Hace ocho meses escribí que la candidatura de Donald Trump no era un chiste —como en ese entonces era presentada. No obstante, fue hace poco cuando los que se debían dar cuenta, lo notaron. Y hoy, no solamente ya no da risa, sino que es una trágica y preocupante realidad.
Donald Trump se convirtió en el próximo presidente de Estados Unidos. Es un hecho. Por más increíble que parezca, todos los pronóstico erraron en su proyección. Y ahora una sociedad mira perpleja la victoria del déspota sin comprender por qué, un tipo como él, logró la victoria en un país que gozaba, según Tocqueville, de la democracia más sólida del mundo. Democracia que estaba garantizada gracias a una sociedad completamente libre, que respeta las libertades individuales. Una sociedad compuesta por hombres públicos; pero que ahora atraviesa tiempos difíciles.
Frente a este lúgubre escenario es ordinaria la aparición de las dudas: ¿cómo pudo Donald Trump ganar? ¿quiénes son los responsables? Y la respuesta es una.
No obstante, hay elementos que se deben primero señalar, para ir esbozando el panorama entero.
Primero, la victoria de Donald Trump termina por desmontar el mito de la «maravillosa» administración Obama.
Escribe Paul Wood, corresponsal de BBC, en un imprescindible artículo en The Spectator: “Para la mayoría de los trabajadores americanos, los salarios no han servido mucho, o han caído, por décadas. La mitad de los americanos gana menos de lo que ganaba hace 15 años. Para muchos, el Sueño Americano —esa idea de que tu hijo será mejor que tú— ha muerto. Estas personas —blancos, rurales, pobres y empobrecidos— le dieron la presidencia a Trump. Ellos se sienten traicionados por una clase política y por una élite que parece ajena a ellos, como si hubiese ocurrido una invasión de otro país”.
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Ciertamente las cosas no iban tan bien. Internamente los ciudadanos americanos no estaban contentos con el curso que seguía Estados Unidos. Existe una disconformidad inmensa y esto fue aprovechado, sin duda alguna, por Donald Trump.
Aunado al descuido, el desastre en la política exterior de Obama impactó fuertemente a los estadounidenses que se vieron frente a un presidente incapaz de mantener un liderazgo que, históricamente, ha tutelado Estados Unidos.
No solamente el país de Barack parecía débil, sino que se convirtió en un invidente e incapacitado internacional gracias al abuso de la corrección política. Con el fin de lograr acuerdos que permitieran al presidente obtener retratos trascendentales, Estados Unidos ignoró y se convirtió en cómplice de terribles regímenes.
En segundo lugar está el deterioro progresivo que sufrió el Partido Republicano. A raíz de la decepción con los representantes del Grand Old Party surgió una crisis de identidad. Los republicanos están divididos entre moderadores y los miembros del Tea Party y, aprovechando esa división y el descontento, ahora surge Trump —un tipo que no encaja en ninguno de esos conceptos y que amplía el desmembramiento.
La aparición de un candidato como el magnate y, ahora, la victoria, evidencia que el Partido Republicano —como escribió David Frum, presidente de Policy Exchange, en The Atlantic— “planteó una restauración dinástica en 2016 y, en cambio, desencadenó una lucha interna”, de la que Trump ha salido victorioso.
Asimismo, tenemos la vulnerabilidad a la que ha estado sometido el mundo recientemente: el surgimiento del Estado Islámico y otros grupos terroristas, y sus múltiples embestidas en contra Occidente; la grave crisis en Siria; el fortalecimiento de Putin en Rusia; crisis, además, en Palestina e Israel. Todo esto deriva en que el terror se apodere de los ciudadanos y es aquí cuando el extremismo aprovecha para alimentar su peligrosa retórica.
Partidos como el Frente Nacional en Francia; Rusia Unida en Rusia; Liga Norte, Italia y Amanecer Dorado en Grecia, surgen en medio del caos. Y Trump no es la excepción.
Y, por último, tenemos al principal responsable de la victoria de Donald Trump en Estados Unidos: el Partido Demócrata.
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Hillary Clinton se consolida como la peor candidata de la historia de EE. UU.
Por la irracional sed de poder y, además, por la presencia de un oscuro coctel de poder, dinero e intereses, el Partido Demócrata forzó persistentemente la candidatura de Hillary Clinton. Una candidatura destinada a la tragedia.
Uno pensaría, en un principio, que la candidatura de Donald Trump había sido lo mejor que pudiese haberle pasado a Hillary; sin embargo, fue al revés. El déspota ganó, al final, gracias a la incapacidad de Clinton de destruirlo, y esto ocurrió porque ella es, sin duda alguna, la peor candidata de la historia de Norteamérica.
