Netflix es posiblemente una de las plataformas de streaming que más comulga con la agenda progresista, la cual se apoderó en los últimos años de la matriz de opinión en lo relacionado al tema social en Estados Unidos. En su personal hay confesos donantes del Partido Demócrata, sumado a que varios proyectos le han merecido críticas por la censura o cambio de personajes para obedecer a lo que analistas llaman “el supremacismo negro”.
A pesar de su evidente fracaso comercial, la moda woke continúa estando a la orden del día. Ahora le toca el turno a “Aquí no hay quien viva”, la serie mundialmente famosa estrenada hace 21 años y una de las más vistas en las historia de la televisión española, con más de ocho millones de espectadores en uno solo de sus capítulos. Sin embargo, tal fama no la salva de la guillotina de la cultura de la cancelación.
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Quienes sintonicen la serie en España —y en otros países donde esté disponible— notarán que los episodios de la tercera temporada saltan del nueve al 11, tal como reporta El Debate, es decir, el décimo no existe. La razón es la censura que impone la plataforma, para no molestar a colectivos progresistas que ven ofensas en todo lo que ellos no autorizan. Al capítulo titulado “Érase un Belén”, lo sacaron de la programación por un caso de “blackface”, término originado en el cine estadounidense para referirse a actores blancos que se pintan la piel para interpretar personajes negros. Allí, el recordado actor y humorista Eduardo Gómez se pinta la cara de negro, para representar al rey mago Baltasar.
“Blackface” como excusa para la censura
¿Puede considerarse una ofensa el estreno de ese episodio ocurrido hace dos décadas? Considerando que la trama gira en torno a un concurso de pesebres vivientes (belenes, como se le conoce en España), donde el personaje de Juan Cuesta propone a los vecinos participar, podría decirse que no. Socialmente se entendió como una mera interpretación que no iba más allá de contar una trama.
Pero hoy las cosas son diferentes, todo lo que es considerado racialmente sensible es cancelado y a Netflix no le tiembla el pulso para hacerlo, remarcando su simpatía por “el supremacismo negro”. Tampoco le tembló la mano para cancelar episodios de otras series por el mismo motivo, como lo hizo con The Office al eliminar un capítulo de la novena temporada (Las navidades de Dwight) porque uno de los personajes también hizo “blackface”. El creador de The Office, Greg Daniels, tuvo que pedir disculpas a la comunidad negra, por lo que tampoco estará disponible si a la serie es adquirida por otras plataformas.
Usar actores negros a conveniencia
El “supremacismo negro” no solo sirve para censurar personajes y no molestar a colectivos suscritos a la Teoría Crítica de la Raza (Critical Race Theory, CRT). También funge como trampolín para que el factor racial predomine a conveniencia sobre la cultura, la historia o la experiencia.
El caso de una serie con la aparición de Cleopatra fue escandaloso, porque Netflix cambió la etnia de la reina egipcia. La indignación en el país de Medio Oriente fue total, llevando al Gobierno de Egipto a acusar a la plataforma de “falsificar la historia” con su Cleopatra woke de piel negra. En la vida real las cosas fueron muy diferentes, “Cleopatra era griega y se parecía a las reinas y princesas de Macedonia, que eran rubias, no negras”, dijo entonces el exministro egipcio de Antigüedades, Zahi Hawass.
Como este caso hay decenas. La reina de Inglaterra es negra en la serie “Bridgerton”, lo mismo pasa con el personaje que interpreta a la reina consorte Ana Bolena en la serie de HBO. Es un tipo de marketing que depende del color de piel, pero al que solo se recurre cuando es ideológicamente redituable.