Este 1° de marzo fue un día importante para Estados Unidos. En el «Supermartes» 11 estados votaron para elegir a sus candidatos republicanos y demócratas para las elecciones presidenciales, donde los más fuertes candidatos resultaron ser Hillary Clinton, ex secretaria de Estado, contra Donald Trump, un polémico multimillonario de Nueva York. Así perfilaron las urnas de este martes la próxima contienda presidencial. Clinton y Trump lograron consolidar su liderazgo dentro de los partidos que ambos esperan representar.
Trump obtuvo la victoria en siete estados, demostrando ser el claro ganador de su partido. La posibilidad de su candidatura ya dejó de ser un chiste. A menos que ocurra algún improvisto dramático y sin precedentes —algún milagro-, Trump será el candidato republicano para las elecciones que se celebrarán el próximo 8 de noviembre. Esto significa que para enero, un demagogo, xenófobo y misógino que actúa como un dictador sin control podría dirigir la nación más poderosa de la tierra. Se evidencia que existe algo realmente perturbador en Estados Unidos.
La posibilidad de su candidatura ya dejó de ser un chiste. Trump será el candidato republicano para las elecciones que se celebrarán el próximo 8 de noviembre.
Al ganar Trump el martes, dio un discurso bastante claro y conciso, dando indicios —como lo ha hecho a lo largo de su campaña (campaña que Christie ahora llama “movimiento”) — de lo que sería de Estados Unidos si él se acomodase en la Oficina Oval de la Casa Blanca.
En lo que fue un desembuche de demagogia, Trump aseguró que no tiene absolutamente nada en contra de China, de hecho “sus líderes son más inteligentes que los nuestros”, para luego afirmar: “México nos destruye en la frontera”. Cuando se le preguntó sobre su polémica — y dictatorial – política migratoria, Trump no vaciló: “Vamos a tener un muro (…) y México va a pagar por él”; inmediatamente después comparó el muro que hará con la Gran Muralla China —imagino que de igual manera comparará a los mexicanos con los Hunos.
Después de seguir argumentando sus ideas pseudo-fascistas, Trump dijo algo que realmente llamó la atención, sin timidez alguna declaró que Estados Unidos es un país del «tercer mundo» porque no se parece tanto al Medio Este ni a China; y prometió que con él, EE.UU. sería un país más parecido al de estas regiones.
En un reciente artículo del Foreign Policy, la redactora Valentina Pasquali, compara al multimillonario de Nueva York con el ex-presidente italiano Silvio Berlusconi. “Como Berlusconi, Donald Trump entretiene a las masas. Y además está dañando la democracia de su país por una generación”, escribe Pasquali, una verdad colosal. Del Washington Post, Rula Jebreal, escribe que “como Berlusconi en Italia, Trump ha construido una campaña política utilizando un lenguaje accesible y con humor”.
Como con Berlusconi, Trump es comparable con políticos — o quizá showman— que han resultado en un desastre para sus Estados.
Donald Trump plantea un Estados Unidos donde la codicia, el salvajismo y el racismo son políticas de estados. “Vamos a ser codiciosos para Estados Unidos. Vamos a tomar, tomar y tomar. Vamos a hacer tanto dinero. ¡Vamos a hacer a América grande otra vez!”, dijo en Las Vegas la semana pasada, tras una victoria.
Trump está ocurriendo y es una realidad. Muy posiblemente en unos meses se tenga que enfrentar a Hillary Clinton, una candidata con más debilidades que fortalezas y que representa un status quo, una élite fétida que hoy los estadounidenses detestan. Algunos con cierta esperanza — e ingenuidad — dicen que los números todavía no lo favorecen. Sólo hay que ver unos meses hacia atrás y voltear la mirada hacia el presente para ver dónde está él ahora.
Freddy Gray, en un texto para The Spectator escribe: “La profundidad del fenómeno de Trump es sorprendente. Es más popular que otros candidatos republicanos, entre hombres, mujeres, blancos, negros, hispanos, jóvenes, viejos, casados y divorciados, evangélicos y no evangélicos, aquellos con estudio y aquellos que no lo tienen (“amo a los que no tienen mucha educación”, dijo Trump la semana pasada, un comentario que generó más satisfacción en los mejor educados). Trump tiene el apoyo de la mayoría de los votantes republicanos, de los que ganan mucho dinero y de los que ganan poco, de los denominados conservadores y de los moderados…”.
“…como puedes esperar de alguien que promete construir un muro para mantener fuera a los mexicanos, también tiene el apoyo de aquello que se preocupan sobre la inmigración. También gana con aquellos cuya mayor preocupación es la economía y el terrorismo. En síntesis, Trump gana. Desde la crisis financiera y, a pesar de la recuperación, un mayor número de estadounidenses están furiosos con el sistema. Donald representa su rabia y la multiplica en un salón de espejos”.
Ciertamente, Donald representa a una gran parte de la población que hoy le da su respaldo. Después de ocho años de administración Obama, por alguna razón los estadounidenses están furiosos, quieren a alguien que actúe, buscan a alguien que no sea políticamente correcto y que no represente al ya rechazado establishment —esto también explicaría el ascenso de Bernie Sanders.
De acuerdo con las encuestas, la mayoría de los estadounidenses rechazan la idea de Trump en la Casa Blanca. Y, aunque ocurra el mejor de los casos y el neoyorquino no llegue a Washington, su ascenso en sin duda alguna una señal para alarmarnos.”Millones de estadounidenses han dejado claro que no quieren a un tipo bueno —o incluso respetable— a cargo. La civilidad es para perdedores y para políticos pasados de moda”, escribe Gray.
“Los republicanos quieren a un «papi con plata» arrogante. En Trump encontraron al hombre. Trump insulta a sus rivales hasta acabarlos. Los candidatos que no han sido destruido por él, sólo han sobrevivido al ser tan desagradable como él es”.
Trump es un dictador. Y lo peor es que esto no le afecta.
Trump no ofrece más que sacar a relucir el lado más oscuro de los ciudadanos americanos y un “poco de cosas inmorales”. La campaña de Trump traería consigo la decadencia de la política norteamericana. El apoyo a Trump “es anárquico”. Llegó para destruir el orden político, para dejar en crisis el sistema democrático y es precisamente esto lo que quieren sus seguidores.
Cuando ves cómo un candidato tiene problemas al distanciarse del Ku Klux Klan, y además es capaz de citar a Mussolini sin ninguna incomodidad, ciertamente hay que preocuparse. Trump es un autoritario. Y lo peor es que esto no le afecta.
De alguna manera él es el resultado de los fracasos de Obama, así como también de los fracasos acumulados de los últimos presidentes. Es el producto del odio, del desespero y de la ignorancia.
Trump es hoy la muestra de que ni la nación más poderosa del mundo está exenta de aventurarse en proyectos fracasados llenos de demagogia y odio. Cada vez se hace más creíble la posibilidad de que Trump llegue a la Casa Blanca. Cada vez es más importante entender el peligro al que se exponen los estadounidenses. Es hora de comprender que Trump ya no es un chiste.
Con información de: The Spectator, Foreign Policy