¡Ya puedo celebrar la salida de Días de sumisión! Un ensayo periodístico que escribí y que gracias a la editorial Ígneo se convirtió en un libro.
Trata sobre la injerencia de la Revolución Cubana en Venezuela y su relación con el surgimiento de la Revolución Bolivariana. También sobre el papel de la izquierda —y la extrema izquierda— en el desmantelamiento de la democracia venezolana.
Dice la editorial sobre el texto: “[Es] un ensayo que examina con aguda rigurosidad la penetración cubana en Venezuela y cómo esta cimentó el camino para que llegara a la presidencia de la República el fallecido Hugo Chávez. Su asunción a Miraflores no fue casual, ni producto de un rechazo espontáneo de la población hacia una débil democracia que no supo preservarse a sí misma, sino que fue el punto final de la conquista de Fidel Castro a la ‘joya de la corona’ que representaba el país petrolero”.
Hoy escribo al respecto porque me llena el orgullo y la felicidad anunciarlo. Pude construirlo, luego de un año de investigación, gracias a la consulta a más de 150 fuentes y a las entrevistas a más de siete individuos vinculados estrechamente a la historia —entre ellos, el exguerrillero y fundador del movimiento Partido de la Revolución Venezolana, Douglas Bravo, protagonista de la historia—.
El admirado periodista y escritor cubano, Carlos Alberto Montaner, brindó la reseña a la contraportada. En ella, escribe: “[Es] un magnífico libro sobre la historia de la subversión antidemocrática en Venezuela y el relevante papel que ha desempeñado Cuba en esos innobles propósitos. La obra, muy bien investigada y estupendamente documentada, tiene la virtud de la ponderación. No es neutral, lógicamente (y no debe serlo), pero es objetiva, como se espera de un ensayista serio. Avendaño le ha hecho un gran favor al análisis de los asuntos venezolanos contemporáneos”.
Asimismo, el prólogo lo redactó la catedrática de la Universidad Católica Andrés Bello e historiadora, María Soledad Hernández. En una parte, dice: “A través de una cuidadosa selección de fuentes primarias y secundarias, muchas de ellas de reciente circulación, y de inéditas y valiosas entrevistas a protagonistas de primer orden, de muchos de los hechos históricos acá estudiados, el autor desnuda las versiones edulcoradas y heroicas de la lucha armada venezolana, la influencia de la caribeña isla de Cuba y su proceso revolucionario en toda Latinoamérica y especialmente en Venezuela. Las fricciones entre el presidente Rómulo Betancourt y Fidel Castro, y muy particularmente por el interés de este último de financiar su proyecto político con el petróleo venezolano”.
El ensayo está estructurado en tres partes —La insurrección, La infiltración y La consolidación—, que a su vez se dividen en varios capítulos.
La primera parte, La insurrección, versa sobre la lucha armada en Venezuela y el rol protagónico que ejerció la Revolución Cubana de Castro como norte moral y financista de los movimientos insurgentes. La segunda, La infiltración, se enfoca en, una vez destruida la rebelión, toda la conformación de logias dentro de la Fuerza Armada y cómo la izquierda fue penetrando el mundo castrense, siempre bajo la tutela de Fidel Castro. Por último, la tercera parte, La consolidación, retrata los últimos días de los movimientos conspiradores dirigidos por Hugo Chávez, William Izarra, Francisco Arias Cárdenas, entre otros; y su vinculación con la extrema izquierda. También, esta tercera parte reseña cómo la intelectualidad venezolana, una vez fracasado el golpe, tendió la alfombra a Hugo Chávez y al castrismo para que se pudieran desarrollar con facilidad en el país. El trabajo inicia en el año 1959 y concluye en el 1994.
Aquí, parte de la introducción de Días de sumisión:
“—¿Quería Fidel Castro aprovecharse de la riqueza venezolana desde un principio?— Por supuesto. Si petróleo es riqueza, petróleo fue la obsesión de Castro—”, esa fue la respuesta que dio Simón Alberto Consalvi a la oportuna pregunta del escritor y periodista Ramón Hernández para su libro Contra el olvido.
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El dos de febrero de 1999 Fidel estuvo en el Palacio de Miraflores. Ya antes había visitado la sede de la presidencia de Venezuela; pero esta era su primera entrada triunfal. Entraba como lo hizo en Santiago y, luego, en La Habana, pero de una forma mucho más discreta. Sin bulla y con prudencia. Nadie lo notó, pero ese dos de febrero quien tomaba el poder era él, no Hugo Chávez.
