Para algunos, en nombre de la paz todo es válido… hasta justificar la muerte. Han hecho de esta la prostituta que se trae a la palestra cuando es necesaria para justificar actos igual de repugnantes que los que se dan en la guerra. En Colombia, la paz ya perdió su significado. Ser víctima perdió su significado. La justicia perdió su significado. Y ser un asesino es ahora, para algunos, un ejemplo a seguir.
Por estos días, en nombre de la paz se hace frívolos monumentos, como el de Doris Salcedo; pronunciamientos llenos de vacío, como los de Timochenko e Iván Márquez; marchas, como las lideradas por las FARC, el Partido Comunista, entre otros; se promulgan sentencias que terminan abriendo huecos en la institucionalidad colombiana y se ruega por el resurgimiento de asesinos tan crueles como Carlos Castaño para que traigan “orden” al país.
Resulta que en nombre de la paz, los asesinatos, las masacres, las violaciones, la trata de personas, los secuestros, las desapariciones forzadas (entre otras decenas de crímenes cometidos por los integrantes de las FARC) deben quedar impunes. También se pide olvidar el pasado para alcanzar un estado de paz que será inalcanzable si se cimienta sobre huesos y sangre.
Estamos llenos de pasado, porque es este el que nos conforma como seres humanos. Por eso no pueden pretender que olvidemos lo inolvidable y que perdonemos lo imperdonable. No pueden pretender que quienes dieron la orden de cortar cabezas y lanzar cilindros de gas contra iglesias llenas de personas caminen por las calles del país como si ellos hubieran construido una nación llena de amor y esperanza.
La paz no lo vale todo, ni la impunidad de los jefes guerrilleros de las FARC, quienes ordenaron el asesinato de miles de personas (porque ningún integrante del secretariado de las FARC llegó allí por tener las manos limpias de sangre y coca), ni considerar como modelos a seguir a personas como Castaño, quien no le vio problema alguno a eliminar a todo aquel que consideraba desechable.
Hoy en Colombia se celebra el pronunciamiento de la JEP sobre el caso Santrich y se vuelve tendencia en redes sociales el nombre de Carlos Castaño. ¿No es esto un síntoma que revela que parte del país está enfermo? ¿No revela esto que hay una completa incoherencia entre los argumentos que se blanden para justificar las erróneas acciones que supuestamente llevan a la paz, tal como lo quieren hacer ver algunos?
Muchos de los que hace 14 años condenaron la presencia de los líderes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en el Congreso fueron los mismo que hace pocos años permitieron que asesinos de lesa humanidad se juramentaran como congresistas de Colombia. Muchos de quienes critican la presencia de asesinos en el Congreso son los que hoy invocan el nombre de Castaño como un ejemplo a seguir.
¿Qué diferencia hay entre un asesino con un estandarte de las FARC y un asesino con uno de las AUC? Ninguna. La condena ante la ley debe ser la misma para unos y otros. Y, principalmente, la repulsión hacia ellos debe ser igual de fuerte por parte de toda la sociedad.
Quien excuse la sangre derramada por alguno de estos dos grupos, o quien vea como asesinos redimidos que buscan la paz a sus líderes, o es profundamente ignorante y sigue transitando por la edad lírica, tal como llama Milan Kundera a la juventud, o es profundamente cruel y egoísta. Lastimosamente, creo que quienes miran a los ojos a las víctimas y les piden, casi exigiéndoles, perdón y olvido, están más sumidos en la crueldad que en la ignorancia.
Celebrar la orden de libertad de un asesino, como lo es Santrich, e invocar el nombre de un masacrador, como lo fue Castaño, es igual de repugnante que celebrar la libertad de Luis Alfredo Garavito o invocar a Hitler como referente de la ética.