El marxismo posmoderno, el progresismo, los nuevos supremacismos socialistas, la cultura de la cancelación o la revolución cultural maoísta son algunas de las amenazas que hoy enfrentan las naciones de Occidente. Principalmente Estados Unidos, donde el socialismo se ha apoderado de banderas ideológicas para ganar adeptos apuntando especialmente a jóvenes que creen en sus bondades inexistentes. América Latina tampoco ha quedado excluida de los planes del nuevo comunismo.
Se trata de un “nuevo orden mundial” que élites globalistas occidentales buscan imponer a partir de una homogeneización a las sociedades bajo una misma ideología. El análisis proviene de Raul Tortolero, consultor político mexicano con doctorado en Derechos Humanos y columnista de PanAm Post. En el camino por desmontar estructuras ideológicas que solo apuntan a cercenar la libertad de las naciones y los derechos individuales, publicó su nuevo libro titulado “La Contrarrevolución cultural frente al marxismo posmoderno”.
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Es un planteamiento para hacer frente desde todos los flancos: político, legislativo, electoral, económico, social, pedagógico, artístico y deportivo. Ninguno debe descuidarse. Después de todo, las sociedades han visto cómo en los últimos años la retórica de una supuesta “igualdad y justicia” está invadiendo cada espacio de la vida diaria. Pero detrás hay planes mucho más grandes con China como partícipe, tal como los cita Tortolero en su nueva obra. A continuación, una charla con el autor.
¿Qué se entiende por contrarrevolución cultural?
Hay dos tipos de revoluciones a las que nos oponemos. Una es la Revolución Francesa –de 1789- en cuanto a que expulsó a Dios y a la religiosidad como centro de la vida del ser humano, para ocupar su lugar, haciendo de sí mismo un dios, poniendo a la “racionalidad” por encima de todos los valores. La Revolución Francesa, y su vínculo con la Ilustración, sentaron las bases de la Modernidad, que impuso la hegemonía de la razón, la verdad, la justicia, la belleza, los llamados “valores universales” modernos. Se aspiraba a grandes ideales, para toda la humanidad. Sin embargo, el ser humano en esencia está hecho para la trascendencia, algo que la Modernidad mutilaba, ya que sólo se ocupaba de los valores del mundo. De ahí su principal fracaso. Los actores de la Revolución Francesa literalmente entraron a la catedral de Notre Dame, en Francia, y quitaron a la Virgen de su pedestal, para poner en su lugar a la diosa griega Razón. Más exactamente, a una prostituta disfrazada de la Razón. Se trataba de un nuevo “culto”, pero a una diosa falsa y fallida.
Hoy vemos en Chile, en Brasil, en México, en Estados Unidos y en Francia, de nuevo este tipo de ataques de izquierdistas contra la religión. Su revolución moderna no ha acabado. Por otro lado, están las revoluciones socialistas en todas sus versiones. Desde las del marxismo clásico –que dicho sea de paso, es un proyecto de la Modernidad-, que llamaba a tomar las armas para matar a los dueños de los medios de producción e imponer una dictadura del proletariado, hasta las del marxismo posmoderno, donde el socialismo blando llega al poder por las elecciones, sin armas, pero se perpetúa con reformas tramposas, y va de la mano con el globalismo y su destructiva agenda progresista.
En todos los casos, el resultado ha sido millones de muertos, desplazados, miseria y persecución política. No ha habido mayor desgracia en la historia que los regímenes socialistas. Hoy en día presenciamos cómo esta revolución globalista roja está poniendo de rodillas a Occidente, carcomiendo sus pilares, y facilitando la hegemonía mundial del Partido Comunista de China. Por esto una Contrarrevolución. Cuando digo “cultural”, me refiero a que debemos ponerla en marcha en todos los frentes: nuestra lucha debe extenderse de forma articulada en el terreno político, electoral, legislativo, económico, financiero, social, pedagógico, artístico, deportivo, en medios de comunicación y en redes sociales.
