EnglishEl fin del mundo se acerca. Los recursos naturales se están agotando, el número de habitantes del planeta va en aumento y en un futuro no seremos capaces de alimentar a toda la población mundial. Los alimentos transgénicos traen consecuencias negativas de todo tipo y el cambio climático que hemos provocado desatará el caos mundial. O al menos eso es lo que muchos quieren hacernos creer.
Pero otros, como Ronald Bailey, no están tan convencidos. En su reciente publicación, titulada The End of Doom (El fin de la fatalidad), el corresponsal en el área de Ciencias de la revista libertaria estadounidense Reason replica enérgicamente a quienes tilda de “fatalistas”, con el objetivo de desmentir una diversidad de concepciones apocalípticas.
Una buena parte de este excelente libro está basada en los razonamientos del economista estadounidense Julian Simon, así que los lectores de este pensador sabrán apreciar esta nueva perspectiva de los planteamientos que Simon hizo famosos hace décadas.
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El libro inicia con un contraargumento a los fatalistas del neomaltusianismo, quienes sostienen que el planeta simplemente no cuenta con los recursos para alimentar a la población actual y mucho menos la futura. Bailey aclara que los seres humanos son distintos a otras criaturas, pues al enfrentarnos a la escasez de alimentos, contamos con la capacidad de innovar para aumentar las cosechas y así alimentar a una cantidad de población que sobrepase incluso lo que estiman algunos es la “capacidad de carga” para el ambiente natural.
Es cierto que el aumento de la actividad agrícola ha permitido que grandes extensiones de tierra cultivable sean devueltas a la naturaleza. Bailey señala que aún existen alternativas bastante factibles para aumentar la producción agrícola y lograr que se necesite cada vez una extensión de tierra menor para alimentar a una cantidad mayor de personas. Además, la velocidad de crecimiento poblacional ha disminuido, lo que evidencia claramente que nunca llegará un momento en el que no habrá suficientes recursos para alimentar a la población mundial.
Pero, ¿qué sucederá con los recursos naturales? Se cree que el petróleo, el gas y sus afines se agotarán algún día; sin embargo, Bailey afirma que esto es falso. En su obra, el autor cita la opinión de muchos expertos de corrientes conservadoras para demostrar que el “pico petrolero” no es más que un mito que ha sido plenamente desmentido.
Claramente, el ser humano es bastante hábil a la hora de producir más usando una menor cantidad de materiales. Además, según he observado anteriormente, cuando escasean los recursos, se produce un aumento en los precios y se crean nuevas maneras de explotar los recursos, como por ejemplo los yacimientos de petróleo y gas de mayor costo que requieren de la técnica del “fracking”.
Asimismo, con el aumento en los precios, se incentiva aún más la innovación, lo que permite un uso distinto y más eficiente de los recursos disponibles. Por lo tanto, es un mito afirmar que se agotarán tanto los alimentos como los recursos naturales.
El libro dedica los capítulos siguientes a analizar algunos de los fatalismos propuestos por ambientalistas apocalípticos. Por ejemplo, se ha comprobado que los mitos sobre los efectos cancerígenos de ciertos alimentos y productos han sido bastante exagerados por motivaciones políticas; no hay evidencia de que los alimentos transgénicos hayan causado jamás enfermedad alguna.
Si bien es cierto que el calentamiento global es un hecho real y observable, existe evidencia de que los seres humanos serán capaces de recurrir a la innovación para solucionar este problema, de la misma manera que pueden solucionar el asunto de la escasez alimentaria. A pesar de sus advertencias apocalípticas, una y otra vez las concepciones de los fatalistas han sido desmentidas casi en su totalidad.
La obra de Bailey es un punto de partida ideal para aquellos interesados en el tema de las políticas ambientales. En ella, el economista aspira desmantelar muchas de las creencias populares que han surgido intuitivamente, desde la creencia neomaltusiana de que habrá una escasez de alimentos hasta el temor a un apocalipsis agrícola a raíz del uso de los alimentos transgénicos.
Aunque en general se trate de una obra excelente, es cierto que está escrita para un lector laico, lo que evidentemente facilita la lectura de este género, si bien aporta muy pocos conocimientos nuevos al área del conocimiento.
El libro constituye una excelente manera de incursionar por primera vez en el tema de las políticas ambientales de una manera más objetiva, en contraposición a otras obras escritas desde una perspectiva mucho menos alentadora, como el famoso libro de Rachel Carson, Silent Spring (Primavera silenciosa), el cual Bailey intenta desmentir a toda costa. En general, vale la pena leer esta obra y ciertamente merece los elogios que se le han otorgado hasta ahora.