La joven venezolana que violaron este sábado, 23 de enero, no tiene zapatos. No tiene muchas cosas, claramente. Le arrebataron su paz, su seguridad, su poder de decisión, incluso me atrevo a decir que un trozo de su juventud. Le quitaron casi todo y entre esas cosas están sus zapatos. Eran los único que tenía. Los perdió cuando la sacaron descalza, drogada, luego de ser ultrajada y hallada a plena luz del día con la ropa rasgada, mal puesta, al borde de la inconsciencia.
La joven venezolana que violaron este sábado, 23 de enero, tampoco tiene tranquilidad. El violador, Irineo Humberto Garzón, el perpetrador del crimen que fue encontrado en flagrancia por efectivos policiales de la Ciudad de Buenos Aires, que grabaron y documentaron este hecho, está libre. La jueza Karina Zucconi, a pesar de que Garzón fue hallado junto a la víctima, con posesión de psicotrópicos, a pesar del riesgo de fuga, lo dejó ir con una fianza bajo palabra, una restricción de acercarse a la víctima y la imposición de presentarse en el juzgado.
La joven venezolana que violaron este sábado, 23 de enero, huyó de su país por las perversiones miles que había con las injusticias en aquel lugar de origen. Hoy, el sistema judicial de su nuevo hogar la defrauda también. ¿La causa? Irineo Humberto Garzón, de 35 años, su agresor, no presenta antecedentes penales. Para el sistema él puede ser juzgado en libertad. Para el sistema él no es peligroso.
La joven venezolana que violaron… Estas palabras parecen redundar en el texto, es como llover sobre mojado. Es cierto. Pero es necesario que se escuche, se respire, que se vea y se crea —luego de leerlo unas cuantas veces— para entender lo que ocurrió y cómo un sistema judicial como el argentino permite que un depredador de este tipo pueda estar suelto, a sus anchas. Hoy, en libertad puede estar cazando por las redes sociales a su próxima víctima. Tal como consiguió a esta, podría conseguir a otra. ¿Quién se lo impide? ¿La justicia argentina? Pues, no. Ya vemos que no.
Exhibir las cicatrices para hacer que el caso importe
La historia de esta joven ya todos la sabemos. Respondió un aviso en Facebook y contactó al empleador. Necesitaba trabajo. Es una inmigrante, cuyo padre sufrió recientemente un accidente cerebrovascular hace pocas semanas. Fue un sábado a laborar en un local de uniformes en la calle paso al 600, en el centro de Capital Federal, no sin antes avisarle a su madre donde estaría.
Aceptó un vaso de agua de Garzón, luego se sintió mareada. Antes de recaer escribió a su madre y hermana afirmando que había sido drogada. La familia llega con la policía y la encuentran en las condiciones más decadentes que hay. Tirada detrás, en el depósito, balbuceando, mareada, la sacaron sin fuerzas en una silla de ruedas. Hay videos que lo prueban. Lo peor es que hay videos.
La jueza Zucconi decidió dejarlo libre, considerando todas las pruebas. Esta jueza ya es conocida por liberar a presuntos femicidas. Se le asocia al infame caso del asesinato de Marianela Rago, la estudiante de periodismo que en 2010 fue encontrada degollada y con 23 puñaladas en su departamento del barrio porteño de Balvanera. Zucconi sobreseyó el caso cinco veces, por considerar que no había pruebas para incriminar al entonces novio de la joven, según reportes de Clarín.
Esta jueza todavía está allí. Ejerce tranquilamente en el Juzgado n° 15 y puede mañana tomar otro caso así y guiarlo a los mismos resultados. Zucconi decidió que Garzón debía estar libre porque no presenta un prontuario, sino que esta es su primera falta. Incluso, a pesar de que según el Sistema Nacional de Ejecución de la Pena, citado por Infobae, hay más de 500 imputados con una primera imputación por abuso sexual o violación en el Servicio Penitenciario Federal, así como también más de 5000 en el sistema de cárceles bonaerense.
Entonces, ¿Qué hace a Garzón tan especial como para no procesarlo tras las rejas? Nadie lo entiende.
