“Hijos… No se vayan a molestar, aunque yo sé que es difícil, tampoco se vayan a poner triste. La cosa está muy dura y yo no quiero ser una carga para nadie, yo sé que tengo Linfoma de no Hodgkin y es preferible salir de esto ya”. Con esas palabras, transcritas en una carta que dejó en la cocina, a un cuarto de donde se encontraba el chifonier del que saltó, Ana María se despidió de sus familiares.
Madre de dos hijos, Augusto, de 45 años, y Ángela, de 32; y abuela de tres nietas de cuatro, nueve y 17 años. Ana María Perdomo, de 62 años, se ahorcó el 18 de febrero de este año, luego de que se enterara que padecía Linfoma No Hodgkin, un tipo de cáncer. La razón para tomar esta decisión, que su hijo catalogó de “valiente”, no fue el sufrimiento que es inherente a la enfermedad, ni mucho menos el miedo a morir por ella: fue la crítica situación en la que se encuentra Venezuela.
Ana María tuvo una hermana, Josefina, quien sufrió la odisea que implica padecer una enfermedad como cáncer en el país. “Aquello fue deprimente para todos”, cuenta Augusto a El Estímulo. Las medicinas resultaban inasequibles por los altos precios —si primero se corría con la suerte de conseguirlas.
Al final, Josefina murió porque la situación del país le impidió confrontar la inquisidora enfermedad. Ana María, por temor a que su familia confrontara el extenso drama que esa travesía acarrea, decidió quitarse la vida.
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El caso de la señora de 62 años retumbó en todos los puntos cardinales del país. La indignación en las redes creció, pero al final quedó como un caso aislado.
Las deprimentes cifras
La escasez en Venezuela se ha incrementado considerablemente. De acuerdo con Datanálisis, el desabastecimiento en el país supera hoy 80%. Al acudir a cifras oficiales, se evidencia otros datos alarmantes: en septiembre de 2015 la escasez “de forma coyuntural” era de 22,2%; cuatro meses después, subió 28%, según cifras del Banco Central de Venezuela (BCV).
Aunado a esto, Datanálisis previó que para finales de 2016, la inflación aumentará 450%, lo que resultará en una caída del poder adquisitivo de los consumidores por lo menos del 40%, respecto a 2015.
El escenario es cada vez más deprimente para el ciudadano común. La caída del poder adquisitivo ha sido colosal, según detallan los analistas. La inflación medida de los alimentos es del 30% mensual, es decir, 1% diario, de acuerdo con en Centro de Análisis Social (Cendas). Por otra parte, según estima el Fondo Monetario Internacional (FMI), el coste de la vida durante 2015 subió 270%; este año, aumentaría 720%.
Las últimas cifras oficiales difundidas por el Instituto Nacional de Estadística, al cierre de 2012, ubican al 32% de la población en la pobreza, de los cuales 9,8% se encontraba en pobreza extrema. El catedrático en administración y politólogo, Jesús Conde, asegura que esas cifras pueden estar “maquilladas” —y aún así son preocupantes.
“Eso fue en 2013, y son cifras oficiales, es decir, que vienen del Gobierno, a quienes no le conviene que se sepa la verdad. Imagínate tres años después, cuando la escasez e inflación ha aumentado de forma descomunal. La situación es crítica”, aseguró Conde.
El panorama en las calles es cada vez más lúgubre. Las interminables colas adornan las entradas de los supermercados. Los rostros de los ciudadanos formados en la espera para adquirir alimentos no demuestran dignidad: están cabizbajo. Al ver y escuchar la antología de la desgracia, cualquier recopilación o selección de reportes en las calles en los que los ciudadanos emiten su incomodidad con el paisaje de sumisión que implica formarse por un paquete de harina PAN, se refleja lo que está ocurriendo en la autoestima del venezolano: la gente está hastiada y deprimida por la crítica situación en la que se encuentra el país.
“Nos estamos matando por comernos un pedazo de comida”, dijo un manifestante durante una protesta en el abasto Bicentenario de las Mercedes, en Caracas. “Tú vieses a mis hijos: flaquitos, muriéndose”, lamentó entre llantos un hombre en el estado Táchira. “Nuestros hijos se están muriendo de hambre”, dijo igualmente una señora en una cola hace un par de semanas. “¡Nada está bien vale!”, gritó un hombre durante una protesta por la escasez de alimentos en la Avenida Fuerzas Armadas, en Caracas.
Los testimonios que revelan la crítica situación del país son una de las pocas cosas que aún no escasean. Todo lo contrario.
