Las amenazas en forma de advertencia de Rusia a Colombia por su presunta implicación militar en la crisis venezolana, pone de nuevo en el tapete el papel que el gobierno de Putin ejerce en Venezuela desde tiempos de Hugo Chávez, acrecentadas exponencialmente con Nicolás Maduro. Esto nos obliga a reflexionar sobre cuáles serían los límites de tal actuación y sus consecuencias geopolíticas, habida cuenta de la siempre confrontación del régimen ruso con Occidente, en particular con los Estados Unidos.
Para nadie es un secreto que luego del desmembramiento de la Unión Soviética y la llegada de Vladimir Putin a la cabeza de Rusia, el mandatario no oculta sus deseos de revivir lo que un día fue el imperio soviético, y no se aleja de la mente del alto dirigente del Kremlin el reto de competir “de tú a tú”, otra vez, con la primera potencia mundial. Esto explica los pasos que ha venido dando en su acercamiento al “patio trasero de los Estados Unidos”, en especial hacia Venezuela, Bolivia y Nicaragua, sin mencionar a Cuba, que es ya vieja historia.
En lo que a Venezuela refiere, ya desde la época de Chávez Rusia incrementó notablemente su presencia, en buena parte porque el teniente coronel quiso siempre aprovechar la tradicional rivalidad ruso-norteamericana para sus propios enfrentamientos contra los Estados Unidos, al que convirtió en su principal blanco y enemigo. Por ello, aumentó considerablemente la compra de armamento y material bélico diverso, incluidos aviones de combate, helicópteros, sistemas antiaéreos y tanques, al tiempo que abrió el país para la inversión rusa, pública y privada, especialmente en las áreas petroleras y mineras.
Sin embargo, nada en comparación con los niveles que ha alcanzado la relación (que incluso me atrevería a calificar de dependencia) a la que ha llegado el régimen de Maduro con la Rusia de Putin. Más allá de la cercanía ideológica, que sin dudas existe, el pupilo de Chávez acrecentó los préstamos rusos para sostener su régimen, aun cuando no es posible dar cifras exactas, dada la opacidad de todos los acuerdos a los que llega la Venezuela actual. Algunos analistas hablan de una deuda de unos 17 000 millones de dólares en créditos para compra de armamento y dinero fresco que requiere para sus compromisos de compra de conciencias en el país, en forma de bonos y reparto de alimentos para las huestes chavistas.
De igual forma, Maduro ha otorgado a Rusia algunos de los mejores yacimientos petroleros del país como parte del pago de su cuantiosa deuda y vendió el 49 % de las acciones de la empresa Citgo, una subsidiaria de PDVSA asentada en los Estados Unidos, que posee una muy extensa red de estaciones de servicios en suelo norteamericano.
Por si fuera poco, de acuerdo con despachos de la agencia de noticias AFP, a finales del pasado mes de enero de 2019, 400 mercenarios, exsoldados rusos, aterrizaron en Venezuela con la misión de proteger a Maduro y su régimen, justo cuando surgió la figura de Juan Guaidó, que ha sido reconocido como presidente interino de Venezuela por más de 50 países y quien lidera la lucha para obligar al tirano a dejar el puesto que usurpa.
Esta estrecha relación entre Putin y Maduro llegó a su punto culmen el pasado 26 de marzo, con el arribo al aeropuerto de Maiquetía de dos aviones con cerca de un centenar de militares rusos y 35 toneladas de material que al día de hoy no ha sido especificado, lo que produjo no solo las alarmas en medios opositores en el país, sino que concitó fuerte repudio del presidente estadounidense Donald Trump, quien pidió la retirada de Rusia de Venezuela.
La administración Trump han calificando la acción de una “desafortunada provocación” que no dejará a los Estados Unidos de brazos cruzados. Muchos sospechan que Putin pudiera instalar misiles en Venezuela. La reacción del Kremlin vino de inmediato, por parte del embajador ruso ante las Naciones Unidas, Dimitri Polyanskiy, quien aseveró que “no depende de Estados Unidos decidir las acciones y el destino de otros países. Solo depende de la gente de Venezuela y su único presidente legítimo, Nicolás Maduro”.
Este decidido apoyo ruso al cuestionado dictador venezolano es lo que ha alertado a la mayoría de las naciones latinoamericanas, si bien hasta el momento no se ha producido una reacción unánime de clara repulsa como la que a nuestro parecer debió haberse dado por parte del conglomerado de los países del continente . La excepción es Colombia, uno de los países más perjudicados con esta incursión de soldados rusos en tierras venezolanas, y el Grupo de Lima, que lanzó un comunicado en el cual manifestaron su preocupación y condenaron “cualquier provocación o despliegue militar que amenace la paz y la seguridad en la región”.
Algo está claro: Rusia tiene mucho que perder si Maduro deja el poder. Venezuela es su principal aliado en tierras americanas, está a pocas horas de vuelo de su primordial contendor, los Estados Unidos, y ha invertido mucho dinero en el país suramericano que podría no recuperar si la lucha desplegada valientemente por Juan Guaidó logra, como esperamos, desalojar a Maduro de Miraflores. Los rusos saben que los convenios alcanzados no tienen la aprobación de la Asamblea Nacional y por ello no son legales ni serán reconocidos, de allí que han sido enfáticos en declarar “legítimo” al régimen de Maduro.
¿Pero hasta dónde están dispuestos a llegar por defenderlo? ¿Se implicarían militarmente como en Siria? ¿Revivirán la crisis de los misiles cubanos? Y ¿cuál sería la reacción de Donald Trump? Todos los escenarios están por verse. Pero no parece que la sangre llegue al río.
En mi opinión, los rusos están jugando duro con el objetivo fundamental de subirle el costo a los Estados Unidos y los otros aliados de la democracia venezolana ante una muy probable negociación para la salida de Maduro y sus huestes del poder -incluidos los cubanos- que hoy usurpan y que saben que, tarde o temprano, tendran que entregar.