El Partido Demócrata impulsó a Clinton de la forma más injusta y absurda posible; sin saber que su candidatura iba a terminar en el fracaso.
Durante las primarias, el Comité Nacional Demócrata, de forma ilegal, le declaró la guerra al oponente de la exsecretaria de Estado, Bernie Sanders.
El socialista se tuvo que enfrentar, no solo a Clinton, sino a todo el Partido Demócrata que, furtivamente, jugó en su contra y terminó por lapidar su candidatura. Incluso en su momento el propio Trump expresó su lástima por lo que los demócratas le habían hecho a Sanders solo con el fin de mantener intacta la deprimente candidatura de Clinton hasta las elecciones presidenciales.
En estos momentos es imperdonable que, conociendo el tétrico historial de Hillary Clinton; teniendo al tanto lo corrupta que es (casos de tráfico de influencia; donaciones de regímenes criminales; acuerdos ilegales); lo mentirosa que es (caso de correos); y lo terrible de sus acciones (Benghazi; manejo irresponsable de información confidencial, entre otras); el Partido Demócrata no haya permitido el espacio para la aparición de alguna alternativa y haya impulsado de forma abusiva su candidatura. Por esto ganó Trump.
Además de esto, la victoria del magnate también evidencia que Clinton es, ciertamente, la peor candidata en la historia de Estados Unidos debido a lo desigual que fue la contienda entre la exsecretaria de Estado y Trump. Aún así, él ganó. Clinton enfrentó a Donald Trump con todo a su favor.
La exsecretaria de Estado no solo tuvo el respaldo total de su partido, sino una «parcialización» cínica y deplorable de la prensa. Del establishment mediático, compuesto por grandes medios tradicionales e importantes, que se terminaron convirtiendo en un apéndice propagandístico de la demócrata —algunos intentaban atribuirle el surgimiento de Trump a la prensa; sería, en todo caso, lo contrario. Hubiesen sido los responsables de la derrota del magnate; pero en cambio, con el cinismo con que actuó la prensa, no logró nada más que su fracaso.
Clinton contó además con la élite intelectual de Estados Unidos, con un presupuesto de más del doble del de Donald Trump para su campaña (US$ 687 millones, y Trump: $ 306 millones). Clinton tuvo a su favor a las celebridades, a la opinión pública y, por último, tuvo a su favor a su contrincante.
Escribe también Paul Wood: “Desde el principio de las primarias, Trump hizo o dijo cosas que hubiesen sido fatales para cualquier otro candidato. Hizo todo lo posible para sabotearse, y, aún así, ganó. Insultó el historial de guerra de un genuino héroe americano, John McCain —’pensé que ahí estaba acabado’, me contó un veterano— él se burló del establishment Republicano; discutió con la prensa. Mientras más abusaba, más gente lo adoraba”.
Donald Trump era un candidato terrible y, aún así, salió victorioso. Ganó a pesar de que varias mujeres lo acusaron, en plena campaña, de agresión sexual. Ganó a pesar del video que se filtró en el que utiliza un lenguaje vulgar en contra de las mujeres. Ganó a pesar de la estafa de la Trump University. Ganó a pesar de que insultó a las minorías. Ganó a pesar de alabar a dictadores. Ganó a pesar de que su propio partido le dio la espalda. Trump ganó a pesar de haber hecho todo lo posible para ser sepultado; pero al final Clinton fue incapaz porque ella era, realmente, una peor candidata que él.
Ahora vienen tiempos difíciles. La incertidumbre domina a las sociedades. Estamos frente a lo que podría ser un precipicio o un camino rocoso. No sabemos, ciertamente, qué pasará mañana. Donald Trump podría imponer cualquier escenario y en cualquier momento. Pero el riesgo es grande, es muy grande. De hecho, el peligro es tan inmenso que parece imposible perdonar a los responsables de esta trágica victoria de la antipolítica, del nacionalismo, del extremismo y de la decadencia Norteamérica.
Es por ello que hoy se debe condenar la irresponsabilidad del Partido Demócrata. Por la irracional sed de poder de los Clinton, por no haber tomado con seriedad a un candidato que lo dio todo para llegar a la Casa Blanca; por la injusticia de las primarias; por la ridícula corrección política y la progresía; por la descarada complicidad del establishment; y por la hipocresía de la administración de Obama es que hoy la victoria de Donald Trump tiene un gran responsable: el Partido Demócrata.