Una escena dantesca quedó retratada —y posiblemente difundida por los déspotas. En un video, tomado durante el asedio de este martes al Parlamento —del verdadero «asedio», Reverol—, se ve a un comandante de la Guardia Nacional Bolivariana humillando y agrediendo al presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Julio Borges.
“Yo soy el presidente de la Asamblea”, le dice Borges al comandante, quien le responde bruscamente: “¡Yo soy el comandante de la unidad!”. El coronel Lugo insiste con hostilidad: “Usted puede ser el presidente de la Asamblea, pero yo soy el comandante de la unidad militar (…) Le agradezco se retire. Usted puede ser el presidente de lo que sea, pero le agradezco que se retire”, ordena el comandante, para luego sacar a Julio Borges a empujones. El presidente no dice nada y se deja agredir. Sale.
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La escena, ciertamente, es trágica. Cualquier venezolano que la vea puede, inmediatamente, ceder a la desmoralización —y con razón. El déspota agredió y el representante de la civilidad venezolana fue humillado. La catástrofe es inmensa.
El video irrita enormemente. El abuso de poder y la arbitrariedad, son repugnantes. Pero en el audiovisual resalta más la sumisión de Borges frente a la tiranía militar.
Julio Borges es el presidente del Parlamento venezolano. Actualmente es el único poder que goza de legitimidad y, por lo tanto, es el único vestigio de República y civilidad en medio de la barbarie militar y dictatorial. Por esa Asamblea votaron, al menos, 14 millones de ciudadanos venezolanos. Y, al dejarse humillar Borges de esa manera, el régimen, a través del gorila déspota, humilla y empuja a los millones que empuñaron, aquel 6 de diciembre, el civismo —aunque, probablemente, varios no lo hubiesen permitido.
Es una pésima imagen la que se expide. En las calles, cada día, cientos de miles de venezolanos arriesgan sus vidas al enfrentarse, con rebeldía y coraje, a un régimen asesino. Esos ciudadanos no gozan de inmunidad parlamentaria. Tampoco tienen el privilegio de alguna investidura. No tienen la relevancia, pero han asumido la desobediencia frente a la tiranía.
En cambio, desde el Parlamento —aquel sagrado bastión republicano— un militar es capaz de agredir, sin recibir respuesta alguna, al máximo funcionario legítimo del país. Al tercero en la línea de sucesión presidencial —y quien debería asumir frente a la falta de Nicolás Maduro y a la incapacidad de Tareck El Aissami, el vicepresidente.
Julio Borges fue irrespetado. Decidió no actuar y dejarse pisotear por un matón que carece de la autoridad pertinente. Para aquellos que vemos con indignación las imágenes; que aborrecemos más la actitud del presidente de la Asamblea que la habitual arbitrariedad de un déspota, es una ofensa innecesaria que degrada a toda una sociedad por la incapacidad de Borges de empuñar el honor de la investidura.
No exigimos, los ciudadanos que también fuimos humillados, golpes. No exigimos groserías. Ni añoramos bravuconearías. Bastaban palabras. Firmeza y contundencia. Sobraba que actuara como pelele, sumiso y dócil. Eso fue lo que ocurrió. No hay nada digno, admirable ni virtuoso en el comportamiento cabizbajo de Julio Borges frente a la barbarie militar. Sobre todo porque la responsabilidad de su investidura, que representa a millones de venezolanos, se lo exige.
Quienes recurren a la vergonzosa defensa, aseguran que el diputado asumió la civilidad y, ahí presuntamente, reside el inmenso valor. Pues, terrible concepto de civilidad se tiene. Se explica, además, el sometimiento por años a la bota militar en Venezuela.
La civilidad, de hecho, está estrictamente relacionada al comportamiento ciudadano. Y el civismo, en nada, tiene que ver con la docilidad y sumisión —son obstáculos estos elementos que también dilatan la salida y prolongan la agonía—. Es lo contrario.
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Sinar Alvarado es columnista de The New York Times, Gatopardo y Soho; y, al respecto, señala oportunamente: “Se puede ser civil y revirar. Los militares venezolanos se hicieron jefes porque más de un civil lo toleró. Borges debió responder con firmeza, como quien tiene votos”.
“No hacía falta un golpe; bastaba con exigir respeto y dejar claro quien está insubordinado y quien tiene la legitimidad del poder público. El mensaje es claro: ‘Puedo maltratar al mismísimo presidente del Parlamento y no pasa nada’. Civilidad y docilidad riman, pero no son sinónimos”, continuó, acertado, en sus redes sociales Alvarado.
Ya se entiende bien por qué la Asamblea Nacional, a pesar de la sólida presión —incluido el regaño de Luisa Ortega Díaz este miércoles—, no forma Gobierno y Julio Borges no asume como presidente —aunque aún es una buena y necesaria forma (y oportunidad) para demostrar al país y al militar tirano, dónde reside el verdadero poder.
Esta es una pequeña muestra del abuso y maltrato del sector militar a la voluntad del pueblo, representada en el Pdte de la AN @JulioBorges pic.twitter.com/UAC1TttBa5
— Maria Alesia Sosa (@MariaAlesiaSosa) June 28, 2017