El Kiss Army se reunió una vez más. La adrenalina los consume, también la nostalgia. Los ves eufóricos, maquillados, emulando a sus ídolos y tarareando un par de temas mientras esperan por ellos. No ocultan su melancolía por la despedida que se avecina; al contrario, la abrazan con fuerza. Sazonan este sentimiento con algunos recuerdos sueltos de su juventud que se impregnaron de las canciones de Kiss, que hoy está de paso por Latinoamérica para decir adiós con su gira End Of The Road World Tour.
El cuarteto que forman Paul Stanley, Gene Simmons, Tommy Thayer y Eric Singer regresó a los escenarios para recordarle a sus seguidores el porqué se han mantenido como grandes exponentes del rock, a pesar del paso del tiempo. Ya fue el turno de Chile, luego le tocó a Buenos Aires, mientras toman un respiro para dirigirse a Brasil y otras locaciones. Allí llevarán la característica puesta en escena de la banda, cuyo tour hoy está impregnado con ese amargo sabor a despedida. Y es que ya son casi 50 años de carrera. Toca decir adiós al maquillaje, a la pirotecnia… aunque no a su buena música, mucho menos a su legado.
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El Kiss Army está consciente que hasta acá llegaron sus aventuras y Kiss… Kiss también lo sabe. Por eso, cuando la voz algo áspera de Paul Stanley llegó al micrófono —justo después de cantar Detroit Rock City y poner a vibrar el Campo Argentino de Polo en Buenos Aires con Shout it Out Loud— en ese momento que habló con los 50.000 “kisseros” que corearon sin parar cánticos de agradecimiento a la banda, entre sus palabras hubo un quiebre apenas perceptible. Es la vez número 11 que vienen a Argentina. Ellos saben que quizá no haya una próxima.
Encapsular cinco décadas de carrera en poco menos de 20 temas es una tarea compleja. Más si cuentas con solo dos horas. Sin embargo, Kiss logra hacerlo casi de forma quirúrgica. Cada tema es más vibrante que el anterior en compañías de las actuaciones que fueron el principal sello durante su carrera. Gene Simmons tenía su espada en llamas con I Love it Loud. Subió a una gran plataforma desde donde llevó a cabo su característico performance acompañado con sangre que iba escupiendo por todas partes y surge como preludio a God Of Thunder.
Eric Singer y Tommy Thayer también hicieron lo propio. Tanto en la batería como en la guitarra, respectivamente, cada uno exhibió un solo milimétricamente sincronizado. Más tarde, Paul Stanley iba en tirolesa hacia la audiencia para interpretar Love Gun y I Was Made for Loving You. En el ocaso del concierto llegó el piano para tocar Beth, y dar ese toque de una impecable balada justo antes de lo que todos ansiaban: Rock and Roll All Nite, el tema que selló la despedida.
Sin embargo, ocurre algo peculiar. Al apagarse los reflectores y leer en las pantallas “Kiss loves you, Buenos Aires”, los niveles de energía provocados por la intensidad envolvente de Kiss y su buen rock, bajan. Sabes que todo terminó. Eso sí, te vas con el pecho inflado. A pesar de todo, sabes que este encuentro era el recuerdo, la experiencia que querías.
El problema de decir adiós
La pandemia, que condenó al mundo a vivir bajo medidas inhumanas por más de dos años, se encargó de privar a muchos artistas de acercarse con su público. La gran mayoría de ellos aprovecharon este break para buscar una nueva forma de reencontrarse con sus seguidores. De ellos, los ejemplos sobran. Metallica regresa a Suramérica, Motley Crüe estará por Europa, al igual que Ville Valo, antiguo vocalista de HIM; solo por nombrar algunos. Guns N’ Roses visitará varios países de América Latina y Iron Maiden tiene una vasta agenda pautada hasta el año próximo. Todos buscan esa complicidad, para revitalizarse y seguir.
Sin embargo, Kiss se decantó por el retiro y se va por la puerta grande. Con este cierre que hicieron Stanley, Simmons, Thayer y Singer se quiere dejar tatuado un recuerdo que permee en el tiempo. Esta banda es una de las últimas de una generación que vio luz en los 70 y que no ha parado de rockear hasta estos días.
Hay algo muy cierto que en una oportunidad el escritor Carlos Flores me manifestó en una de esas conversaciones que se enfocan en dar su retrospectiva sobre el tema musical y es que el Rock and Roll queda para siempre, es cierto, pero, “la experiencia Kiss” en vivo, es lo que quizá futuras generaciones no van a ver. Ningún DVD o streaming de conciertos hace justicia a un show así. Este tipo de espectáculos hay que vivirlos, acercarse lo más que se pueda a sentir algo tan parecido como aquella fanaticada que quizá sin saberlo participó en Alive (1975), donde muchos vítores quedaron guardados.
En el rito de una despedida cualquiera solemos aferrarnos a una esperanza. Pensamos que un mínimo detalle, una pequeña pieza arreglará las cosas, las hará diferentes. Lo cierto es que, contrario a lo que todos tratan de edulcorar, realmente no hay una buena manera de decir adiós. Entonces, ¿qué hacer? La respuesta es sencilla: seguir rockeando. Hacerlo hasta el final, hacerlo till the fucking wheels come off, como en su momento lo dijo el icónico Hank Moody. De esta manera, tanto la música como los espectáculos de esta naturaleza permanecerán indelebles en el tiempo, a pesar de que sus creadores y también sus fanáticos ya no estén.