Surge la frase «violencia en Venezuela de lado y lado» en estos tiempos. Sugiere que, tanto por parte de la oposición venezolana al manifestar, como del régimen al reprimir, se dan vestigios de violencia en las calles. Falacia que sería enormemente irresponsable exponer.
Piensa uno, a estas alturas, que es innecesario gastar saliva en esto, pero la realidad es que el engaño se ha mantenido y se ha convertido en una falsedad incluso utilizada, con insolencia, por actores de la oposición en el enfermizo intento de pontificar sobre los principios de la «lucha no violenta».
La violencia está relacionada estrictamente a la utilización de artefactos —y, ahí, reside el entendimiento clave de la proporción—. Es, además, una alternativa utilizada para recuperar el poder, o tratar de mantenerlo. Por último, la violencia carece de total legitimidad (esto, según señala Hannah Arendt en su imprescindible Sobre la violencia).
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Por otro lado, el ejercicio de la no-violencia como método de expresión cívica no contempla la inacción, inercia o sumisión. Es decir, la protesta pacífica considera la defensa frente a la violencia ejercida por el Estado.
La violencia siempre dependerá de quien posea la hegemonía de la fuerza, indudablemente, en determinada situación. También depende de quien detente el artefacto más letal o la capacidad de ejecutar un daño verdadero en el adversario.
Hoy, en Venezuela, hay un solo bando que ejerce la violencia: el Estado que, con armas, asesina a una sociedad. Es ahí cuando se produce el conflicto. Un régimen que goza de la hegemonía de la fuerza —las armas y los recursos—, contra una sociedad indefensa y que ha esgrimido, constantemente, como método de lucha el ejercicio cívico de la no-violencia.
Esa sociedad ha respondido a las agresiones. Es natural. Pero de forma ingenua, honesta e inocente. La defensa se da a través de la utilización de artefactos como botellas, piedras o potes de pintura. Jamás este lado será el violento. En el otro campo, en cambio, han empuñado las armas —con las que han asesinado salvajemente—.
No existe “violencia de lado y lado”. Es infame e irresponsable sugerir tal afirmación. Sobre todo por la posibilidad de abrir ampliamente un espacio en el que cualquier aberración se puede dar. Empezando porque la violencia, de por sí, carece de legitimidad y es condenable.
Así que no, no hay dos bandos violentos confrontándose en Venezuela. No los hay. Presenciamos a un régimen, el Estado, que detenta la hegemonía de la fuerza, atentado contra una sociedad desarmada, pacífica y que se aferra al ejercicio cívico y legítimo de la protesta para lograr el rescate de la libertad. Y, por ello, este último bando, que busca rescatar los valores más sagrados, al final, prevalecerá sobre el violento.
Durante los primeros encuentros la violencia suele generar, a quien la empuña, una suerte de ilusión de victoria. Esto durante las primeras escaramuzas. La lectura pragmática nos sugiere que, en los encuentros, quien ha perdido más ha sido el bando pacífico (muertos, heridos, detenidos); pero con el tiempo no solo la propia violencia termina destruyendo al lado que la ejerza, sino que fracasa al derivar en el inminente desmoronamiento de quien ha perdido el poder.
La resistencia pacífica, el ejercicio libre y legítimo de la lucha no-violenta es, sin duda, la alternativa más eficiente para lograr los cambios políticos pertinentes. Y más aún cuando toda una sociedad civil ha asumido la gesta de rebeldía más heroica, valiente y genuina de la historia contemporánea de Venezuela.
Hoy solo un bando acude a la crueldad, la arbitrariedad y las agresiones, para buscar suprimir al otro. Mientras, toda una ciudadanía, entera, se mantiene de pie, defendiéndose y dispuesta seguir en las calles hasta lograr el rescate de la libertad.
Una sociedad, en la que se ha formado un pequeño, pero genuino, honesto y valiente ejército, que responde a las atrocidades y barbaridades de la dictadura, pero que, hasta que no acuda a las armas —es decir, hasta que el artefacto que empuñe no sea igual de letal al del régimen—, seguirá siendo un movimiento pacífico que goza de legitimidad y que prevalecerá.
Eso porque el día que la oposición se arme se podrá decir, sin ceder a desproporciones, que el movimiento se ha tornado violento. Y ese día habremos perdido frente a los bárbaros, porque en ese terreno solo sale victorioso quien detenta la hegemonía de la fuerza y los recursos. Mientras tanto solo podremos hablar de una gesta heroica que, asedio tras asedio, derivará en el desmoronamiento de la dictadura.
No existe violencia «de lado y lado» en Venezuela. Sugerir lo contrario es enormemente irresponsable. También es un intento de menospreciar y apartar a aquellos jóvenes, audaces, que asumen el ejercicio oportuno de la defensa y la resistencia —plenamente enmarcada en la práctica de la no-violencia—.