EnglishHace poco la Oficina de Administración y Presupuesto de la Casa Blanca dio a conocer al público la última propuesta para el presupuesto federal. En general, se espera que el gasto aumente particularmente de US$3.46 billones a $3.65 billones.
Como se esperaba, está lleno de gastos ineficientes e innecesarios. Uno de los peores transgresores es la “ayuda” que envía el gobierno federal a los estados y localidades para pagar cientos de programas diferentes, que van desde la descontaminación ambiental hasta la asistencia médica.
Entonces, ¿a dónde va esta montaña de dinero?
Primero y lo más importante, la mayoría de los dólares del Estado para ayuda, $309 mil millones, van a Medicaid para los pobres de la nación. Más allá de esto, la historia se vuelve interesante. Se gasta decenas de millones de dólares en asuntos como “desarrollo comunitario”, autopistas, salud y educación.
Todo pareciera estar bien hasta que se da cuenta que el dinero no debería pasar nunca por la burocracia federal en primera instancia. ¿Existe alguna razón para que temas que son fundamentalmente locales, como la modernización de urbanizaciones o el subsidio del alquiler de la gente, sea pagado por el gobierno federal?
Durante años, muchos observadores han documentado la manera en que los estados y localidades desperdician sus recursos al hacer cabildeo para obtener dólares federales, con la esperanza de financiar sus propios programas con los dólares de los contribuyentes a nivel nacional. Esto de por sí es evidencia que se debería hacer algo.
Gastar dinero de los impuestos para hacer cabildeo para pedir ayuda federal solo beneficia a dos grupos: a los cabilderos y a los estados y localidades bien conectados que representan. ¿Quiénes pierden? Los individuos a nivel nacional. Funcionarios del Estado parecieran ver fluir el dinero desde Washington como un almuerzo gratis, sin reconocer que alguien debe pagar por ello y, con frecuencia, ese alguien son sus propios electores.
El hecho de que el dinero fluya a través del gobierno federal significa que no todo el dinero de los impuestos regresa a sus propias localidades. Los múltiples niveles de burocracia involucrada, y cientos, sino miles de burócratas a lo largo del camino cuestan grandes sumas de dinero solo para administrar la transferencia de cientos de miles de millones de dólares involucrados.
Todo esto se resolvería al ponerle fin al rol federal en el financiamiento de actividades estatales y locales y al reducir los impuestos para que los estados puedan financiar lo que consideren que es importante. Alguien pudiera decidir acabar por completo con programas innecesarios, mientras que otros descubrirían que desean incrementar los gastos en cualquier programa que consideren conveniente. En cualquier caso, esto hace que el gasto del gobierno esté más alineado con aquellos que reciben los beneficios.
Si los estados y localidades quieren tener subsidios o programas, su propia gente debería pagar el precio. Los residentes de Iowa no tienen por qué pagar por la restauración del deporte de pesca en Guam, así como un neoyorquino no debería pagar por los subsidios para viviendas rurales en Nebraska.