Mientras al contexto internacional lo consume diariamente una vorágine de situaciones como la posible invasión rusa a Ucrania, o las negociaciones nucleares que involucran a Irán, hay otra realidad que sigue vigente y empeorando con el pasar del tiempo. Se trata de Afganistán, el país que se convirtió en noticia en agosto pasado, y cuya atención parece haberse diluido a medida que otras novedades ocupan la agenda geopolítica de occidente y sus aliados.
El invierno en este país comenzó a mediados de diciembre, una época que organizaciones y expertos temían porque significaría una mayor crisis humanitaria para la nación bajo el domino talibán. Ese mismo mes la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estimó que casi 23 millones de personas (55 % de la población), se enfrentaba a niveles extremos de hambre, y casi nueve millones de ellos corrían el riesgo de sufrir hambruna.
La crisis humanitaria se convirtió en el talón de Aquiles de los talibanes. Llenos de poder, pero necesitados de fondos están tratando de negociar en Oslo, Noruega, con representantes de la comunidad internacional. Dicen estar “seguros” de que recibirán apoyo para los sectores humanitario, sanitario y educación. A la ONU también trataron de ingresar para acceder a relaciones diplomáticas y recursos.
El grupo de fundamentalistas islámicos descartó la democracia como forma de gobierno, eliminó la República para dar paso al Emirato Islámico y excluye cada día más a las mujeres de la sociedad. Puede que estas actitudes sean las mismas de su anterior mandato (1996 a 2001), pero algo que cambió desde ese entonces: el país podría venirse abajo en términos humanitarios, por eso la urgencia por ayuda internacional.
Una lista de problemas
La realidad de los ciudadanos afganos más necesitados incluye la venta de sus hijas menores para mantener al resto de la familia. El hecho cobró mayor protagonismo por reportes recientes de familias que las entregaban a cambio de montos que van desde 550 a 3500 dólares.
A esta crisis humanitaria se suma que la economía afgana depende en gran medida de la agricultura. Pero la sequía, en julio de 2021, afectaba a 80 % de la población según ACNUR. La actividad representó hace dos años casi el 27 % del Producto Interno Bruto del país de acuerdo al Banco Mundial.
Por ende, el tema se convirtió en un encrucijada diplomática. Durante las reuniones en Oslo han ocurrido protestas de colectivos afganos y de parte de la sociedad noruega por implicar el supuesto reconocimiento del régimen talibán, reseñó EFE.
La ayuda no es suficiente
Algo de ayuda está llegando. Recientemente EE. UU. anunció el envío de 308 millones de dólares y de acuerdo a Associated Press el gobierno de Joe Biden está “contribuyendo a un esfuerzo de la ONU para recaudar más de $ 5 mil millones para el país”.
Pero los 7000 millones de dólares en fondos afganos siguen congelados en el Banco de la Reserva Federal en Nueva York. Hay otros 400 millones de dólares bloqueados en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial suspendió la entrega de dinero.
“Los afganos en casa solo pueden obtener cantidades limitadas de cualquier dinero que tengan en cuentas bancarias debido a la escasez de moneda. Mientras tanto, los que están en el extranjero tienen problemas para enviar ayuda a sus familiares en Afganistán, en parte porque los bancos se muestran reacios a hacer negocios en un país cuyos líderes están bajo las sanciones de Estados Unidos”, reseñó Associated Press. Hay alimentos en los mercados, pero pocos pueden comprarlos.
La promesa que hicieron los talibanes de mejorar la economía podría quedar solo en palabras, mientras ellos sigue concretando abusos contra los ciudadanos afganos que no lograron huir durante la atropellada retirada de EE. UU.