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Portada » Henry Ramos Allup, el «zorro viejo» que estafó a los venezolanos

Henry Ramos Allup, el «zorro viejo» que estafó a los venezolanos

Orlando Avendaño Orlando Avendaño
20 octubre, 2017

Etiquetas: opinión
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(Wikimedia)
Sobre todos cayó su embrujo; pero la realidad se impuso y nos presenta otra oportunidad para marginar a los cómplices de siempre. (Wikimedia)

Se hace difícil reseñar algún episodio de la historia democrática venezolana sin mencionar, primero, la grandeza de Acción Democrática. El partido de Rómulo —a quien se le atribuye la fundación del período democrático— se convirtió en la primera y más poderosa fuerza política del país con rapidez. «Hasta debajo de las piedras» había militantes adecos en la década de los cuarenta.

La hegemonía de la principal fuerza política del país se mantuvo hasta que su propia degradación derivó en la destrucción del sistema democrático venezolano. Pero no fue solo el decaimiento de un partido histórico; toda una sociedad se fue sometiendo a una estruendosa bajeza. La misma que aplaudió golpistas y luego los llevó al Gobierno.

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Se pensaba que de los adecos, así como de los copeyanos, solo quedaba el cadáver en descomposición que en cualquier momento debía ser incinerado. Pero junto con Chávez, llegó otro personaje para garantizar la subsistencia de un partido ya sin vida: Henry Ramos Allup, el «zorro viejo» que asumió la secretaría general de Acción Democrática en el año 2000 y que aún es incapaz de soltarla.

Ramos Allup es un «zorro viejo» porque aparentemente «se las sabe todas». Su control sobre Acción Democrática permitió a los venezolanos enterarse de que en los obituarios leyeron el nombre equivocado. Aquella fuerza política, legado del gran Rómulo Betancourt, seguía viva. Impetuosa y enérgica; pero dispuesta a colaborar con el desmebramiento de la República.

Se necesitaron años para comprender que la principal maquinaria —en cuanto a estructura— política del país jamás estuvo, en esto 18 años de chavismo, a disposición de los principios republicanos de toda una sociedad. Todo lo contrario. El gran partido «opositor», realmente no era tal. La ciudadanía debía enfrentarse desamparada al régimen más criminal que se ha impuesto sobre el país; pero, demás, con un «zorro viejo» que entorpeciera aquella empresa.

En enero de 2016, cuando Henry Ramos Allup asumió la presidencia del novel y democrático Parlamento, dejó embelesado a los venezolanos. Gladiador teatral en el coliseo, que entró al escenario político carajeando y manoteando al oficialismo. Fueron pocos los que no se dejaron cautivar. El «zorro viejo» lucía más que adecuado para un cargo cuya responsabilidad es primaria. De repente, expedía soplos de esperanza para una Venezuela desesperada en un verdadero cambio político —sobre todo cuando prometió que en seis meses esta oprimida sociedad se iba a librar del dictador—.

A aquella promesa se faltó y el delirio en torno al político de moda se fue difuminando. El Parlamento empezó a dilatar debates, a discutir nimiedades y a aferrarse a procesos a los que los sensatos no les apostaban. El tipo de los discursos y las frases fantásticas había resultado ser una estafa. El «zorro viejo», que se las sabía todas, resultaba incapaz de morder al adversario. Se veía timorato cuando hablaba con franqueza, pero al mismo tiempo hacía honor a una de las más vergonzosas frases que se ha empuñado desde la política nacional: «A veces hay que doblarse para no partirse».

Ramos Allup se dobló; pero ahora se le ve arrodillado. Sometido de la forma más impúdica a un régimen con el que ha decidido cohabitar. Una coyuntura criminal que el secretario de Acción Democrática no pretende cambiar; en cambio, busca la manera de escalar hasta el poder.

Sus comportamiento y declaraciones más recientes nos brindan a los venezolanos el momento ideal para comprender que el adeco siempre fue un estafador. Personaje que simuló la contienda cuando realmente dinamitaba los esfuerzos por el rescate de la libertad.

Fue él quien, luego de la imposición de la Asamblea Nacional Constituyente —aquel dantesco fraude con el que se aniquiló la República—, informó a los venezolanos que había tomado la decisión —de forma unilateral— de que su partido se inscribiera en las elecciones regionales. Luego lo acompañó el resto de la coalición opositora.

