Hace poco volví a ver mi segunda película favorita: 2001: A Space Odyssey —la primera es, sin duda, The Godfather—. En una de las primeras escenas, un grupo de simios, siempre sometidos por los carnívoros de la zona y por otras manadas, se despierta frente a la inquietante presencia de un monolito negro. Luego, aparece uno de los miembros de la manada junto a varios huesos. Empieza a oscilar uno hasta que descubre que el hueso puede utilizarse, de hecho, como una herramienta. Con el nuevo instrumento golpea y destruye un cráneo de algún animal. El monolito había influido en el grupo de simios y le había permitido a uno descubrir el arma con la que podría dominar a las otras bestias. Tener conciencia sobre su entorno.
Se deja claro, entonces, que el individuo puede ser moldeado por sus herramientas. El simple hecho de descubrir el hueso y su poder, permitió al afortunado simio convertirse en el líder de la manada y de la zona. Pero también ocurre lo contrario: el simio, después de comprender su superioridad, asume el control de su territorio por la fuerza. Asesina al primate que se interpone en su camino. Su conciencia lo hizo superior y le conviene que esto se mantenga así.
El instrumento —precisamente aquella conciencia sobre el entorno— permite al hombre evolucionar. En 2001 las conquistas son otros planetas; en el presente, todas aquellas imprescindibles tecnologías que han mejorado la vida de millones de individuos. Pero al mismo tiempo, la conciencia sobre el entorno y su importancia, también ha permitido la edificación de peligrosos sistemas. Modelos que se erigen sobre artefactos y, al mismo tiempo, sobre la discapacidad o amputación de los ciudadanos.
Hoy se da un debate, ruidoso pero oportuno. Tal vez uno que se debió haber dado hace mucho; pero como no —o como siempre están asediando los enemigos de la libertad y la racionalidad—, hoy se vuelve urgente. En Estados Unidos las más recientes masacres han impulsado la conformación de un sólido e impávido movimiento.
Este 24 de marzo miles de personas participaron en una excelsa demostración de civismo en Washington D.C. La denominada March for our lives, pretendía presionar a la cúpula política de Estados Unidos para lograr que se impongan férreos controles a las armas y se margine a la indeseada NRA.
Sería hipócrita denostar la conformación de movimientos como el de Washington D.C. por más miopes o ingenuos que sean. Experiencias como Venezuela —y la lectura de la imprescindible Hannah Arendt— demuestran que cualquier expresión de civismo en las calles, no es sino el más puro ejercicio de la política. Trump no es impopular —como las encuestas lo demuestran—, pero debe confrontar una organizada y considerable oposición mediática. Es difícil desoír y apartar a jóvenes temerarios como Emma González —sobre todo cuando se trata de una sobreviviente de la reciente masacre que conmocionó a una nación—.
Para tener el debate, son muchos los factores que deben ser tomados en cuenta.
Seguro no sería correcto asumir que gracias a la Segunda Enmienda de la gloriosa Constitución de Estados Unidos, ese valioso país ha podido mantener un envidiable régimen democrático. Sin embargo, también es cierto que los regímenes despóticos suelen acudir a políticas estrictas de prohibición total del porte de armas de fuego. Están los ejemplos de Cuba, Venezuela y Corea del Norte.
Quizá desde un punto de vista cercano al pensamiento liberal, es una aberración inmensa ceder por completo el monopolio de las armas de fuego al Estado. Una incomodidad porque se exponen vulnerabilidades. Si bien sobre este armatoste recae parte de la responsabilidad de la seguridad ciudadana, constituye un riesgo inmenso dejar al individuo desarmado frente a un Estado demasiado armado.
Pero siempre sonará desquiciado que en algunas partes de Estados Unidos se pueda comprar un arma con la misma facilidad con la que se cambian billetes por una caja de cigarros. Por ejemplo, ¿cómo es sensato que Omar Mateen, el carnicero de la discoteca de Orlando, pudo comprar un fusil semiautomático SIG Saucer habiendo formado parte de una lista de vigilancia de terroristas?
Frente a esta inquietante realidad, también surgen otras preguntas, a favor del porte de armas: ¿qué hubiera ocurrido si en la discoteca en la que irrumpió el asesino Mateen, hubiera estado alguien armado? O, también, en el atentado en París de noviembre de 2015, ¿qué hubiera ocurrido si algún asistente al concierto en el Bataclan, hubiera estado armado? Las preguntas se hicieron en su momento y parecen insinuar, entonces, que la solución es que todo el mundo ande con un revólver bajo el pantalón. No suena como una sociedad ideal.
Manuel Llamas es politólogo y periodista. También es analista del Instituto Juan de Mariana y en un artículo, justamente sobre el atentado en París, aseguró que la respuesta al terrorismo debe ser el libre porte de armas.