Las revoluciones subvierten el orden natural de la sociedad, de las tradiciones milenarias, y destruyen la fe, la familia, la libertad, la propiedad privada y los derechos humanos. Por esto necesitamos una Contrarrevolución cultural. Un contrarrevolucionario es alguien que está libre de toda ideología.
#Opinión 🖊️ | Lleva sólo unos días como presidente de la CELAC, pero Alberto Fernández, presidente de #Argentina 🇦🇷, ya viajó a #China 🇨🇳, donde sin el menor reparo se ha entregado al Gran Dragón, para convertir a su país en una colonia más del globalismo rojo. pic.twitter.com/xUgrdBOiOQ
— PanAm Post Español (@PanAmPost_es) February 8, 2022
Esta obra incluye una selección de artículos que has publicado ¿Cuáles de estos podemos encontrar en sus páginas?
Se trata, efectivamente, de una selección de mis análisis publicados a lo largo de un poco más de un año, sobre todo en el PanAm Post, uno de los medios más poderosos y con mejores contenidos de todo el continente americano, con énfasis en el público hispanoamericano. Estoy muy agradecido con los dueños, con los editores y con todos mis compañeros, por permitirme contar con el espacio para expresar con plena libertad mis puntos de vista. En este libro abordo diversos temas, como el marxismo clásico, el marxismo posmoderno, el progresismo, los nuevos supremacismos socialistas (el negro, el feminista, el de la agenda LGBT, el indigenista, y el ecoanimalista), el aborto, el lenguaje inclusivo, la revolución cultural maoísta en Estados Unidos, la cultura de la cancelación, Joe Biden y el Partido Demócrata, la influencia de la mainstream media, las normas comunitarias metaconstitucionales del Big Tech, el Latinexit, la alineación de las izquierdas continentales, López Obrador y el nuevo latinoamericanismo rojo, el Estado Mundial y su Plan de Fraternidad y Bienestar, la Agenda 2030 y su contrapeso en Agenda España como modelo para la Iberosfera, el Globalismo. También hablo del Foro de Sao Paulo, del Grupo de Puebla, la CELAC, las Elecciones de 2022 y de cómo el socialismo blando le alfombra el camino a la hegemonía del Partido Comunista de China. Y claro, de la Contrarrevolución cultural.
¿Cómo la sociedad llegó a este punto donde están mutando principios y creencias para orientarlos al progresismo? ¿Qué técnicas viene usando la izquierda para convencer y qué sectores son los más vulnerables de ser convencidos?
El progresismo sin duda es la agenda de control social impulsada por las élites globalistas occidentales, que desde hace muchas décadas están empeñadas en imponer un “nuevo orden mundial”, es decir, un Estado mundial, una misma moneda, una misma religión –que dicho sea de paso, por supuesto no es el cristianismo–. A esta agenda de biopoder y psicopoder simultáneos le estorba entonces la religión, la familia, la heterosexualidad, las democracias liberales, y en general todos los valores fundacionales de Occidente –que fuera llamado también “cristiandad”–. ¿Por qué le estorban? Porque para lograr imponer su nuevo orden mundial se necesita homogeneizar a las sociedades en una misma ideología. La Agenda 2030 es una avanzada de estas élites globalistas occidentales.
Ahora bien, esa es sólo una de las dos cabezas de una misma serpiente. La otra cabeza es el globalismo rojo de China, el mayor beneficiario del gran trabajo de demolición de Occidente que están operando las élites globalistas estadounidenses y europeas. Sin desearlo, los globalistas occidentales han trabajado para abonar a la nueva hegemonía china, que ha llegado al final del camino.
La ideología progresista está siendo impuesta sobre todo desde las escuelas, desde organizaciones civiles, y desde los gobiernos, vendida como corrección política. Le llaman “derecho de la mujer a la salud reproductiva”, al aborto, cuando se trata de un crimen deleznable. Le llaman “Teoría Crítica de la Raza” al supremacismo negro que agrede personas blancas en las calles sólo por su raza. Le llaman “patriarcado” al padre de familia natural, que trabaja y provee casa y alimentos. Le llaman “MAP” a la normalización de la pederastia. Le llaman “mujer” a un ser humano aún cuando tenga próstata, y dicen que una “persona menstruante” puede ser un hombre. Así que la “educación” es una de sus herramientas principales; la otra es la imposición legal. Pero nadie votó por estas agendas. La agenda 2030 es antidemocrática y dictatorial. Los medios y la Big Tech colaboran en estas agendas al repetir millones de veces esta basura ideológica, y anticientífica.
