EnglishReflexionar acerca de la Venezuela contemporánea es como hacer una crónica del absurdo. La verdad es que los venezolanos hemos perdido en alguna medida nuestra capacidad para el asombro. Nos hemos venido acondicionando para un escenario que cada día es más grotesco y violento.
Así el problema más crucial que enfrentamos está, sin duda, referido a la construcción de un espacio para la convivencia colectiva en el cual entremos todos, donde se respeten las diferencias y procedamos de manera civilizada. Parafraseando al gran Cantinflas: Los venezolanos no actuamos como caballeros, sino como lo que somos… Quizás sea por eso que el odio, la intolerancia y el miedo se han posicionado en el ámbito de nuestras interacciones de carácter público.
No es casual encontrarnos con un insulto desplegado desde alguna magistratura. Así, desde el poder se nos insulta y se nos amenaza. Se habla de una concepción de la paz que nace en el ejercicio innoble de “doblar el espinazo”. Se acusa a los opositores de estar tarifados “por el imperio”, de ser agentes de potencias extranjeras, de recibir dólares desde los rincones más oscuros del capitalismo. Se nos solicita que dejemos de pensar por nosotros mismos, que estructuremos una mirada del mundo tamizada desde la prédica ideológica de esta religión civil desde la cual se nos gobierna.
Los venezolanos nos enfrentamos a un apartheid político en el cual las divisiones están trazadas, no desde la lógica racial, sino desde una igual de perversa: se persigue al pensamiento libre, se acusa a quienes manifiestan una postura crítica y se criminaliza la protesta.
Las religiones no permiten que se discutan las verdades reveladas, éstas son consideradas “actos de fe”, que son aceptados sin chistar por los iniciados. Uno debe recordar cómo a lo largo de la historia estas han lanzado guerras y destruido a los infieles en el intento de “salvar sus almas”. No en vano, en la Edad Media el castigo del cuerpo era considerado un acto de purificación. Se pensaba que el dolor físico redimía los pecados del alma. Pero, guardemos las distancias, por supuesto que los tiempos han cambiado. A nadie se le ocurriría utilizar el garrote vil en contra de algún paisano. En nuestros tiempos, y en un país como este, basta con declararlo enemigo de la patria.
Se nos pide que veamos al mundo desde una sola perspectiva, de allí que, en paralelo, estemos viviendo un largo proceso de cooptación del espacio público. En realidad, tendríamos que decir que los venezolanos de estos tiempos hemos atestiguado una reducción de la discusión pública de las ideas. Esto se pone de manifiesto en la disminución de programas de opinión, en el cierre de estaciones de radio y televisión, en las limitaciones que se han impuesto a la prensa privada para la adquisición de papel periódico, en el retiro de publicidad oficial de los medios privados, y en las dificultades que enfrentan los periodistas para acceder a los funcionarios públicos en busca de información oficial.
El silencio es una de las características principales del autoritarismo. Una de las fortalezas fundamentales de las sociedades democráticas está precisamente en la existencia de múltiples voces que se contraponen y desde las cuales se construyen argumentos y se definen puntos diversos acerca de diferentes asuntos.
Hemos sido testigos del silenciamiento del espacio colectivo, la sustitución de una multiplicidad de voces, por una presencia que se impone a través del personalismo, el culto religioso y la propaganda.
En democracia uno no puede hablar de la existencia de verdades absolutas, ni puede intentar imponerlas por vía de la represión, o de la propaganda. En una sociedad democrática, los funcionarios públicos entienden que se encuentran sometidos al escrutinio de los demás, que sus acciones son del dominio público y que deben rendir cuentas de sus acciones. Por eso llama la atención la sensibilidad excesiva con la que nuestros servidores públicos se enfrentan a la crítica y a la discusión de sus acciones. Algunos de ellos tienen lo que podemos llamar “piel de princesa”, lo que los hace incapaces de recibir el arañazo de la crítica y la reflexión.
Nuestra lógica rentística ha convertido a ciudadanos en clientes —que son atendidos por medio de la acción estatal— y a los funcionarios en mandantes. Se trata de una perversión terrible que afecta la viabilidad democrática de nuestra convivencia colectiva, que cuestiona la existencia de un proyecto de país que permita incluirnos a todos, que limita la posibilidad del encuentro y la reconciliación entre los venezolanos después de tres lustros de polarización.
En realidad hemos sido testigos del silenciamiento del espacio colectivo, la sustitución de una multiplicidad de voces, por una presencia que se impone a través del personalismo, el culto religioso y la propaganda. Todo el Aparato del Estado moviliza sus recursos para convertir la figura de Chávez en una figura omnipresente. En el discurso oficial Chávez es el equivalente a Bolívar, es el Comandante Eterno, es el líder máximo. Se trata de un efecto catalizador por medio del cual se intenta mediar en el descontento que cada día crece entre los venezolanos como resultado de la ineficiencia gubernamental, la corrupción y el abuso del poder.
Se nos promete la felicidad eterna, la llegada al paraíso terrenal. Lamentablemente, hasta ahora, solo hemos vivido el sacrificio sin redención. Al menos es lo que uno siente en una sociedad que se encuentra sometida por el hampa, que no recoge eficientemente la basura, que es víctima de la delincuencia, que no tiene presupuesto para las universidades, que ha visto destruirse sus capacidades productivas, pare usted de contar.
Un país en el cual el jefe de Estado se preocupa por una caricatura publicada en un periódico regional es un país que se encuentra en problemas.
Los venezolanos vivimos bajo la lógica del absurdo. Así, el país con mayores reservas probadas de crudo importa petróleo liviano; importamos perniles navideños, pero no tenemos medicinas suficientes para atender la demanda de enfermos de cáncer, SIDA o hipertensión; contratamos con los chinos el lanzamiento de satélites al espacio, pero no somos capaces de cubrir la demanda de pollos con producción nacional; gastamos millones de bolívares en programas de salud, pero no tenemos estadísticas sobre el impacto de los mismos; tenemos dólares preferenciales para el béisbol, pero no para los estudiantes en el exterior. Un país en el cual el jefe de Estado se preocupa por una caricatura publicada en un periódico regional es un país que se encuentra en problemas, nada bueno puede salir de semejante muestra de intolerancia.
En política “los deseos no preñan”, no basta con desear que las cosas funcionen para que en efecto lo hagan. Nuestro Gobierno hace discursos pero no administra, al menos no lo hace eficientemente. Los venezolanos nos encontramos frente al absurdo de un Estado inmensamente rico que nos ha llevado a la destrucción nacional, a la pérdida de los espacios para la convivencia colectiva y a la pobreza.