“¿Acaso alguien se ha parado a pensar cómo es posible que nueve terroristas armados hasta los dientes pudieran prolongar durante horas su carnicería a tiro limpio por las calles de París sin que nadie pudiera detenerlos? ¿Cómo es posible que al menos tres de estos salvajes lograran entrar en una sala de conciertos llena de gente sin resistencia alguna por parte de la seguridad del recinto?”, cuestiona Llamas.
Una realidad difícil de apartar es que los criminales y terroristas, estos inadaptados a los que no queremos que les lleguen las armas, siempre conseguirán la forma de obtener un AK-47 para llegar al cielo con sus tantas vírgenes o para volarle los sesos al insoportable del salón. Y mientras, las leyes estrictas que controlan el porte de arma dejan inofensivos a los ciudadanos sensatos y respetuosos del imperio de la Ley.
El surgimiento de un mercado negro es siempre una de las consecuencias inmediatas de las prohibiciones y los controles. También la aparición de mafias y bandas cuyos daños colaterales son enormes. Y acaso a estas alturas, luego de numerosos ensayos fallidos, ¿no se ha demostrado que, con respecto a los controles, la derogación de estos suele generar mayores beneficios para la sociedad?
Otra cuenta que se vuelve urgente sacar es la de la correlación directa entre las sociedades más avanzadas y sus leyes sobre el porte de armas. ¿No es necesario señalar en el debate que en países como República Checa, Serbia, Austria, Finlandia y Suiza, imperan numerosas libertades para el porte de armas? Y, de hecho, los últimos dos aparecen en el tope de la lista de naciones con mayor cantidad de armas por ciudadanos.
Al ver el mapa del número de armas estimado per capita, resalta que en los Estados del hemisferio norte se concentra la mayor cantidad del artefacto por individuos: Canadá, Noruega, Alemania, Letonia, Islandia, Irlanda del Norte e Israel son algunos de estos países. También en algunas naciones del hemisferio sur, como Australia, las personas están muy armadas.
En contraste, en las naciones de África, Oriente y Oceanía —exceptuando Australia—, predominan las poblaciones desarmadas. Países como Siria, donde rige un peligroso régimen, o Filipinas, en el que Duterte emprende inhumanas campañas de exterminio, las sociedades campean desprotegidas frente al Estado.
También hay que tomar en cuenta que en países con enormes libertades para portar armas —como Austria o Suiza— no son tan frecuentes las terribles masacres que cada cierto tiempo roban las portadas de los diarios de Estados Unidos.
Es un error decir, como lo hacen algunos de estos activistas de moda en América, que la responsabilidad de las masacres y los atentados la tienen exclusivamente las armas. Cameron Kasky, uno de los sobrevivientes de la masacre en la escuela de Parkland en Florida, dijo en Fox News: “No hay un problema específico de salud mental que haga que ocurran todas estas masacres, es el arma”. En otras palabras, dice que las armas “hacen que ocurran las masacres”. Imagino que, debido al auge de embestidas con camionetas en Europa por parte de grupos terroristas islámicos, en cualquier momento se debatirá sobre la responsabilidad de los vehículos.
El brillante psicólogo y pensador de moda, Jordan B. Peterson, un polemista de primera, dice con sensatez al respecto: “Creo que en Estados Unidos la probabilidad de que la legislación sobre armas de fuego impida los tiroteos escolares es básicamente cero. La cultura de masacres escolares no parece haberse manifestado en otros lugares tanto como en Estados Unidos. Y no sé decir exactamente por qué”.
Por otro lado, apartando estos terribles sucesos, se debe tomar cuenta que en Estados Unidos, el país con el mayor número de armas por habitante, la tasa de homicidios por arma de fuego, excluyendo accidentes y suicidios, no ha dejado de caer desde hace 30 años. Un estudio del reconocido Pew Research Center señala que el número de asesinatos ha disminuido de 7 por cada 100.000 ciudadanos en 1993 a 3,6 en 2013.
Y, como escribe el politólogo Manuel Llamas, “la clave es que durante este mismo período el número de armas de fuego en circulación entre la población estadounidense, lejos de frenarse, se ha disparado”.
Esta realidad hace que surjan importantes inquietudes, como la que plantea Jordan Peterson. El reciente debate sobre las armas en Estados Unidos ha sido impulsado por un fuerte movimiento político-social que se organizó a raíz de las recientes masacres. Sin embargo, los ejemplos y las cifras demuestran que no existe una relación estrecha entre la libertad de poseer armas y la necesidad de algún demente de asesinar a cuanto niño y profesor se le atraviese.
