Lo que se vio y escuchó en el balance anual de Nicolás Maduro fue más de lo mismo: un discurso que culpa a Estados Unidos de su desgracia, expuesto ante funcionarios que desde hace dos décadas someten al país. Ellos solo cambiaron sus cargos pero las caras son las mismas.
Maduro “comprometió” su palabra a la reactivación de la economía y del sector productivo. Un disco rayado. Lo mismo prometió en el 2019, cuando aseguró que ese sería el año de la “estabilización definitiva”.
En aquel momento dijo que la meta era producir cinco millones de barriles de petróleo diarios. Aumentó el salario y arreció el control de precios. Todo se evaporó a los pocos meses, como probablemente va a ocurrir con todo lo que dijo este martes.
Esta vez Maduro mencionó los temas que le aquejan. Se refirió a la dolarización que tanto satanizaba el chavismo y la reconoció como una “válvula de escape”. Dijo que su régimen “mostró en todo momento sus intenciones de pago” a los acreedores de la deuda externa, prometió “fortalecer la moneda nacional” y aumentar la producción petrolera en un país con refinerías destruidas y barcos a la deriva.
Sus cifras y argumentos están lejos de ser ciertos. Lo único real es la dolarización del país, sobre la cual anunció que “regulará los nuevos procesos” que hoy facilitan las transacciones con dólares.
En 2017 Maduro optó por presentar esta Memoria y Cuenta ante el Tribunal Supremo de Justicia del régimen (TSJ), tras negarse a hacerlo frente a la legítima Asamblea Nacional de mayoría opositora. Los años posteriores lo hizo frente a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) impuesta por el chavismo mediante un ilegítimo proceso electoral.
Esta vez sí acudió a la Asamblea Nacional, gracias a unas elecciones amañadas donde el chavismo logró mayoría. La complacencia de los presentes estaba asegurada.
El dólar, su válvula de escape
“La dolarización del comercio ha sido una válvula de escape para la vida de la familia venezolana”, dijo ante quienes siempre lo aplauden.
La afirmación es cierta, pero no se trata de una salida a la crisis producto de las sanciones impuestas por Estados Unidos, como afirma el régimen. La causa es que en 20 años el chavismo no fortaleció la economía, ni fomentó la producción. Solo se dedicó a expropiar y abandonar las industrias y robar los recursos del Estado. La consecuencia: la extinción del bolívar.
Según sus palabras, 77 % de las operaciones comerciales se hacen por la vía digital en bolívares y solo 20 % se hacen en dólares en efectivo. Por eso va a “combinar la dolarización parcial del comercio con nuevos mecanismos” para fortalecer el bolívar.
Maduro se queda corto. Según datos de finales de 2020, las transacciones en dólares alcanzaban el 60 %. Para reestructurar la economía, las medidas deben ser mucho más profundas según los expertos. Se necesitan un conjunto de políticas que vayan más allá de controlar las plataformas digitales. Es fundamental generar suficiente confianza interna e internacional en sus propias instituciones para promover la renovación económica.
Producción por el piso
Según Maduro, cada problema en el país parece ser culpa de Donald Trump. Exclamó que en 2020 Venezuela recibió ingresos por 743 millones de dólares mientras que en 2013 recibía más de 50.000 millones de dólares.
Culpó al presidente de Estados Unidos de que empresas petroleras, inversionistas e industrias se fueran del país, agravando los ingresos en divisas.
Pero el declive de la producción nacional precede por mucho la llegada de Trump a la Casa Blanca. Empresas extranjeras venían absorbiendo desde 2013 montos millonarios por la devaluación de la moneda, falta de materia prima y amortizaciones de activos.
Recordemos que Kimberly-Clark, fabricante de productos de consumo, se fue del país en 2016 por estas razones. Clorox se fue en 2014 por el aumento de costos y transporte, mientras que General Motors dijo adiós en 2017 luego de asumir pérdidas de 720 millones de dólares. La caída libre ya estaba desatada. No es algo de hace cuatro años.
Deudor sin remedio
“Venezuela mostró en todo momentos sus intenciones de pago y honra sus obligaciones”, esa es la afirmación del dictador.
Aseveró que de 2013 a 2017, el país pagó deudas a los acreedores por 109.619 millones de dólares. “Venezuela cumplió siempre todas sus obligaciones de deuda externa hasta que Trump, en el 2017 (con las sanciones) impuso la imposibilidad de pagar”, añadió.
Aunque nuevamente mencionó las sanciones, otra mentira salió a relucir. Su gobierno no “honró” todo lo que debía. En 2016 ya tenía dificultades para pagar deudas acumuladas de PDVSA, que lo llevaron a emitir bonos con vencimiento en 2017, que luego se transformaron en bonos 2020. Por no pagar, Venezuela perdió Citgo.
En su balance, justificó que gracias a Trump, los acreedores externos de la deuda de Venezuela “han perdido más de 77000 millones de dólares”.
La Asamblea Nacional, la de mayoría opositora, informó en 2019 que el país adeuda más de 170.000 millones de dólares, un número que se generó durante la bonanza petrolera en la presidencia de Hugo Chávez.
“En menos de 20 años, durante la bonanza petrolera más grande, más alta y más larga de toda la historia republicana de Venezuela (…) Venezuela se endeudó como nunca, pasando una deuda pública en 1998 de tan solo 27.000 millones de dólares a 175.000 millones de dólares (en la actualidad)”, declaró en ese entonces el diputado Alfonso Marquina.
La Venezuela de Maduro en 2021
Entre cifras, balbuceos y palabra mal pronunciadas. Maduro lanzó más promesas para este año. Dijo que aumentará la producción de petróleo a 1.500.000 barriles diarios (actualmente ronda los 339.000 barriles por día, según la OPEP) gracias a la ‘Ley Antibloqueo’.
Respecto a programas sociales, prometió la construcción de 500.000 viviendas enmarcadas en la Misión Vivienda. La promesa es astronómica en comparación con las acotadas 4820 viviendas que levantó en 2019, según datos de la organización Provea.
Y así continuaron las falsas afirmaciones de la dictadura, tan largas y tediosas como las 4 horas que duró el discurso frente a su reciclado gabinete y sus complacientes diputados. Los verdaderos resultados se verán dentro de 11 meses. Y no serán distintos a los de los 7 años anteriores.