No suelo escribir en primera persona. No me gusta. No obstante, un arrebato de genuinidad espero que sea, en este caso, oportuno.
Vivimos los venezolanos el que podría ser el tiempo más oscuro de nuestra historia contemporánea. Sí, es fácil ceder a la desmoralización. Cada día nos vemos expuestos a una serie de arbitrariedades e injusticias que podrían terminar debilitando la moral de cualquiera. Incluso del más firme.
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No pretendo, con esto, absolver o andar condonando a la tiranía. Es este el régimen más criminal, indigno y despreciable que se ha impuesto en Venezuela. De ello no hay duda. No existe proceso histórico más trágico que el del desarrollo de la Revolución bolivariana en esta región. Esgrimo esto con la responsabilidad pertinente. Podría equivocarme, pero especulo con confianza. Estos tipos destruyeron a toda una sociedad. Generaron, además, odios que no existían.
Pero soy un privilegiado.
Y no solo yo, sino muchos otros.
He padecido la dictadura porque la he visto actuar. No pienso acá exponer, tampoco, dramas personales. Sin embargo, creo que todos los venezolanos —los que seguimos acá y los que andan en el exterior— sufren igualmente los crímenes del tirano. Al asesinar a un chamo, a todos nos han agredido. Pero al mismo tiempo, aunque se haya sufrido, disfrutamos de un honor y un privilegio que jamás, ni liquidándonos, nos arrebatarán.
Somos todos los venezolanos parte del proceso más genuino, puro, heroico y digno que se ha erigido en esta nación. Desde los que salen a las calles a ejercer el civismo, hasta lo que se esfuerzan por mantener su pequeño espacio de propiedad y producción. Cada acción que implica la supervivencia digna de algún individuo implica, también, una osada y épica muestra de rebeldía frente a un régimen que busca dilapidar cada fragmento de cada ciudadano.
Y yo, particularmente, me siento enormemente privilegiado.
Tengo la confianza de que en el país ha surgido un movimiento cuya consecuencia ineludible será la salida del régimen y, por lo tanto, el rescate de la libertad. De ello no dudo. Podría ser esta una muestra absurda de inocencia. Pero en ello confío y por ello vale la pena continuar. Y, aunque falle en el pronóstico, jamás me podría arrepentir de ser parte de este auténtico proceso. Todos lo somos.
Aún no soy periodista. Espero serlo pronto. Estoy cerca. Me ha tocado, sin embargo, ejercer la profesión sin serlo. Eso ha implicado ser parte de esta nueva coyuntura asumiendo un rol específico. Capaz a mí, no como a otros, formar parte de este proceso me ha favorecido enormemente. Por eso también soy un privilegiado.
Me sentí en la obligación de señalar esto porque no siento que sea el único que goza del privilegio. Sé que todos los que compartimos la profesión nos sentimos orgullosos y complacidos de formar parte de esta heroica gesta. Pero además, cada ciudadano que ha salido a la calle debe sentir, ¡y realmente debe hacerlo! el orgullo de ser parte de esto.
La historia la está escribiendo esta generación. Con sangre, con drama. Pero la libertad será rescatada. De ello no dude. Y cuando este drama acabe, los venezolanos, estos jóvenes que han salido a las calles, las madres, padres, que con angustia los esperan, los comerciantes, empresarios, los periodistas —¡los periodistas!— y cada ciudadano, habrá escrito la página más brava del libro que las próximas generaciones leerán con orgullo.