Y esto es un debate, además, sobre el valor de la libertad, el más supremo de todos. En su magnum opus, De la democracia en América, Tocqueville escribe que cuando se parte de los abusos de la libertad, tarde o temprano se terminará “bajo los pies de un déspota”. El importantísimo pensador francés hace referencia a la libertad de hablar, escribir y pensar —concretamente, la libertad de prensa—. No escribe, cierto, sobre el porte de armas; pero si lo hiciera, ¿no debería condenar con igual vehemencia la destrucción de esa libertad, la de tener un arma, como lo señala la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos?
¿No es pertinente, entonces, la crucial frase de Tocqueville: “Confieso que no profeso a la libertad de prensa ese amor completo e instantáneo que se otorga a las cosas soberanamente buenas por su naturaleza. La quiero por consideración a los males que impide, más que a los bienes que realiza”? ¿No se debería apreciar al artefacto, más por los males que impide, que despreciarlo por los incidentes que genera? Sí, es una desproporción equiparar la prensa libre con el libre porte de armas; pero, ¿no es en cualquier caso un atentado contra la libertad, precisamente, la prohibición?
Últimamente he andado en una especie de «fiebre-Eschotado». Cualquier entrevista, artículo o asomo del pensamiento del escritor y filósofo Antonio Escohotado —quizá la persona viva más brillante— lo consumo de inmediato. No obstante, no le he leído ninguna consideración sobre este debate; por lo que, para este artículo, busqué algún comentario y encontré un breve tuit que escribió: “Las drogas y las armas son neutras; quienes no son neutras son las personas”.
El maestro tiene razón. Se le conoce por ser el mayor estudioso sobre las drogas y su historia; es, asimismo, un activista tenaz contra la prohibición del consumo. Aboga, no por su legalización, sino por la derogación de los controles: la libertad absoluta. Tiene la autoridad suficiente para pontificar sobre políticas de regulación; y con ese breve tuit ventiló una verdad.
Asimismo, hay otras dos opiniones que considero necesarias agregar al debate. Una es la del economista y pensador liberal Juan Ramón Rallo —tildado de un lado de socialdemócrata y socialista y, por el otro, de conservador, ultraderechista y reaccionario—. En un breve artículo, precisa: “Básicamente uno puede mantener cualquiera de estas dos posturas: cualquier persona responsable debería tener derecho a portar armas de fuego; ninguna persona debería tener derecho a portar armas de fuego. Lo que en coherencia no puede defenderse es que algunas personas sí puedan tener armas de fuego por el hecho de ser funcionarios públicos (policías) y otros no por el hecho de no serlo. El Estado no está moralmente legitimado para hacer nada que los particulares no puedan hacer”. No podría rebatirle a Rallo.
La otra opinión es la de Pablo Iglesias, la inteligente y peligrosa mente detrás del proyecto totalitario Podemos. Iglesias, pese a ser un impresentable, es un hombre muy inteligente. Y su percepción sobre el tema sorprende por lo sensata que es: “Los Estados Unidos han dado una tradición política y una Constitución digna de interés (…) Hoy voy a reivindicar el derecho de todos los ciudadanos americanos a llevar armas”
“Algunos piensan que este derecho es un anacronismo que explica que adolescentes, pasilleros y frustrados provoquen una matanza en su colegio porque se sienten marginados o porque las cheerleaders no les hacen caso (…) pero estos casos, nada infrecuentes por desgracia, son solo síntomas de una sociedad enferma. Y nada tienen que ver con un derecho, el de portar armas, que es una de las bases de las democracia”, dijo Iglesias
“La democracia es incompatible con el monopolio de la violencia por parte del Estado que inventó el absolutismo europeo”, espetó el español hace varios años durante su usual monólogo en el programa La Tuerka.
Quizá es el único punto en el que Pablo Iglesias puede ventilar cierta racionalidad. También coincido. Aunque el fundador de Podemos asuma esta posición porque cree que la violencia debe ser repartida; ofrece una sarta de verdades que pertenecen, lejos de él quererlo, a las ideas de la libertad.
Respaldo medidas más estrictas a la hora de ceder la licencia para blandir un artefacto tan delicado como una pistola. No veo necesidad alguna en que el único requisito para obtener armas de guerra, semiautomáticas y automáticas sea contar con el dinero suficiente. Un desquicie inmenso que cualquier ciudadano, sea cual sea su historia mental o esté en alguna lista de peligrosos, pueda cargar con libertad un arma. No obstante, jamás será sensato dejar a una sociedad, frágil y débil, frente a un Estado armado —o frente a los enemigos que de cualquier manera conseguirán matar—.
Al final de 2001: A Space Odyssey, la máquina HAL 9000, el gran logro de los humanos —esa importante conquista tecnológica—, se subleva contra sus creadores. Por ahora ese escenario distópico no se ha presentado, por lo que conviene, en cambio, tener plena conciencia del entorno y evitar ceder por completo todas aquellas herramientas que brindan poder, superioridad y autoridad.