También fue su fuerza política la que forzó a una dirigencia a someterse al más humillante proceso para, luego, ser incapaz de demostrar el fraude. Acción Democrática reconoció los resultados y, además, su vicepresidente sugirió que los gobernadores electos de la oposición —la mayoría adecos— podían sin problema subordinarse a la Asamblea Nacional Constituyente.

Henry Ramos Allup cuestionó al más grande amigo de la democracia venezolana, el secretario de la OEA, Luis Almagro, cuando este hizo declaraciones incómodas para la dirigencia de la Mesa de la Unidad Democrática. Le dijo al diplomático que era «muy fácil criticar desde las oficinas en Washington». Sus inadmisibles palabras fueron acompañadas por el vicepresidente de Acción Democrática, Antonio Ecarri, quien aseguró que «no se puede creer todo lo que diga Almagro».

Luego de la torpeza, el Comité Ejecutivo Nacional de Acción Democrática difundió un comunicado entre sus militantes en el que exige a todos los miembros de la fuerza política no ofrecer declaraciones a los medios. «El compañero Henry Ramos Allup, en su carácter de secretario general de Acción Democrática, es el único dirigente nacional que ha sido autorizado, por este organismo, para abordar estos temas por su dinámica y complejidad en las actuales circunstancias políticas», se lee en el texto que se filtró.

En octubre, poco antes de las elecciones regionales, el secretario de Acción Democrática pidió a la sociedad «marcar» a los opositores que no votaran por ser «infiltrados». En julio de este año Ramos Allup consideró «peligroso» invocar la «hora cero» que pretendía darle la última estocada al régimen de Nicolás Maduro —una serie de fuertes protestas simultáneas que al final no se llevaron a cabo—. En marzo aseguró que la salida del régimen de Nicolás Maduro debía darse en 2018, y solo a través de una «mega elección». Antes, había sido él quien estrechara la mano del régimen en cualquiera de los desagradables encuentros por el diálogo.

Pero la infamia no es reciente. La complicidad de Henry Ramos Allup en la destrucción de la República lo ha acompañado durante el transcurso de su vida política. Dejando a un lado las traiciones a altos dirigentes de su partido como el expresidente Carlos Andrés Pérez —cuya expulsión de Acción Democrática avaló— y su relación familiar con contratistas del Estado, fue desde inicio del chavismo cuando empezó a exhibir la indignidad.

El secretario adeco fue quien en noviembre de 2005 forzó a toda la dirigencia opositora a abandonar las elecciones parlamentarias de ese año —en ese momento responsable de la abstención, como hoy, cómplice del fraude—. Luego, un año después, por nimiedades internas, volvió a promover el abstencionismo al retirar el apoyo y la maquinaria de Acción Democrática a Manuel Rosales, el candidato que se enfrentó a Hugo Chávez en las presidenciales de 2006 y perdió. Ahora es el principal responsable de la insistencia opositora en la ruta electoral, que es la de la dictadura.

Erigido sobre su envidiable maquinaria política, Henry Ramos Allup pretende someter a toda una sociedad hastiada y degenerada. Con bravuconerías y amenazas ha logrado que gran parte de una dirigencia dócil ceda a sus perversos intereses, que nada tienen que ver con las necesidades libertarias de una ciudadanía.

Sobre todos cayó su embrujo cuando nos brindó momentos de placer al disminuir y suprimir frente a sí a personajes tan poderosos como el diputado Diosdado Cabello o el mismo Nicolás Maduro. Pero aquello fue una ilusión, empeñada en esconder la realidad que siempre se impone y hoy, con esta nueva coyuntura, nos asoma otra oportunidad para marginar a los cómplices de siempre: Henry Ramos Allup, aquel «zorro viejo» que se las sabe todas, ha sido un estafador de los venezolanos, cuyo único y gran interés —preeminente sobre la vida de una sociedad— es alcanzar el poder de la forma más despreciable.

Etiquetas: opinión
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Orlando Avendaño

Orlando Avendaño es el Editor en Jefe y columnista del PanAm Post. Periodista venezolano, egresado de la Universidad Católica Andrés Bello con estudios de historia de Venezuela en la Fundación Rómulo Betancourt. También es autor del libro «Días de sumisión: cómo el sistema democrático venezolano perdió la batalla contra Fidel».

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