Los sectores más vulnerables son los niños, los jóvenes y la gente con poca preparación y acceso a la información. Son mucho más manipulables. Por eso nuestra labor en la Contrarrevolución es todos convertirnos en profesores, en escritores, periodistas, influencers, porque la guerra de hoy se libra en el terreno de la concientización, de la información, y del conocimiento.
El libro también cita la agenda del progresismo desde la perspectiva geopolítica. ¿A qué haces referencia? ¿Y quiénes son los actores o gobiernos detrás de esto?
Hemos podido observar que hay autores muy valiosos en la guerra cultural de la derecha en América y Europa, que atacan al progresismo, pero sólo a nivel ideológico. Conocen a fondo a los autores más representativos de las llamadas nuevas izquierdas. Sin embargo, y lo he platicado con varios de ellos, no ubican la guerra de las ideas en el terreno de la encarnizada lucha geopolítica actual. Entonces, no descubren que hay una estrecha relación entre el progresismo poniendo de rodillas a Occidente, despojándolo de sus valores, y hacerle un gran servicio al Partido Comunista Chino, pavimentando su dominancia no sólo económica, sino cultural.
La clave es evidentemente la Revolución Cultural China de Mao Tse Tung, un carnicero cuyo gobierno arrojó acaso más de 50 millones de muertos. No es un personaje lejano: este movimiento tuvo lugar entre 1966 y 1976 y tenía por objetivo acabar textualmente con toda disidencia al pensamiento único dictado por él, y al mismo tiempo, destruir todo vestigio de las costumbres y tradiciones milenarias, incluyendo las religiones. Ese fue un “great reset” para el pueblo chino. Hoy vemos que la revolución woke en Estados Unidos tiene claramente raíces maoístas. Es la avanzada cultural de China, demoliendo los valores occidentales.
Ahora bien, los gobiernos socialistas de Hispanoamérica se alinean con el progresismo de Biden y el Partido Demócrata, y con la Agenda 2030 de la ONU, porque a cambio buscan ser convalidados para eternizarse en el poder. Así de sencillo. La ONU hace unas semanas convalidó la tiranía de Maduro, por ejemplo. El embajador de Venezuela ante esta organización, celebraba que se le reconociera a su jefe como un gobernante legítimo. Al globalismo occidental no le interesa que haya regímenes democráticos, sino el control social, desahogar su perniciosa agenda.
El bloque rojo hispanoamericano, además, ya no es “bolivariano”, y hablar del “socialismo del siglo XXI” es usar categorías poco actualizadas: López Obrador, el líder de la CELAC y de Grupo de Puebla, fue en noviembre de 2021 al Consejo de Seguridad de la ONU a proponer fundar un Estado Mundial. Las izquierdas continentales están alineadas al globalismo rojo. Alberto Fernández fue a China y le puso flores a Mao en su mausoleo, antes de firmar su adhesión a la Ruta de la Seda. El Dragón Rojo nos está devorando y Biden no recuerda ni cómo se llama.
¿Cómo ves la evolución del progresismo en Estados Unidos? ¿De qué manera se manifiesta esta corriente en América Latina?
El progresismo que se vive hoy en Estados Unidos tanto como en América Latina tiene diversos orígenes. No es nada en “estado puro”. Lo que vemos en realidad son expresiones muy mezcladas de la izquierda posmoderna, el gran aquelarre donde coincide lo que queda del marxismo clásico, con los nuevos supremacismos socialistas, y la agenda del globalismo.
