EnglishPortuguêsDurante septiembre de 1992, los jóvenes de las principales ciudades de Brasil llevaron sus voces democráticas a las calles. Los llamados “caras pintadas” llenaron las calles con esperanza en sus ojos, y el deseo de un futuro mucho mejor. Lo que mis compañeros jóvenes brasileños pedían era la destitución del entonces presidente, Fernando Collor de Melo, y se salieron con la suya.
Yo no estaba en Brasil en este momento, pero recuerdo ver las noticias en la televisión francesa, en la casa de mi abuela, mientras estaba de vacaciones en Europa. Recuerdo el sentimiento de gran satisfacción, y mi deseo de estar allí y ser parte del cambio histórico en mi país.
Una ola de optimismo llenó a nuestra generación. La democracia le había ganado a la corrupción, y juntos, como una sola voz, podríamos cambiar nuestro futuro y escribir una nueva historia en la política brasileña. O eso fue lo que pensamos.
Ahora, pensándolo de nuevo, me pregunto: ¿serán las medidas radicales, como el juicio político, realmente la solución duradera que necesitamos? Porque una vez más vemos a millones de brasileños que piden la destitución de la presidenta, Dilma Rousseff. Y ahora tenemos redes sociales, que están llenas de demandas para que Dilma deje el cargo.
Me pregunto si algunas de estas voces son las mismas que escuchamos en 1992, pensando que con un juicio político y la destitución de presidentes, podríamos detener con éxito la corrupción. Después que destituimos a un presidente a causa de la corrupción, ahora queremos acusar a otro presidente por la misma razón 23 años después.
Queremos un cambio, pero la herramienta de cambio ha demostrado ser inefectiva. Nuestros procesos democráticos no han tenido éxito en detener la corrupción. Altos funcionarios del gobierno pueden ir y venir, pero si el sistema subyacente no cambia, no hay ningún punto en otro juicio político más. La historia nos lo ha demostrado.
Al analizar el caso de Petrobras, tenemos la sensación de que la falta de Estado de Derecho no sólo desestabiliza el país económica y políticamente, sino que también favorece la impunidad. Cada día, los brasileños escuchan que los altos funcionarios públicos participan en escándalos de corrupción con impunidad, en la medida en que se han habituado a ella. Cuando nos encontramos con que el mismo expresidente acusado ahora se sienta en el Senado, realmente debemos cuestionar nuestro sistema político, en lugar de pedir que se arregle él mismo.
Brasil es un gigante que nunca ha llegado a su máximo potencial. Las estructuras de corrupción se han vuelto muy sofisticadas y atrincheradas en la burocracia. Esto ha frenando el desarrollo y el crecimiento económico desde hace muchos años.
Esta falta del imperio de la ley es algo que persigue no sólo a Brasil, sino también a América Latina en conjunto. Se puede argumentar que este es el legado del imperialismo explotador europeo, lo que llevó a un gobierno visto como un juego de suma cero para enriquecer y empoderar a sus jugadores.
Por lo tanto, con esto en mente debemos preguntarnos, ¿hay algo nuevo que podamos hacer para tratar de romper el legado de la corrupción?
Los hondureños creen que sí. Con la formulación de la ley orgánica de las ZEDEs, permitida por cambios constitucionales, y la creación y desarrollo de pequeñas zonas autónomas en todo el país, los hondureños quieren crear un futuro diferente.
Estas zonas especiales tienen por objeto tener un fuerte Estado de Derecho, mercados auténticamente libres, y la transparencia del gobierno dentro de sus áreas. Estas pequeñas áreas pueden tener un impacto significativo, a pesar de que pueden ser un tercio del 1% de la superficie terrestre del país.
El panorama general es que estos lugares serán zonas económicas vibrantes que compiten entre sí, donde los ciudadanos podrán votar con sus pies. Ellos tendrán libertad económica, y serán capaces de atraer a los inversores internacionales con un estado de derecho sólido como una piedra. Al igual que con las zonas económicas especiales de China, impulsarán el crecimiento económico y, en el modelo ZEDE, fomentarán la transparencia en el comercio y el gobierno.
La reforma política es muy posible, pero no inmediatamente para Brasil como un todo. En piezas pequeñas, diminutas fracciones de esta vasta tierra, la creación de pequeñas zonas autónomas romperán la burocracia intrínseca y alentarán el cambio que Brasil necesita ver.
Creo que este es un momento muy importante para Brasil, y para América Latina en conjunto. Los ciudadanos se están dando cuenta de que necesitamos una mayor transparencia en lo que respecta a la política, y que la región necesita verdadera innovación para hacer esto. El viejo sistema ha demostrado ser ineficiente, abierto a la corrupción y el abuso, y no puede ser confiable para reformarse a sí mismo.
La creación de pequeñas zonas autónomas no sólo es deseable, sino necesario para un futuro más próspero, la igualdad ante la ley, y como una manera efectiva de detener la corrupción en toda América Latina.
Editado por Fergus Hodgson. Traducido por Rebeca Morla.