Un parlamentario británico criticaba este lunes la fuerza «desmedida» del Estado de Israel contra los manifestantes palestinos, de Gaza, en la frontera. A las pocas horas, al enterarse bien de lo que en verdad sucedía, pidió disculpas.
La postura que asumió al principio también la comparte, aún hoy, la mayor parte de la opinión pública y la prensa en Occidente. Los enemigos ideológicos de Israel —y, en consecuencia, cómplices automáticos del totalitarismo islámico— sostienen la falacia —sin tener la menor idea— del victimismo árabe-musulmán ante la «bestialidad» del Estado judío. Y gran parte de esa opinión pública no ha palpado todavía la sensatez que sí iluminó al parlamentario Nick Boles.
El reconocimiento por parte de Estados Unidos del derecho legítimo de Israel de decidir cuál es su capital, ha generado una cólera en el mundo árabe —y entre sus cómplices en Occidente— que no se manifestaba quizá desde 2014. Que Jerusalén sea capital de Israel es, simplemente, intolerable. Y por ello la furia.
Es una rabia —y un desprecio— que se ha traducido en una bárbara embestida en contra del Estado judío. Desde el lunes miles han acudido a la frontera entre la franja de Gaza (parte occidental de Palestina) e Israel para manifestarse en contra de la inauguración de la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, de los 70 años de un Estado próspero y exitoso —y para aprovechar y volver a exhibir el repudio al judaísmo—.
“Cuando se dice que ‘no se pueden usar armas de fuego’ para repeler la agresión de 40.000 energúmenos intentando invadir tu frontera, ¿qué método propone? ¿cómo cree usted que se puede frenar a miles de personas que tiran explosivos, bombas incendiarias y balas?”, escribió en su cuenta de Twitter el periodista y columnista español Carmelo Jordá.
La revelación de la placa en la embajada coincidió con la exhibición de odio en la frontera. Ello derivó en el asesinato de decenas de palestinos. La condena fue amplia en contra del Gobierno de Netanyahu y su presunta brutalidad. Gobernantes europeos, jefes de organizaciones internacionales, supuestos defensores de derechos humanos: todos rechazando al unísono la “agresión” de las fuerzas de seguridad judías.
Pero lo que se despreciaba, en verdad, era el derecho de Israel a defender sus fronteras, a sus ciudadanos y a decidir dónde irá su capital. Esto lo entendió el británico Boles y por ello pidió disculpa. Con el desarrollo de la hipócrita indignación, también se fue revelando la verdad: de los sesenta palestinos asesinados el lunes, cincuenta eran miembros de Hamás, la organización terrorista que controla la franja de Gaza y que alienta a los palestinos a sacrificarse y atacar la frontera israelí.
Se ha tratado de mercadear la exposición de furia desde Gaza como un ejercicio cívico de la protesta pacífica. Pero no ha sido sino un intento de disfrazar la violencia rampante de un grupo de bárbaros que —al grito de “muerte al judío”— intenta traspasar los legítimos límites de un Estado.
“El ejército israelí defiende su frontera. Los muertos perjudican a Israel y benefician a Hamás y a los enemigos de Israel. Si hay pocas decenas de muertos pese a la brutalidad y el carácter masivo de la agresión a la frontera es porque se intentan evitar. Sino, serían miles”, escribió al respecto el periodista de ABC y escritor, Hermann Tertsch.
Aunque parezca inverosímil, los propios líderes de Hamás —que son Gobierno en la Franja desde 2007— han declarado que llamar “pacíficas” a las acciones de los palestinos en la frontera con Israel, como lo ha hecho la hipócrita prensa Occidental, es una “decepción”.
“Esto no es resistencia pacífica. ¿Ha disminuido la opción de una lucha armada? No. Por el contrario. Está creciendo y desarrollándose (…) Entonces, cuando hablamos de ‘resistencia pacífica’, estamos engañando al público. Esta es una resistencia pacífica reforzada por una fuerza militar y por agencias de seguridad, y que goza de un tremendo apoyo popular”, dijo el cofundador de Hamás, Mahmoud al-Zahar.
Con piedras y bombas en mano, los palestinos no protestan contra su régimen terrorista Hamás, que jamás ha planteado la posibilidad de una democracia en la región; en cambio, pretenden violentan las fronteras de otro Estado. Y este último, por defenderse, debe padecer el desafuero de contar con el desprecio y la censura de quienes deberían ser sus aliados.
Como Nick Boles que comprendió y se disculpó, deberá llegar el momento en que se reconozca al Estado de Israel por responder al terrorismo y la barbarie. Lo bien escribe Hermann Tertsch: “Todas las embajadas acabarán en Jerusalén. Cuando haya perdido la esperanza de destruir Israel el último tirano, el último terrorista y el último funcionario corrupto de la ONU. Quien se adelante está con los justos, quien se retrase nutre esa siniestra esperanza y causa muerte”.