Todo empieza en la Revolución Francesa, y a esto se suman ideas del liberalismo inglés, las teorías de Marx, la Escuela de Frankfurt, Wilhelm Reich, el movimiento hippie, el 68, y la escuela francesa de la posmodernidad. En Estados Unidos está claro que la gente ha recibido una mayor influencia de la cultura pop que de los libros. Esto ha sido definitorio: drogas, sexo y rock. La portada del álbum de los Beatles llamado “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” –de 1967- refleja perfecto las influencias principales en Estados Unidos e Inglaterra durante muchos años posteriores. Sobresale por ejemplo Aleister Crowley, un satanista precursor del movimiento hippie, de la libre experimentación en sustancias, sexualidad abierta en comunas y esoterismo oscuro; también aparece Carl G. Jung, discípulo que supera a Freud, Karl Marx y William Burroughs. En esa portada Jesucristo fue excluido. Eso resume mucho del espíritu de esa época. Los hijos de esa generación son los que hoy promueven el transexualismo, desfilan en el “orgullo gay”, desprecian a los blancos, marchan con Antifa y odian al movimiento MAGA.
En las universidades la influencia sí viene sobre todo de los teóricos de Frankfurt que vivieron en Estados Unidos y fueron incluso instrumentalizados por el gobierno para atacar al nazismo, y financiados por la fundación Rockefeller. Todos eran marxistas e influyeron muy fuerte en la educación, sobre todo en la sexual. La clave es la “revolución sexual”, en la que influyen también Ayn Rand –una filósofa rusa atea liberprogre-, Simone de Beauvoir, y Judith Butler, entre otros. En América Latina se ha vivido más bien el marxismo clásico, aunque tropicalizado, pero el progresismo es cosa de décadas más recientes, y que se ve muy reforzado por la Agenda 2030. Vemos en México muy pequeñas manifestaciones de la “marea verde” abortista, mientras que salen a marchar contra el aborto más de un millón de personas; sin embargo, la Suprema Corte impone el aborto como legal, porque están al servicio del gobierno que quiere perpetuarse y para ello deben quedar bien con la ONU.
Recientemente estamos viendo casos de marxismo posmoderno, muy bien ilustrado por el milenial Gabriel Boric, quien ha reconocido experimentación sexual con otro hombre, está tatuado, vive con una novia, se define como más a la izquierda del comunismo, y es proaborto y pro agenda LGBT, además de que va a nacionalizar al litio para entregarlo a los chinos. Xiomara Castro es una marxista posmoderna en la medida en que es bolivariana y ficha del Foro de Sao Paulo, y al mismo tiempo es feminista, pro aborto, y pro LGBT. Ella se define como: “feminista, antipatriarcal, revolucionaria e incluyente”. Los marxistas clásicos –en América, la escuela del castrismo-, simplemente adoptaron desde el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, la agenda de los supremacismos socialistas, el progresismo, por conveniencia, para quedar bien con las élites globalistas, para ganar electorado y para impulsar la destrucción de “valores burgueses”, como el cristianismo y la familia.
¿Cómo se puede contrarrestar este progresismo?
La clave es la concientización y la educación desde la familia, la información y el conocimiento. Por supuesto, el activismo provida, profamilia, pro libertad, y contra la cultura de la cancelación y el pensamiento único. La Contrarrevolución cultural debe llevarse a todos los frentes: vigilar las iniciativas de ley, protestar por las que sean negativas, proponer perspectiva de familia; al mismo tiempo, tenemos que abrir nuevos medios de comunicación y crear nuevas redes sociales, de derecha y refugio para conservadores; fundar nuevos partidos políticos de derecha popular e ideas claras y firmes; articular a todas las derechas a nivel continental, y crear instrumentos unificadores similares al C-PAC y a la Carta de Madrid; fundar sindicatos y asociaciones civiles; obligatorios los lives y el uso de redes sociales; y como dije, todos convertirnos en profesores, escritores, periodistas, influencers, y activistas. Cierro proponiendo las 7 defensas de la auténtica Contrarrevolución: la fe, la vida, la familia, la propiedad privada, la patria, las libertades y los derechos universales.