Revisar el historial de la Organización Mundial de la Salud (OMS) respecto a su desempeño frente la pandemia por COVID-19 significa encontrarse con una serie de irregularidades. Que si rindió pleitesía a China, que anunció tarde la pandemia o que permitió que el régimen de Xi Jinping limitara las investigaciones. Hay inconsistencias de sobra, incluyendo que averiguaciones de una comisión independiente determinaron que ni el organismo, ni el gigante asiático actuaron a tiempo cuando comenzó el brote.
Lo último que dijo la OMS fue que la pandemia en Europa y la expansión de la variante omicron “ofrece una esperanza plausible de estabilización y normalización”, pero al mismo tiempo indicó que “la pandemia está lejos de terminar”.
Tedros Adhanom Ghebreyesus, director del organismo y amigo del régimen chino, dijo en una rueda de prensa a inicios de enero, reseñada por AFP, que “si bien omicron parece ser menos grave en comparación con la cepa delta, especialmente en los vacunados, no significa que deba clasificarse como leve”. Explicó que “al igual que las variantes anteriores, omicron está hospitalizando y matando gente”.
Pero hace pocos días, una nota de la ONU sobre la OMS plasmó lo contrario. “Hasta ahora, la explosión de contagios no ha disparado las muertes, aunque están aumentando en todo el mundo, especialmente en África, la región con menos acceso a las vacunas”. Al final, quienes leen y escuchan estos pronunciamientos quedan en las mismas. Con dudas, preguntándose si en verdad la pandemia está lejos de terminar y observando nuevos récords de contagios.
¿Qué más sabe China?
Al igual que la OMS, China también descartó que la pandemia esté lejos de terminar. Y ese futuro nada alentador el comunismo chino lo acompañó con un total desentendimiento de responsabilidades de su parte. Una nota de Global Times, medio propiedad de la dictadura china, afirmó que la OMS debe atender la inequidad de las vacunas, desarrollar unas más efectivas, unir a los estados miembros y a los científicos mundiales, “y abandonar la politización”.
Un exhorto que raya en lo absurdo, considerando que una investigación hecha por The New York Times reveló en 2020 cómo el organismo cedió ante China, acordando no cuestionar la respuesta inicial del régimen y que tampoco visitaría el mercado de animales vivos en la ciudad de Wuhan, donde parecía haberse originado el brote.
La cronología de cómo actuó el organismo también sigue vigente en su web oficial. No fue sino hasta el 11 de marzo cuando la OMS determinó en su evaluación que el COVID-19 podía caracterizarse como una pandemia. Los casos de neumonía habían sido reportados en Wuhan desde el 31 de diciembre de 2019. Así de amplia fue la demora. Esa fue una de las críticas de la comisión que investigó su actuación. “Al referirse a la cronología inicial de la primera fase de la epidemia, se constata que habría sido posible actuar más rápido sobre la base de las primeras señales”, rezó aquel informe. “Una epidemia en gran parte oculta contribuyó a la propagación global”.
Avance en medio de contradicciones
“Hay diferentes escenarios sobre cómo podría desarrollarse la pandemia, y cómo podría terminar la fase aguda, pero es peligroso asumir que omicron será la última variante, o que estamos en el final”, dijo el director de la OMS y completó que, por el contrario, “globalmente las condiciones son ideales para que surjan más variantes”.
En contraste, recientemente Reino Unido, Irlanda y Dinamarca dieron un paso adelante y anunciaron el fin de las restricciones impuestas por la pandemia. En el primer país, la mascarilla dejó de ser obligatoria; el segundo permitió que los bares y restaurantes volvieran a sus horarios habituales sin límites de aforo y el tercero anuló las prohibiciones en espacios públicos.
Sin duda, un avance que restaura la libertad de sus habitantes luego de dos años de restricciones. Pero habrá que observar con cuidado el desempeño de la OMS, ya que las contradicciones y las omisiones la preceden.