EnglishEn los últimos años, el sistema universitario público de Estados Unidos ha sido un caos. Y no: por muy destacados que sean, no estoy hablando de los arrebatos de activistas estudiantiles sobre temas de libertad de expresión en sus campus. Estoy hablando de la financiación del sistema universitario en su conjunto.
A medida que los estados se han tenido que enfrentar a la presión fiscal de pensiones más altas, los costos de Medicaid e infraestructura, los hemos visto sacrificar la financiación de sus sistemas universitarios con recortes presupuestarios. Para poder hacerlo, las universidades deben hacer recortes en el gasto o aumentar los ingresos de matrícula, tasas y de otras fuentes, tales como las donaciones de los exalumnos.
Los administradores se enfrentan a decisiones difíciles. Mantener los costos bajos es importante para los estudiantes; y los recortes de personal académico y administrativo, o de servicios universitarios, son impopulares. Pero los recortes deben venir de alguna parte.
Sin embargo, hay un lugar obvio en el que las universidades pueden iniciar su reducción de costes: sus normalmente abultados programas deportivos. De hecho, los subsidios para deportes le han costado a las universidades públicas de Estados Unidos más de US$10.300 millones en los últimos 5 años, según un informe de Chronicle for Higher Education y el Huffington Post.
Esta es una acusación bastante abrumadora sobre el gasto en el deporte universitario público. Denota que las subvenciones a los programas deportivos han aumentado con el tiempo, y que gran parte del aumento proviene de las tarifas deportivas cobradas a los estudiantes.
Las tarifas por deportes en las universidades públicas son un problema, ya que éstas se utilizan para financiar un gran porcentaje del presupuesto del programa deportivo. El caso en cualquier tipo de subvención es dudoso. Si es que muy pocas personas asisten a los partidos, de manera que ni siquiera un modesto porcentaje de los costos del programa puede ser cubierto, ¿deberían los estudiantes ser obligados a pagar por el mantenimiento del equipo?
En la universidad pública promedio, los estudiantes y la administración proporcionan entre el 60 y el 70% del presupuesto para deportes. Sea lo que sea que los promotores deportivos puedan decir, un subsidio deportivo a ese nivel no tiene sentido para la mayoría de las universidades públicas de nivel medio.
La Universidad de Alabama, en Birmingham, recientemente fue noticia por su propuesta de poner fin a su programa de fútbol de la División I, debido a sus altos costos. La propuesta ha sido descartada, ya que los promotores dieron al programa una prórroga durante unos años, pero debemos esperar que otras universidades sigan el ejemplo de Birmingham como una presión para reducir estos costos. Los programas caros simplemente no son viables cuando los dólares para la educación de los estudiantes, que es la función principal de las universidades, son escasos.
Los argumentos de los promotores deportivos son cada vez más absurdos. Aluden al prestigio, la distinción y la publicidad que sólo un programa de fútbol de primer nivel puede ofrecer. Lo que no reconocen es que todas estas cosas se pueden lograr por otros medios, dejando de lado si tales subsidios son necesarios en absoluto.
Después de todo, no toda universidad pública tendrá un nombre muy reconocido fuera de su propio estado. Las universidades podrían terminar fácilmente con el subsidio para deportes y utilizar ese dinero para otras funciones de la escuela — contratar mejores profesores, por ejemplo — mediante la incorporación de las tasas en la matrícula para que los costos sean más transparentes para los estudiantes. O podrían reducir los costos, utilizando tarifas bajas para atraer a los mejores estudiantes.
[adrotate group=”7″]Si la universidad realmente necesita publicidad, comprar vallas publicitarias o comerciales de radio fácilmente podría ser más barato que el subsidio actual destinado a los deportes. Si quieren el prestigio, podrían utilizar los ingresos para hacer del campus un mejor ambiente para el aprendizaje. O podrían usar los honorarios reasignados para crear centros de investigación y contratar personal docente.
Sin duda alguna, menciones adicionales en revistas académicas sirven más al público que anuncios en las páginas deportivas de los periódicos regionales. Hay maneras mucho más directas para proporcionar todo lo que los programas de deportes dicen ofrecer, ya sea con costos más bajos, o con un enlace medible y más directo con los resultados que importan a los estudiantes regulares, a los exalumnos y a los contribuyentes.
Las universidades públicas promedio deben tener en cuenta que las subvenciones a los programas deportivos caen sobre las espaldas de los estudiantes, muchos de los cuales reciben poco valor de estos. Los deportes no proporcionan un nivel infinito de prestigio, distinción, o publicidad. Las universidades deben evaluar la forma en que gastan cada dólar en sus presupuestos.
Con los altos costos de los programas deportivos y sus beneficios poco claros, tendría sentido para más universidades controlar sus subsidios al deporte. Si los estudiantes están dispuestos a comprar boletos para ver a su equipo jugar en casa, muy bien. Pero si no lo están, no hay razones para tener un subsidio a los deportes por sobre cualquier otra actividad de la escuela.