El triple atentado terrorista de este jueves en el Aeropuerto Internacional de Kabul ha encendido las alertas en todo el mundo. La embajada de EE. UU. en la capital afgana ya lo había advertido horas antes, al declarar que existía un riesgo de ataque «inminente». Asimismo, aconsejó a la población «no acercarse a los accesos al aeropuerto» y «salir de inmediato». Frente a esto, varios países detuvieron las operaciones de evacuación, cuya fecha límite está fijada para el 31 de agosto.
Las explosiones cobraron la vida de al menos 73 personas. El Pentágono sospechaba del Estado Islámico de Khorasán (ISIS-K), que finalmente ese jueves se atribuyó el atentado.
La mano negra tras la masacre
El Estado Islámico de Khorasán, también conocido como ISIS-K, es la filial de ISIS en Afganistán. Se fundó en 2015, en pleno apogeo del ‘califato’ en Siria e Irak. En ese entonces, la organización era liderada por Abu Bakr al Baghdadi, quien en 2014 se autoproclamó califa de todos los musulmanes.
Durante ese período, la facción yihadista llegó a reunir entre 2500 a 8500 combatientes, muchos de ellos talibanes desencantados que aún vivían en Afganistán. Reportes más recientes del Consejo de Seguridad de la ONU indican que serían alrededor de 500 miembros activos en territorio afgano. No obstante, otro informe de la misma entidad calcula que sumaría entre 8000 y 10000 insurgentes en Asia Central, el Cáucaso ruso, Pakistán y Xinjiang (China).
Su actual líder ha sido identificado como Shabab al Muhajir, un experto en guerrilla urbana. La estrategia del grupo consiste en asentarse en zonas urbanas o suburbios y utilizar a jóvenes para cometer los ataques, en su mayoría suicidas. Según especialistas en Inteligencia, este modus operandi es similar al de otras organizaciones terroristas. Es por esto que se suele asociar al Estado Islámico de Khorasán con Al Qaeda o también con los talibanes.
Tal es la semejanza, que el expresidente afgano Ashraf Ghani, acusó en varias ocasiones a los talibanes de esconderse tras las operaciones del ISIS-K. Sin embargo, los fundamentalistas siempre lo negaron. Si bien ambas organizaciones comparten rasgos en común, la verdad es que viven en una constante rivalidad.
La rivalidad entre ISIS-K y los talibanes
Terrorismo, violencia y fundamentalismo islámico. Estos son los tres pilares que unen al Estado Islámico de Khorasán y al régimen talibán. Sin embargo, más allá de sus puntos de encuentro, ambas facciones tienen suficientes razones para considerarse enemigas. La principal y más evidente es su contraposición en el pacto establecido entre los talibanes y EE. UU.
El gobierno norteamericano y los insurgentes afganos habían firmado un acuerdo durante la Administración de Donald Trump para coordinar la salida de tropas de Afganistán. Sin embargo, Joe Biden no cumplió este pacto.
Frente a esto, Abú Hamza al Qurashi, portavoz de ISIS-K, denunció que el acuerdo buscaba ocultar la «actual alianza entre los apóstatas talibán y los cruzados para combatir al Estado Islámico». Del mismo modo, aseguró que este era un intento de los talibanes por establecer un «gobierno nacional» junto a otros «apóstatas».
Esta rencilla es la principal razón que esgrime EE. UU. para responsabilizar al Estado Islámico del atentado en las adyacencias al aeropuerto en Kabul.
No obstante, las diferencias van más allá de este factor. Mientras los talibanes son esencialmente nacionalistas, las aspiraciones de ISIS-K sobrepasan las fronteras de Afganistán. Tal como indica su nombre, el grupo armado busca reivindicar el Khorasán, una vasta región persa que comprende zonas de Irán, Afganistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. El último informe de julio de la ONU sobre esta materia reafirma esta vocación transnacional.
En él se señala que los extremistas se han ido desplazando a otras provincias como Nuristán, Badghis, Sari Pul, Baghlan, Badajsán, Kunduz y Kabul. Del mismo modo, el informe asegura que «los combatientes han formado células durmientes» en estos territorios.