Contrariamente a lo que se esperaba, el tribunal al cual acudieron los demandantes en un intento de revertir la decisión original del Comité de Restituciones ha venido sorpresivamente a ratificarla, argumentando “no haber encontrado serios defectos en el razonamiento” del susodicho comité.
El relato
Adolf Hitler, él mismo, un mediocre pintor aficionado a quien en su juventud se le había negado acceso a la Academia vienesa de Bellas Artes, se tenía por “experto” en artes plásticas. En su libro Mi Lucha incluso arremetió contra las vanguardias que por entonces asomaban en Europa, como el expresionismo, el fauvismo, el surrealismo, el cubismo, o el dadaísmo, tildándolas de “arte degenerado”, “excreciones” de una sociedad decadente y sin valores.
Llegado al poder como canciller en 1933, se constituyó en árbitro de la definición misma de “arte” y en tal carácter ordenó la eliminación de todo lo que no coincidiese con sus inclinaciones por un arte realista, fácil de comprender, monumental y de “inspiración patriótica”.
El arte degenerado
La “Exposición de Arte Degenerado” que tuvo lugar en München en julio de 1937 constituyó todo un hito. Expuestos bajo consignas burlonas, unos 650 cuadros confiscados de diversos museos y denostados por el Führer, fueron vistos por unos 2 millones de asistentes, mientras el propagandista Joseph Goebbels calificaba a los artistas de “enfermos” y tildaba su obra de “basura” por la radiofonía nacional.
Ahora bien, que las obras fueran “despreciables” no implicaba que no se pudiera hacer dinero con ellas.
Así pues, las obras exhibidas en esa exposición fueron pronto puestas en venta por galeristas afines al régimen (Hildebrand Gurlitt, Karl Buchholz, Ferdinand Moeller, Bernhard Boehmer), aunque sin demasiado éxito. Porque, realmente, ¿quién querría comprar algo calificado oficialmente de “bazofia”? Así que para atraer compradores los organizadores cambiaron la estrategia: el 27 de marzo de 1939 armaron una gran fogata en el patio del Cuartel de Bomberos de Berlín y allí arrojaron alegremente más de 1000 pinturas y esculturas y unas 3800 acuarelas, dibujos y grabados. La celebérrima Hoguera de las Vanidades implementada por el monje dominico Girolamo Savonarola en la Florencia del 1497 hubiera palidecido ante la competencia.
La movida fue exitosa. Aterrada ante semejante atentado, la comunidad internacional reaccionó. Y allí llegaron a Alemania, raudamente al rescate, instituciones como el Museo de Arte de Basilea (Suiza), hasta decenas de coleccionistas privados, todos espantados y dispuestos a comprar. Y con ello, como terrible efecto secundario, a contribuir al financiamiento del Tercer Reich. Todo un dilema.
El saqueo como política de Estado
Pero los Nazis no se contentaron con descolgar obras de sus propios museos, sino que diagramaron una estrategia de saqueo como política de Estado, orientada, como “objetivo prioritario” a la apropiación de los objetos de valor poseídos por la comunidad judía. Así pues, si por un lado no se dudó en proceder a la destrucción de colecciones enteras de libros de esa colectividad (como la de la Alianza Israelita Universal en Francia, con 50000 ejemplares, o la biblioteca familiar de los Rothschild, con unos 28000), por otro lado, las obras de arte eran confiscadas o simplemente se procedía a forzar de modo inmisericorde su venta en subasta.
Tal el caso de la familia Lewenstein, cuyos derechos sobre el cuadro de Kandinsky se encuentran aun en disputa.
Escribió al respecto Howard Spiegler en un artículo publicado en 2001 por el Connecticut Journal of International Law titulado “Recovering Nazi-Looted Art: Report from the Front Lines“: “El programa de confiscación llevado a cabo por el régimen nazi constituyó la mayor dispersión de obras de arte en la historia de la humanidad. Se estima que 250.000 obras de arte fueron, o bien requisadas, o bien vendidas en subastas forzosas. Ello representa una quinta parte de todo el arte occidental en existencia.”
Lo cual por cierto implica un gran problema para el mercado de arte en relación con todas las obras sobre las cuales se verificaron transferencias durante este tumultuoso periodo, y sobre todo a las que involucraron familias o marchantes judíos. En muchos casos, la cadena de propiedad de las obras presenta “eslabones perdidos” o que despiertan suspicacias.
