Dentro de la historia general del arte, el capítulo iberoamericano presenta sin dudas una impronta peculiar que atraviesa toda su historia. Y no se trata solo de la esencial mixtura entre elementos nativos y europeos: las obras que lo integran son además reflejo fiel de las vicisitudes continentales y ameritan lecturas políticas, sociales y culturales propias. A continuación comentaremos nueve de esas piezas (que dividiremos en tres artículos), a modo de selección personal al respecto. Tal vez a partir de las ligeras pinceladas con que intentamos contextualizarlas y describirlas, el lector logre apreciarlas de un modo distinto, más consciente, más intenso.
1. La Conquista del siglo XV
No cabe duda de que con la llegada de Hernán Cortés se produce un hito fundacional para la historia del continente americano: la conquista española. Numerosas tablas concebidas a modo de conjunto y conocidas como “enconchados”, debido a su factura mediante incrustaciones de nácar, reseñan diversos momentos de ese proceso.
Una de las series más significativas de estos “enconchados” es la que se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes de la ciudad de Buenos Aires. Adquirida en Inglaterra en el siglo XIX por Alejandro MacKinlay, la serie consta de 22 tablas (sobre un total de 24) y refleja casi a la letra, a modo de moderna historieta, el relato contenido en la “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España” de Bernal Díaz del Castillo.
Según la experta Marta Dujovne, en las piezas alternan “representaciones fidedignas del contexto histórico” con “elementos fantásticos” y “anacronismos generados en el entorno en que se pintaron, (esto es, el de) la vida colonial más de siglo y medio posterior a la conquista”.
2. El catolicismo llega a América
Los españoles trajeron su religión a Latinoamérica. Desde la proclamación de las 95 tesis que en 1517 dieron lugar a la Reforma luterana —escisión a la que pronto adhirieron los países germánicos y nórdicos— la Iglesia de Roma se hallaba inmersa en una grave crisis. Y a modo de contraataque, y en forma concomitante con el proceso español de conquista, el Papado respondió entonces a través de lo que se dio en llamar “la Contrarreforma”, movimiento a la vez religioso y artístico que impregna su renovada iconografía. La de los “ángeles arcabuceros”, sin embargo, constituye un ejemplo singular y propiamente americano.
En efecto, por regla general, el imaginario popular asocia a los “ángeles”, en tanto criaturas “celestiales”, con figuras de niños regordetes flotando entre nubes con sus inocentes desnudeces púdicamente disimuladas, o bien con figuras juveniles de rasgos andróginos, retratadas como entonando cánticos o ejecutando instrumentos musicales en loa a la divinidad. Nada más lejos de la iconografía habitual que un ángel munido de un arma de fuego. Sin embargo, existen en el Museo Nacional de Arte de la ciudad de La Paz, Bolivia, algunos ejemplos paradigmáticos de estos “ángeles arcabuceros” en pinturas realizadas por el llamado “Maestro de Calamarca”.
El artista, que trabajó en la actual Bolivia, representó a estos ángeles como “mosqueteros”, defensores “armados” de la fe “tradicional” en el nuevo mundo. La expresión de sus rostros, totalmente beatífica, contrasta agudamente con la gestualidad agresiva resultante de apuntar el arma.
Otro elemento que llama la atención es el colorido ocre de las alas. Y ni qué hablar del atuendo, o de las plumas del sombrero.
3. Los procesos independentistas
La primera mitad del siglo XIX fue el tiempo en que los movimientos independentistas se fueron encendiendo por todo el continente, tanto contra la corona portuguesa, en Brasil, como contra la española en todo el resto de la así llamada América hispana. Y los líderes de dichos movimientos, a los que hoy llamamos “próceres” o “padres de la patria”, fueron, como tales, objeto de semblanzas.
José Gil de Castro, nacido en Perú, fue uno de los pintores que se especializó en dicho género. Sus retratos de figuras militares, entre los que se encuentran los de José de San Martín, Bernardo O’ Higgins, y Simón Bolívar, añaden usualmente, y conforme extendidas costumbres de la época, cartelas con textos explicativos.
También vale notar en el artista su detalle en el tratamiento de las insignias y el empleo de una perspectiva que coloca a la figura por encima del nivel del espectador, como en un imaginario pedestal. En algunos casos, como en este cuadro de O’ Higgins, perteneciente al patrimonio del Museo Histórico Nacional de Santiago de Chile, la perspectiva jerárquica se agudiza al punto que las dimensiones del hombre aparecen notoriamente desmesuradas con relación a las propias montañas que lo rodean.