolet dobló a la izquierda y tomó rumbo a La Pastora con mayor velocidad; de pronto entre las cajas y sacos de verduras brotó una voz emocionada que exclamó: “¡Lo hicimos!”».
Los comunistas, Márquez, García Ponce y Petkoff —por segunda vez—, habían logrado escapar del Cuartel San Carlos. Militantes de su partido colaboraron en la elaboración del túnel de La Reconciliación, que permitió a los dirigentes del Buró Político del PCV huir.