Capaz para muchos aún la situación no es tan extreman. El poder adquisitivo de la clase media y alta del país ha disminuido enormemente, pero la realidad es mucho más grave de lo que a simple vista parece. El suicidio de Ana María Perdomo pudo haber pasado como un muy lamentable caso aislado. Sin embargo, la realidad es otra. Como el de ella, existen muchos otros casos que evidencian lo ordinario que se está volviendo ese fenómeno: en Venezuela, el suicidio es una opción para escapar de la severidad de la situación.
El recorrido hacia el debacle
Hace unas cuatro semanas, en el barrio Las Palmitas, al sur de Valencia, la señora Ana Pérez se quitó la vida porque no tenía nada que darle a sus hijos para que pudiesen comer. Una vecina, quien prefirió mantenerse bajo el anonimato, asegura que Ana Pérez estaba en estado de depresión desde hace varios meses. “Ella pasaba todas las noches en los supermercados para poder comprar lo que sea por un precio económico. La situación empeoró cuando ni madrugando podía conseguir alimentos”, asegura la vecina.
“Llegó un momento en el que le daba de cena a sus hijos el agua del arroz y de la pasta que se compartían entre los vecinos. Ella no soportaba esa situación. Muchas veces llegaba llorando a mi casa”, lamenta la amiga de Pérez.
Con un mecate, que estaba atado al techo de zinc, la madre de tres pequeños varones se quitó la vida al saltar de una mesa. Los familiares no quisieron comentar nada acerca del suicidio de Pérez, pero otro vecino asegura que los Pérez habían sido una familia muy alegre hasta hace unos meses, cuando la escasez se hizo inmanejable.
En otro barrio ubicado al sur de Valencia, en Tocuyito, ocurrió otro suicidio: Roberto Fermín, un hombre soltero que trabajaba en una farmacia, tomó la extrema decisión de quitarse la vida.
“El suicidio de Roberto sí nos sorprendió a todos. Él era un hombre alegre. Saludaba a todos en el barrio. Todos sabíamos que tenía serios problemas económicos. Por la escasez de medicinas, ya no vendía casi medicamentos en la farmacia, además de que nadie le compraba por los altos costos”, cuenta María Blanco, una vecina de Fermín.
“Todos lo queríamos. No dejó hijos, pero dejó a muchos amigos”, dice Blanco con cierta nostalgia.
Acceder a cifras sobre suicidios es difícil, y en Venezuela es una tarea que se vuelve imposible. Si se acude a una morgue como la de Bello Monte, en Caracas, de ninguna forma, ni los familiares ni los funcionarios, admitirán que ingresan casos de personas para las cuales despojarse de la vida se revela como la última opción desesperada para esquivar la desdicha de la existencia.
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La última vez que cifras oficiales detallaron la cantidad de suicidios fue en 2012, y hablaba de un número sumamente bajo. De hecho, ese año la Organización Mundial de la Salud (OMS) ubicó a Venezuela como el tercer país en Latinoamérica en el que menos suicidios ocurren: 3,6 por cada 100 mil habitantes.
Aunado a esto, el libro Guiness World Records de 2008 otorgó a Venezuela el reconocimiento por ser el país con la población más feliz del mundo.
No obstante, 9 años después, el World Happiness Report de las Naciones Unidas (ONU), reportó lo contrario: Venezuela es ahora el país más infeliz de Latinoamérica, y el número 44 del mundo.
De acuerdo con un artículo publicado en la Revista Marcapasos, desde que se inauguró el Metro de Caracas en 1983, hasta 2009, el número de personas que se lanzaban a los rieles para intentar quitarse la vida se multiplicó por seis. Relatos recientes dan indicio de que la cifra puede seguir aumentando.
La preocupante cantidad de suicidios
La psicóloga clínica y profesora universitaria, Yorelis Acosta, señala que desde hace varios meses ha recibido una “ola de casos” en los que personas acuden a ella ya manejando de antemano la opción de quitarse la vida.
“Son los casos más comunes que he tratado últimamente. El aumento de la depresión en el país es increíble. La principal causa es la falta de comida, la segunda, las medicinas”, dice Acosta.
Asimismo, la psicóloga destaca que tiene conocimiento de al menos siete casos de personas que se han suicidado debido a la crisis del país: “Los datos los conseguí por una periodista. Pero, aparte de esto, conozco a 3 damas, del interior del país, que decidieron quitarse la vida”.
Luego de que se conociese el caso de Ana María Perdomo, una serie de hechos presuntamente aislados comenzaron a surgir en la web.
