Dentro de la historia general del arte, el capítulo iberoamericano presenta sin duda una impronta peculiar que atraviesa toda su historia. Y no se trata solo de la esencial mixtura entre elementos nativos y europeos: las obras que lo integran son además reflejo fiel de las vicisitudes continentales y ameritan lecturas políticas, sociales y culturales propias. A continuación comentaremos tres de esas piezas (de un total de nueve, divididas en tres artículos), a modo de selección personal al respecto. Tal vez a partir de las ligeras pinceladas con que intentamos contextualizarlas y describirlas, el lector logre apreciarlas de un modo distinto, más consciente, más intenso.
4. El Rosismo en Argentina
Entre las páginas más oscuras de la historia latinoamericana, específicamente argentina, se encuentran las escritas por el régimen instaurado por Juan Manuel de Rosas, quien asumió ”la suma del poder público” entre 1835 y 1852. Una tiranía sin precedentes, que forzó al exilio a las figuras más prominentes de la intelectualidad local. Entre ellas, Juan Martín de Pueyrredón, otrora prominente figura militar y política.
Sin embargo, su hijo Prilidiano será años después quien, habida cuenta de su talento como pintor, recibirá el encargo de realizar un retrato nada menos que de la hija de Rosas, “Manuelita”, conocida también como “la princesa federal”.
Por cierto, el reconocimiento de las cualidades técnicas o expresivas del artista no impidió que sus comitentes impusieran unas cuantas cortapisas a su creatividad. Entre los requerimientos enunciados por la comisión ad hoc creada para definir los lineamientos a que el pintor debía atenerse figuraba la utilización del color rojo, el “colorado de la patria federal”, como elemento protagónico. Y la figura, retratada “en forma risueña” al momento de colocar sobre la mesa una carta dirigida a su padre, debía sugerir su rol de intermediaria entre el pueblo y el caudillo (su “tatita”, como reza el documento original de la comisión).
A pesar de todo, Prilidiano Pueyrredón se las ingenió para lograr una cierta armonía cromática mediante la inclusión de algunos detalles en blanco: las flores, los encajes del vestido, el zapato de seda que asoma por debajo de la falda. Al mismo fin contribuye la tonalidad verdosa del fondo, color complementario del rojo dominante.
Como detalle curioso, la obra refleja una cierta “presencia” del tirano, a través de un bordado de una letra “R” en el sillón Luis XV colocado detrás de la figura.
5. Guerra de la Triple Alianza (1865-1870)
La historia del continente no está exenta de conflictos internos. La Guerra de la Triple Alianza, desarrollada entre 1865 y 1870 entre Argentina, Brasil y Uruguay, por una parte, y el Paraguay, por la otra, tiene como cronista principal al pintor argentino Cándido López, conocido como “el manco de Curupayty” por haber perdido su mano derecha en esa batalla. Con notable resiliencia, el artista entrenó entonces su mano izquierda, para poder seguir pintando.
A partir de croquis tomados por él mismo y volcados al lienzo años más tarde, el pintor nos conduce con un inusual detalle “fotográfico” a los escenarios del conflicto, pero no desde su perspectiva heroica, sino en la cotidianeidad de sus anónimos protagonistas.
De formato panorámico, las piezas recorren diversas instancias de la gesta bélica. La victoria paraguaya en la batalla de Curupaytí ameritó nada menos que nueve pinturas. La más llamativa, tal vez, sea la titulada “Después de la batalla de Curupaytí” en la que el artista plasmó magistralmente la devastación producida por la contienda.
El documental “Cándido López: los campos de batalla”, ópera prima del director José Luis García, refleja mediante sus tomas aéreas los puntos de vista a partir de los cuales el artista elaboró sus cuadros, hoy exhibidos en el Museo Nacional de Bellas Artes de la ciudad de Buenos Aires.
6. Las conquistas territoriales en Argentina
Las disputas territoriales y las luchas violentas que marcaron el siglo XIX latinoamericano no se limitaron al ámbito de la gesta independentista. También, en muchos casos, implicaron enfrentamientos con las tribus indígenas.
“La vuelta del malón” de Ángel Della Valle, obra de gran formato expuesta en el Museo Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de Buenos Aires, refleja esos conflictos. La pintura fue concebida en 1892 para ser enviada a la exposición de Chicago organizada en conmemoración de los 400 años de la llegada de Cristóbal Colon a tierras americanas. En la pieza, de factura netamente romántica, el artista representó un problema frecuente: los “malones” o ataques indígenas sobre poblaciones urbanas, caracterizados no sólo por el saqueo de bienes materiales y ganado sino también por el rapto de mujeres “blancas”, que serían luego retenidas como cautivas.
El motivo no era nuevo. Varios “artistas viajeros” que habían recorrido la región a principios del siglo XIX, ya lo habían pintado, pero sus imágenes no habían logrado el impacto del lienzo de Della Valle. Lo novedoso de “La vuelta del malón” es que, como afirma la historiadora Laura Malosetti Costa, la pieza sintetiza los motivos que llevaron a la “campaña del desierto” del presidente Julio A. Roca en 1879.
La escena se desarrolla al amanecer, después de una tormenta. Los aborígenes galopan triunfantes con los objetos del saqueo, entre los que se distinguen cálices e incensarios.
Pero sin duda los dos elementos más impactantes de la composición son, por un lado, las cabezas cortadas que dos de los jinetes llevan colgando de sus monturas y, por otro la mujer, de rasgos europeos, que casi desmayada su raptor lleva consigo mirándola con lujuria.