EnglishDurante las últimas semanas hemos asistido a lo que quizás sea uno de los momentos más bajos de la historia de la Organización de Estados Americanos (OEA) como organismo garante “de paz entre sus Estados Miembros y de seguridad para el continente” así como en su misión manifiesta de “ser baluarte de la libertad del hombre y de la independencia de las naciones”.
Como dijera Alberto Lleras Camargo, su primer Secretario General, “la OEA no será ni más ni menos de lo que sus Estados Miembros quieren que sea”. Concepto reforzando recientemente por su actual Secretario General, José Miguel Insulza, quien en entrevista a CNN colocó la responsabilidad y críticas a la OEA sobre los gobiernos de los países miembros. “Sobre ellos recae la voluntad de actuar de uno u otro modo” dijo Insulza.
Más allá de lo que ocurrió en Washington el pasado 21 de marzo, cuando los países miembros de la OEA negaron la posibilidad a representantes de la oposición venezolana de ser escuchado en sesión pública para luego, en sesión privada, concederles escasos minutos; la verdadera crisis, además de en Venezuela, está en la política exterior de sus países aliados en el continente.
En cada uno de estos países, desde la vecina Colombia hasta la potencia regional, Brasil, pasando por aliados ideológicos, herederos y benefactores de Chávez, sus gobiernos no se atreven a reconocer que la democracia no se limita a la celebración de elecciones, ni su defensa requiere tan solo la simple condena a golpes de Estado, sino que debe comprender principios de igualdad de derechos, defensa de las libertades individuales, mínimos estándares de gobernabilidad, separación de poderes, libertad de expresión y, particularmente, la defensa de los derechos humanos.
Todo lo anterior lleva al cuestionamiento de la utilidad de la Organización de Estados Americanos como verdadera instancia colectiva y foro de planteamiento de posiciones políticas diversas, y no como una estructura burocrática obsoleta, que funciona de espaldas a las realidades contemporáneas de sus países miembros.
Desde el inicio de las protestas hasta el momento se han registrado en Venezuela 39 asesinatos, 559 heridos, 2.020 detenciones de manifestantes —de los cuales 89 continúan presos— y más de 50 casos de denuncias de torturas avaladas por organismos de derechos humanos. Los casos de violaciones a los derechos humanos han sido documentados extensamente, tanto por ciudadanos de a pie que han registrado y publicado en redes sociales fotos y vídeos de lo excesos de las fuerzas de represión, como por organismos no gubernamentales y prensa internacional.
La semana pasada, además, 96 ex jefes de Estado y de gobierno suscribieron un documento condenando “la represión desproporcionada, la escalada de violencia y el rápido deterioro de la situación de los derechos humanos” en Venezuela y pidieron al gobierno de Nicolás Maduro que cese la criminalización de las protestas.
Sin embargo, nada de eso parece impactar el apoyo o tibio llamado a diálogo de los gobiernos de la región, cuyos líderes sufrieron en carne propia las dictaduras latinoamericanas de los años 70. Dilma Roussef (Brasil), Michelle Bachelet (Chile), Cristina Kirchner (Argentina) y Pepe Mujica (Uruguay), por solo nombrar cuatro de los casos más emblemáticos, fueron víctimas directas de una represión que utilizó métodos similares a los que hoy vemos en Venezuela.
Sin embargo, parece más fácil olvidar, callar o descalificar. Los argumentos ideológicos también abundan y dan cuenta de una izquierda latinoamericana que se quedó estacionada. Que no ha evolucionado y echa mano de viejas consignas de lucha a conveniencia. A propósito de ello, en un reciente artículo en el portal pro-gobierno Venezolano “Aporrea”, firmado por Lauren Caballero y titulado “En respuesta a un funcionario norteamericano”, se habla de los “gobiernos verdaderamente totalitarios” como aquellos que “usaron la violencia y la opresión… bajo el auspicio y la protección de los gobiernos de Estados Unidos”. En esta exposición se consideran las diferentes dictaduras de derecha como las “verdaderamente totalitarias”, aunque en términos prácticos los métodos de represión ahora sean los mismos.
“La crisis de Venezuela es profunda e incierta hoy, pero viene a descubrir otra crisis, quizás más profunda y aún más incierta de cara al futuro: la de la izquierda latinoamericana, perdida intelectualmente y abrumada por una hipocresía casi inimaginable, una verdadera crisis de identidad” escribió recientemente el profesor de la Universidad de Georgetown, Hector E. Schamis, en un artículo publicado en el diario El País.
El tema ha suscitado también un sin numero de comentarios y críticas en redes sociales y varias campañas espontáneas han cobrado vigor a través de las redes. Una de estas campañas, realizada por una joven diseñadora gráfica venezolana, bajo el nombre @_calavera_ en Twitter, presenta de manera gráfica la doble moralidad ante la represión de entonces en sus países y ahora en Venezuela, de los mandatarios Cristina Fernández (Argentina), Daniel Ortega (Nicaragua), Dilma Rousseff (Brasil), Evo Morales (Bolivia), José Mujica (Uruguay) y Michelle Bachelet (Chile).
La campaña no sólo fue divulgada en Venezuela sino también fue reseñada en la revista Veja de Brasil, en el diario El Cronista de Argentina, en El País de Uruguay, Caracol (Colombia), Cable Noticias, NTN24, El Comercio de Perú, entre otros medios. Según su creadora “fue exitosa y ha permitido que muchas personas abrieran los ojos y se dieran cuenta de lo que está pasando en Venezuela”.
Lamentablemente, ha pasado más de un mes, la pregunta sigue vigente y deja al descubierto una profunda crisis de valores en los gobiernos de la región. ¿Cuántos muertos más hacen falta para que América reaccione? Otra campaña, que también se hizo eco de la situación durante los primeros días de protestas, fue realizada por un grupo de creativos venezolanos en el exterior. Con el mensaje “Yo condeno la violación a los Derechos Humanos en Venezuela” y la imagen de varios mandatarios de la región seguida del comentario: ¿Cuántos muertos más hacen falta para que América reaccione?