Lo grotesco del caso
La decisión de liberar a Garzón fue grotesca. Las reacciones en las redes y en todos los espacios no se hicieron esperar. Ahora, tras la presión nacional e internacional, esta libertad que hoy tiene será apelada tanto por la querellante, la madre de la joven, como por Fiscalía, según confirmaron fuentes del caso a Infobae.
Y es que el estupor por una liberación ha sido tal que todo venezolano ha puesto su granito de arena para que este caso se visibilice. Para que se entienda la magnitud de lo turbio que es el sistema de justicia argentino. Una nación conocida por sus altos índices de femicidios y casos de maltrato de género.
Ojalá el problema solo se redujera a encerrar a Garzón —que lo merece— pero no es así. El problema está en que miles de personas dentro y fuera de Argentina han tenido que causar presión y ruido a través de las redes sociales, han tenido que marchar, que gritar, que llorar, para que Zucconi hoy ceda a, por lo menos, darle una nueva revisión al caso y empezar llenarlo de agravantes para mantenerlo tras las rejas. Es inaudito eso.
Es decir, por cada joven que un depredador de esta naturaleza aceche y ultraje hay que hacer miles de reproducciones de videos. Tiene que salir en las redes, en los periódicos. Que se exponga a la familia al escarnio público, que se tenga que declarar no decenas sino centenas de veces para hacer algún tipo de ruido. ¿Es necesario repasar una y otra vez ese escenario para que de verdad las autoridades lo tomen en serio? ¿Es necesario exhibir tus cicatrices para que importe?
Eso no lo hace todo el mundo. No toda mujer, niña, adolescente e incluso hombre quiere mostrarse vulnerable después de haber sido asaltado sexualmente, no más de lo que ya lo hicieron. Esto suma una razón más para las personas que son abusadas y violadas callen. No denuncien. Se limiten. El violador quiebra a la víctima y la Justicia argentina, tibia en sus dictámenes, lo deja ir.
La justicia argentina en lugar de protegerlas, obliga a las víctimas a exponerse, a lucir sus heridas, a narrar y revisitar cada recuerdo, a dejarlo por escrito para la prensa, para ti, para mí, para todos. Y solo así, cuando el caso sea lo suficientemente estridente, ahí se acerca y revisa el caso de nuevo.
Producto de la presión que se hizo, hoy los obstáculos se van derrumbando poco a poco para encerrar a Garzón. Esto fue un caso atípico y su familia ha podido dar un grito por esta chica, pero… ¿Qué pasa con las que no pueden gritar? ¿Qué sucede con aquellas que no cuentan con herramientas con las que contó esta joven? Estos antecedentes, esta mancha negra de la Justicia argentina tristemente queda como una muestra palpable de que el sistema debe cambiar… Y no, no hacia la derecha o la izquierda. Eso no importa. No se trata de tomar esto como bandera política. Se trata de arreglar desde la médula algo que se ve absolutamente roto a los ojos del mundo.
Cuando la ficción encaja en el morbo de la realidad
Hay una película argentina extraordinaria. Se llama “El secreto de sus ojos”. En el film, el actor Ricardo Darín en una de sus impecables interpretaciones, da vida a un agente judicial y va tras un violador. En una escena en particular Darín habla con el esposo de la víctima y le explica con resignación que en Argentina no hay pena de muerte.
El esposo le dice: “No, yo no quiero que (el violador) muera. Le pones una inyección y se queda dormido de lo más pancho. Yo quiero que viva y que viva encerrado muchos años. Para que se dé cuenta que esos años estuvieron llenos de nada”. Quizá es muy gallardo, pedir algo así. Habría que estar en los zapatos de esa persona.
Sin embargo, la muerte no es la solución para estos individuos. Desearla tampoco, te convierte en alguien con un sentimiento tan oscuro como el que tuvo el atacante. Pero… verlo tras las rejas, esperar por su condena. Su encierro. Lo que le viene. El gran castigo cerca, eso sí es necesario. El infierno está acá. Esto no es venganza, sino justicia. Aquí se hace, aquí se paga. Es lo mínimo que se pide ante una situación de esta naturaleza.