Desde que los talibanes tomaron el poder en Afganistán, el régimen de Xi Jinping ha sido uno de los principales partidarios de mantener «relaciones amistosas» con los extremistas islámicos. «China es un país amigo y le damos la bienvenida para la reconstrucción y el desarrollo de Afganistán», expresó en una oportunidad el portavoz talibán, Suhail Shaheen.
La afinidad entre ambos grupos es incluso anterior al derrocamiento del presidente afgano, Ashraf Ghani, y no es casualidad. China es el mayor inversor extranjero en el país, por lo tanto necesita un Afganistán estable y seguro para satisfacer sus intereses. Según Jorge Malena, director del Programa Ejecutivo sobre China contemporánea de Argentina, el régimen asiático tiene puesto el foco en la economía y seguridad del territorio afgano.
El imperio chino en Afganistán
Durante los últimos cinco años, el régimen de Xi Jinping ha invertido considerablemente en la construcción de infraestructura de transporte y energía en Afganistán. Esto forma parte de su plan por instaurar la Nueva Ruta de la Seda, que permitiría a Pekín fortalecer el comercio con Asia Central y Medio Oriente. Además de extraer recursos naturales de la zona afgana. Este último punto es clave en el proyecto económico de Xi Jinping.
Afganistán posee grandes reservas de minerales, valoradas en más de tres billones de dólares, según estimaciones oficiales en 2017. Asimismo, cuenta con los mayores depósitos sin explotar de cobre, carbón, cobalto, litio, mercurio y oro. Estos yacimientos tendrían un valor aproximado de un billón de dólares.
Con los talibanes al mando y el retiro de las tropas de EEUU, el gigante asiático busca robustecer su influencia en la zona. Además de asegurar el buen desempeño de sus empresas en suelo afgano y desarrollar una estrategia geopolítica que favorezca sus intereses.
La amenaza terrorista
Horas después que los integristas islámicos se tomaran Kabul, China envío un contundente mensaje al régimen talibán en relación a la seguridad del país. Hua Chunying, vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, instó a a los talibanes a no convertir Afganistán en un «refugio para terroristas».
Del mismo modo, insistió en que rompieran relaciones con todo tipo de organizaciones terroristas internacionales. Esta advertencia iba dirigida especialmente al Movimiento Islámico del Turquestán Oriental (MITO), fuerza extremista islámica que opera en suelo afgano.
Esta agrupación cuenta con cientos de miembros activos, muchos de ellos radicados en la provincia afgana de Badakhshan, que limita a su vez con Xinjiang, una «región autónoma» de China. Beijing no ve con buenos ojos las operaciones del movimiento extremista en la zona, ya que pone en riesgo sus negocios e influencia. Incluso los considera una amenaza directa a su seguridad. No obstante, el temor del gigante asiático no es infundado.
La incógnita talibana
Según un reciente informe del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el MITO buscaría crear un estado independiente en Xinjiang. De esta forma, podrían facilitar el paso de combatientes hacia China a través de la frontera afgana. Los talibanes podrían detener su avance y afianzar su respaldo al régimen de Xi Jinping, sin embargo, sus intenciones no son del todo claras.
De acuerdo a Jorge Malena, en su columna para El Clarín, no se sabe si los talibanes tienen un poder real sobre los grupos insurgentes en Afganistán ni tampoco cuáles serán sus próximos movimientos. Por otra parte, los radicales afganos han afirmado que se mantendrán al margen de los asuntos internos de China en el territorio.