Depositarios o propietarios
Un encuentro internacional del que participaron cuarenta países y trece entidades privadas realizado en Washington en 1998 generó importantes consensos para la administración de las incidencias relativas a estas obras. La Asociación de Directores de Museos de Arte produjo, en consonancia, un conjunto de lineamientos comunes.
Holanda, en particular, tuvo un rol señero en materia de restituciones. Y desde su constitución en el año 2001, el organismo holandés encargado de evaluar los reclamos, el “Comité Holandés de Restituciones” realizó una admirable tarea. Sin embargo, un análisis de su actuación más reciente revela cierto cambio en los criterios que no escapó a la atención de las autoridades gubernamentales.
Dos casos relativamente recientes donde el organismo se expidió por la negativa hicieron “sonar las alarmas”. El primero, en 2013, en que el Comité negó la restitución de una obra de Bernardo Strozzi exhibida en el Museo de Fundatie, en Zwolle, considerando que, por comparación con los derechos de los herederos reclamantes, “retener la pintura era de mayor importancia para la colección y los visitantes del Museo”. En 2018 vino a sumar una segunda denegatoria, esta vez sobre la obra de Kandinsky, “Pintura con casas” en poder del Stedelijk Museum de Amsterdam.
Lo que resulta realmente preocupante de la denegatoria son sus fundamentos. Pues el organismo ha apelado a un cuestionable parámetro de “balance de intereses” entre lo público y lo privado, que de ningún modo se hallaba presente en los acuerdos internacionales ni en sus resoluciones previas. En tal sentido, el comité adujo que la familia reclamante “no tiene un lazo emocional estrecho con la obra” y que “en cambio, el cuadro es importante para el museo y sus visitantes”. Del derecho de propiedad, ni hablar.
“Luchando por la Justicia”, un informe oficial sobre la actuación del comité
Entretanto, el Ministerio de Cultura, a cargo de Ingrid van Engelshoven, ha emitido un informe en el que revisa la actuación del Comité de Restituciones, y lo hace en términos firmes.
El documento, cuyo equipo de redacción fue liderado por el veterano Jacob Kohnstamm, se titula “Luchando por la Justicia”. Al respecto ha expresado Kohnstamm: “Si es arte expropiado y existen herederos, los intereses del museo no deben siquiera ser tenidos en cuenta”.
En la misma línea, Gert-Jan van den Bergh, uno de los expertos consultados para la elaboración del reporte, se ha pronunciado diciendo: “Debemos volver al proceso de búsqueda de la verdad y no enredarnos en una atmósfera litigiosa”.
Es innegable que durante el período de ocupación nazi un número significativo de obras fueron vendidas bajo un disfraz de legalidad, sus propietarios forzados a subastarlas a precios viles.
En el caso que nos ocupa, el Kandinsky en cuestión habría sido adquirido en un remate por el Museo Stedelijk en octubre de 1940, unos cinco meses después de concretarse la invasión alemana. La operación se ubica pues en el período dentro del cual las ventas se interpretan forzadas, salvo prueba en contrario. Además, el valor de venta apenas alcanzó los 160 florines, contra los 500 por los cuales había sido adquirida en 1923, y ni siquiera existe evidencia alguna de que ese dinero haya llegado efectivamente al vendedor.
Lo público sobre lo privado, el interés sobre el derecho. ¿Y la verdad?
En respuesta a la resolución judicial que se volcó por la denegatoria de los derechos de los Lewenstein, James Palmer, fundador de Mondex Corporation, compañía especializada en la recuperación de obras de arte y que avala a los demandantes en el caso, ha afirmado que la sentencia del tribunal holandés no constituye más que una “segunda expoliación” del cuadro.
El Süddeutsche Zeitung ya había hecho referencia a dicho sesgo en su oportunidad, resumiendo en su conclusión que simplemente el cuadro era “demasiado lindo para devolverlo”
Entretanto, Marie-Jose Raven, vocera del Museo, explicó que la entidad está dispuesta a agregar un cartelito junto a la obra que explique su compleja historia. Pero, superada su incredulidad inicial, el abogado Axel Hagedorn, quien defiende los intereses de los herederos, ya ha adelantado que la decisión será apelada.
En definitiva, si reconducimos el conflicto a su esencia, estamos, nuevamente, ante la clásica disyuntiva entre los derechos individuales y el poder estatal. Una nueva edición de “David contra Goliat”.