Los hechos lo demostrarían y todos los venezolanos comprenderían, quizá de la forma más odiosa y detestable, que en las elecciones de 1998 no triunfó la democracia; en cambio, se impuso la dominación de un Estado sobre otro. La soberanía de Venezuela jamás había sido tan violentada.
Fue un proceso gradual y legítimo. Tal vez para evitar condenas, rechazos e indignaciones. Ya el mundo había evolucionado y parecía dispuesto a garantizar a toda costa que la tesis de Francis Fukuyama resultara. Si la historia debía terminar, porque el conflicto contra el comunismo había cesado; pues así tenía que ser. Sin embargo, Castro estaba dispuesto a revivir viejas tensiones.
Luego con Lula, Cristina, Evo, Rafael, Michelle, Daniel y Manuel obtendría sus siguientes victorias. Pero ya había logrado la primera y más importante en Venezuela. El triunfo con el que podría financiar la expansión de su propósito de décadas.
Por años, toda una región se sometió a la voluntad, directa e indirecta de Fidel Castro. Países que erigieron el estandarte del socialismo para autoproclamarse territorios libre de la injerencia de Estados Unidos. Pero, paradójicamente, doblegados ante una débil isla cuyo líder era capaz de cautivar a cualquiera. Quizá la figura política más brillante y exitosa que se ha erigido en la tierra. La expansión de la miseria, la debilidad ideológica, el resentimiento, el conflicto y la destrucción, fueron las consecuencias de los días de sumisión, cuando más de diez naciones permitieron que su soberanía fuese vulnerada.
Unos dirían que por fin se consolidaba el sueño de Simón Bolívar. Era también el sueño de Fidel, y por supuesto el de Chávez, quien se creía la reencarnación del Libertador. La integración de las naciones latinoamericanas se empezó a dar bajo una custodia ideológica, importada desde aquella gran Revolución de Octubre de 1917.
Por años, Fidel fantaseó con la expansión del comunismo que él había logrado consolidar en Cuba. En cada discurso, desde que asumió el poder, hablaba sobre la necesidad de esparcir la Revolución por el mundo y, principalmente, por Latinoamérica. Al final lo logró. Fidel venció y se impuso cuando pudo abatir el sistema democrático venezolano. Su victoria fue la consolidación de un proyecto que esbozó desde los primeros días en el Palacio Presidencial de La Habana. Pero fue un proceso. Al final, una prolongada guerra colmada de dramas, encuentros diplomáticos y físicos. Llena de sangre, de condenas, sanciones e hipocresías. Un arduo conflicto que duró treinta y cinco años. Que empezó con un amargo rechazo y terminó con la capitulación de un país. Al caer Venezuela, fracasó Latinoamérica.
Días de sumisión, al final, busca explicar cómo la democracia venezolana perdió la guerra contra Fidel. Es la historia de una injerencia y el surgimiento de la Revolución Bolivariana; y, con ella, el inicio de los días en que gran parte de Latinoamérica se someterá a una pequeña isla. Sobre esto se ha especulado con generosidad; sin embargo, esta es la presentación de hechos, testimonios, versiones y realidades que permiten responder algunas de las más frecuentes incógnitas.
¿Cómo pudo Castro vencer al envidiable y sólido sistema democrático de Venezuela? ¿Cómo se explica el surgimiento de la Revolución Bolivariana? ¿Qué relación hay entre la consolidación de Hugo Chávez como figura política y la extrema izquierda venezolana? Son muchas las incógnitas que este ensayo aspira aclarar o, al menos, guiar hacia el entendimiento de una difícil realidad.
Hoy Venezuela padece los estragos de un proceso que inició en 1959 y se dio, primero, con la insurrección de una extrema izquierda dispuesta a arruinar la novel democracia. Continuó con la infiltración en las Fuerzas Armadas y concluyó con la consolidación de Hugo y la capitulación de todo un país que cedió a la antipolítica para colaborar con la destrucción del sistema democrático.
Al final, espero que Días de sumisión se convierta en un aporte importante. Son demasiadas las personas a las que les debo agradecer por este trabajo que por fin puedo celebrar (a la editorial Ígneo, a inmensos amigos, a periodistas, profesores y a los entrevistados) —un trabajo que de hecho pertenece más a todos ellos, que a mí—. Pero también, de forma paradójica, es un deber que reconozca a la dramática coyuntura que hoy padece Venezuela. Los oscuros días han servido para impulsar esta investigación. Motivada por el objetivo de brindar todo el apoyo a quienes estén buscando los responsables de los peores momentos de la historia contemporánea de una nación.
Por ahora el texto se puede encontrar en Amazon de cualquier país, en Barnes & Noble, en el Bazar digital (Argentina) y en unos días en algunas librerías en Caracas.
A quien lo lea, que lo diga.