Hace varios años, recuerdo, sugerí en mi entorno que la escasez de alimentos que había en ese momento no era por ineficiencia de un Gobierno, sino parte de una estrategia premeditada de control social y de genocidio de la población. De todo, me dijeron. Sin embargo, la timidez del tiempo me ha concedido la razón, como a muchos otros también.
No es una novedad, la miseria como mecanismo de control social ya se ha presentado, y ya se ha estudiado.
La siempre acertada filósofa alemana Hannah Arendt, señala en su imprescindible libro Sobre la violencia, una afirmación lapidante: “Los hombres pueden ser manipulados a través de la coacción física, de la tortura o del hambre”. No obstante, mucho más alarmante aún es lo que señala en su magnum opus, Los orígenes del totalitarismo, ya que no sólo le atribuye al hambre la característica de herramienta para poder controlar, sino que le atribuye su uso a los regímenes totalitarios de izquierda, como el impuesto en la Unión Soviética.
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De esta forma, el estalinismo logró someter a toda una población, gracias a la miseria y la destrucción. El hambre también sirvió para devastar poblaciones a través de genocidios colectivos, como fue el caso de Holodomor.
Arendt no ha sido la única. El diplomático y escritor italiano, Nicolás Maquiavelo, dice en su esencial escrito de doctrina política, El príncipe, que la miseria de los Estados es una forma realmente eficiente de mantener el control. “Hay tres maneras de mantener el dominio de los Estados conquistados y que antes vivían en libertad con leyes propias. La primera, arruinarlos”, escribe Maquiavelo.
Más adelante, señala que “en verdad, no hay medio más seguro de posesión que la ruina. Y quien se adueña de una ciudad libre y no la aniquila prepárese a ser aniquilado por ella, porque esta tendrá siempre como enseña de rebeldía su libertad”.
Como ellos, son muchos los que han afirmado estas tácticas. La teoría lo ha advertido, y la historia lo ha confirmado. Por lo tanto, lo que ha ocurrido en Venezuela desde que se impuso esta deprimente revolución del siglo XXI, no ha sido más que un proceso de control y aniquilación de una población que antes gozaba de las virtudes de la libertad.
Hoy estamos frente a un régimen que cada vez más evidencia sus ansias totalitarias y que está dispuesto a lo que sea por mantener el poder
Las políticas implementadas desde el principio así avisaban. Estos regímenes suelen sostenerse de esa forma, aniquilando lo más valioso que puede esgrimir el ser humano. Sin embargo, muchas veces no sabemos percibir que nuestras libertades han sido suprimidas, porque no le damos la importancia debida. Los Gobiernos autoritarios que se alimentan del populismo tienden a ofrecernos una serie de beneficios que nos hacen creer que nuestra situación ha mejorado. La realidad es que buscan crear un relación con el ciudadano, donde el único proveedor es el Estado. De esta manera, se crea una dependencia que poco a poco nos va coartando las libertades. Nos ofrecen igualdad: a cambio, claro está, de la libertad.
Hoy estamos frente a un régimen, liderado por Nicolás Maduro, que cada vez más evidencia sus ansias totalitarias y que está dispuesto a lo que sea por mantener el poder. Estamos padeciendo en carne propia la consolidación y el éxito de las políticas que se han intentado implementar desde la década pasada. La muerte, la miseria y la desesperación del habitual panorama en Venezuela, demuestran la deprimente situación que clama por una inmediata solución.
Continuar creyendo que el ciudadano puede esperar es realmente criminal. Esta semana ha sido contundente en ahogar más al venezolano en la miseria, y aún existen líderes que pretenden que la ciudadanía tiene el mismo tiempo en abundancia que ellos tienen.
Lo crucial del momento nos plantea en una coyuntura que es decisiva tanto para el Gobierno como para los ciudadanos. Es el momento en que todos los elementos se disponen apropiadamente, para que se defina de una vez por todas el destino del país. En la desesperación del régimen, acentuarán el control, la sumisión y la miseria. Si la oposición no logra capitalizar rápido el descontento, nos podremos delatar como una sociedad condenada.
Esta semana los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) se han hecho espacio en el debate. De hecho, ayer, 2 de junio, se conoció la deplorable noticia que estos Comités serán ahora los encargados de distribuir los productos subsidiados por el Estado.
Los CLAP podrían ser la última estrategia disponible, la obra final que les permita sellar el máximo control sobre la población
Inmediatamente, los «opinadores» salieron a asegurar que el colapso del régimen se había sellado —ciertamente, estos Comités solo acentuarán el hambre, la corrupción y la miseria—, y que el Gobierno había terminado de enterrar el último clavo de su ataúd. Sin embargo, no soy tan optimista.
La verdad es que se me hace difícil ver la prohibición de alimentos regulados y los CLAP como el sello final del régimen. Pienso, en cambio, que podría ser lo contrario: una exitosa forma de control que garantizará la completa sumisión de la población. Con los CLAP el régimen acaba de monopolizar completamente el hambre en Venezuela.
Los CLAP, por lo tanto, podrían ser la última estrategia disponible, la obra final —por así decirlo— que les permita sellar el máximo control sobre la población.
Cada vez se hace menor la oportunidad de aprovechar el evidente descontento que existe entre todos los ciudadanos con el régimen genocida de Nicolás Maduro. Impera, de esta forma, la necesidad de actuar inmediatamente y aprovechar la crucial coyuntura en la que nos encontramos. Es urgente actuar antes de que el régimen selle su victoria que por tantos años ha tramado y que hasta ahora ha ido consolidando.
La situación es incontrolable, las protestas y saqueos son cada vez más comunes. Querría ser optimista y pensar que el fin está cerca. Que la necesidad ciudadana desbordará las capacidades del régimen y de la oposición, que se sobrepondrá sobre las circunstancias y que logrará asegurar el rescate de una Venezuela en ruinas.
Pase lo que pase, hay algo que siempre hay que mantener, y que ojalá la historia se encargue de afirmar. Terminará esto y hay quienes seguirán creyendo que Venezuela solo sufrió los estragos de un Gobierno ineficiente. De pasar así a los libros, la impunidad se alzará sobre la justicia. Es esencial comprender que el Gobierno de Nicolás Maduro no es ineficiente, es completamente criminal.