En mayo de este año, en el municipio Santa Rita, Zulia, Regina del Carmen Sánchez, de 54 años, se suicidó por la desesperación de no poder encontrar alimentos. De acuerdo con información del diario La Verdad, la madre venezolana sufría episodios de nervios y, además, había sido diagnosticada de una anomalía en el estómago, por consumir masa de maíz que compraba en la calle sin ningún control sanitario.
Los familiares de la señora Sánchez aseguraron al diario de Zulia que “pese a que trataba de adquirir productos de primera necesidad en los establecimientos comerciales, no lo lograba. La última vez la golpearon y la sacaron porque supuestamente se coleó”.
Frente a la dificultad de adquirir productos regulados, Sánchez recurrió a comprar productos en el mercado negro. Pero se endeudó debido a los altos precios.
Los familiares contaban al diario que la señora de 54 años estaba realmente deprimida y lloraba constantemente, por preocupación de que sus hijos no comieran. Un día, luego de una discusión con su familia por su estado emocional, Regina del Carmen Sánchez se encerró en una habitación y a las dos horas fue encontrada guindada en una viga.
Otro caso fue el de Yorvi Yunior González de 18 años. De acuerdo con el portal El Cooperante, el joven estudiante se quitó la vida en octubre del año pasado porque no tenía dinero para comer, ni para seguir estudiando.
“Yorvi estaba deprimido porque no tenía dinero para seguir estudiando y siempre hablaba que en la casa no había, a veces, ni para comer”, cuenta entre llantos al diario Panorama su hermana, Elulalia González.
El caso más reciente fue el de Tony Almarza, quien decidió ahorcarse en el interior de su casa, ubicada en la población de Santa Cruz de Mara, Zulia.
Lo más relevante de este caso fue que Almarza anunció lo que haría en un video de Facebook en el que explica las razones que lo llevaron a suicidarse: “¿Ustedes quieren saber por qué una persona se quita una vida? Por muchas razones: primero, este maldito Gobierno que nos va a matar de hambre, y segundo, la desfachatez de la vida. Uno ha luchado bastante por nada”.
“Este es el mejor método”, decía Almarza mientras señalaba el mecate amarrado del techo. Luego se preguntó: “¿Luchar, para qué? ¿Y en este país? Mucho menos…”.
https://www.youtube.com/watch?v=VfdFm50FUm8
La sociedad venezolana, una sociedad sobreviviente
Los casos como el de la señora Perdomo, Yorvi González, Regina del Carmen Sánchez, Roberto Fermín y Ana Pérez, son cada vez más frecuentes, y lo más destacable es que todos tienen algo en común: la gravedad de la situación del país es lo que los lleva a decidir arrancarse la vida.
Unos porque prefieren taparse los ojos antes de ver a sus hijos morir de hambre; otros, por lo humillante que es la odisea para conseguir alimentos; y otros, por lo abrumador de la crisis económica.
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El sociólogo Eudes Cedeño, de la Universidad Central de Venezuela, explica que normalmente los suicidios obedecen a causas personales, pero que en los casos recientes la sociedad juega un papel clave: “En el caso de la señora de Zulia o la de Anzoátegui, son las condiciones sociales las que las hacen sentir acorraladas”.
Cedeño señala que “la falta de alimentos, de medicinas, y el estrés generado por las colas, termina siendo irritante e insoportable para algunas personas, lo que hace se alejen de lo público y se encierren en lo privado”.
“Imagínate pensar que no vas a poder alimentar a tus hijos más nunca. O que, por culpa de tu enfermedad, por no haber medicamentos, te vuelves una carga para tus hijos. Es aquí donde se juntan esos problemas psicológicos con los sociológicos. Cuando algo tan simple como ir de compras, o salir de noche, se vuelve tan complicado, tu estado frente a la sociedad cambia”, asevera el sociólogo.
“La sociedad venezolana se ha convertido en una especie de ‘sociedad sobreviviente’. La gente aquí no vive, sino sobrevive. Y ese es el problema”, dice Cedeño, para luego destacar que “muchas personas ni siquiera se enteran que hay gente que se quita la vida por la situación del país. Esto impide que haya sensibilidad por parte de la gente (…). Algunas personas deciden robar; otras, comer de la basura; otras, pedir limosna; y otras simplemente deciden no aguantar más y quitarse la vida”.
“Es una situación bastante triste, y que debe darse a conocer”, concluye el sociólogo Cedeño.
Este trabajo fue hecho en conjunto con Daniel Lara, estudiante de Periodismo en la Universidad Católica Andrés Bello