Es obvio que la administración de Donald Trump viene construyendo un nuevo acercamiento con América Latina como, entre numerosos hechos y palabras, lo acaba de demostrar el recién periplo regional, el tercero que efectúa, el vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence.
Esta vez visitó Brasil, Ecuador y Guatemala y allí planteo una vez más los principales asuntos de esa agenda de acercamiento: además de aquellos correspondientes a la relación bilateral en áreas de interés mutuo, el de la migración y refugiados latinoamericanos hacia EE.UU y otros países – en particular explicó la política “de tolerancia cero” de su gobierno-, y el de la defensa de la democracia y acción mancomunada intercontinental hacia regímenes antidemocráticos, especialmente hacia el de Venezuela.
Incluso en el Ecuador de la izquierda moderada, anticorreista de Lenin Moreno, Pence solicitó “respetuosamente” a que tomara pasos para aislar el régimen de Maduro “aún más”.
Pero, muchos nos preguntamos, ante la llegada de la izquierda en México con la reciente victoria presidencial de Andrés Manuel López Obrador, ¿podrá seguir la administración Trump con esa agenda prioritaria de política exterior hacia América Latina?. Aunque el populismo de AMLO luce más tradicional y conservador que el del comunismo cubano y los del mal llamado “socialistas del siglo XXI” y asimismo aun cuando las instituciones mexicanas y la sociedad civil –en particular el sector empresarial- parecen más fuertes que las de esos países, ¿no se verá la agenda regional estadounidense trastocada?
De entrada, es ostensible que el nacionalismo de López Obrador le enfrentará con las posiciones y acciones también ultranacionalistas de Donald Trump en el tema de la migración interna y externa, por más que el mismo presidente Trump tras el triunfo de su vecino más importante le haya tendido la mano diciéndole “Espero con ansias trabajar con él. ¡Hay mucho por hacer que beneficiará tanto a los Estados Unidos como a México!”. Es cuestión de tiempo el choque entre ambos populistas. Y esto seguramente avivará la bandera patria y el sentimiento nacionalista regional frente al “imperio”.
Le será entonces más difícil a los estadounidenses hacer entender a América Latina su política migratoria, así como su prioridad de aislar a régimen castrochavista de Nicolás Maduro en forma conjunta con el resto de la región, sobre todo desde la OEA; aislamiento que hasta ahora ha sido relativamente débil en comparación con el que han planteado muchos demócratas dada la naturaleza dictatorial, de un Estado narco terrorista y mafioso, al que ha llegado el venezolano.
Ningún país latinoamericano, por más democrático que se diga, no ha tomado tantas sanciones unilaterales como los EE.UU. Pese a sus significativos esfuerzos, ni siquiera los miembros del Grupo de Lima han logrado un “cordón profiláctico” en torno a la dictadura venezolana como se esperaba.
No me extrañaría que fuera el mismo López Obrador, el primer presidente elegido habiendo sido postulado por un movimiento de izquierda y que gobernará con esa plataforma, quien inicie un movimiento crítico, alternativo al Grupo de Lima, en contra de la política internacional estadounidense, otorgándole los primeros puestos al no aislamiento y la no intervención en los asuntos internos de Venezuela, Cuba, Nicaragua y demás. Ello a pesar que durante la campaña electoral el entonces candidato insistió en que en nada se parecía a Hugo Chávez ni quería destruir a México como aquél y Maduro en su país.
Después de todo, no nos olvidemos, que no solo el presidente electo de Morena, sino los mexicanos en general cuentan con una larga y robusta trayectoria de defensa a los principios de autodeterminación y soberanía, entendidos en sus términos más caducos, nada que ver con las concepciones modernas del mundo globalizado de hoy. Vale la pena observar el programa de gobierno de López Obrador en este sentido y en todo lo que establece sobre una futura política exterior.
Por supuesto, no parece que AMLO llegue a transformarse en un líder con pretensiones de destrucción del sistema interamericano y creación de un proyecto internacional radical al estilo de Hugo Chávez, Lula Da Silva o Rafael Correa. No tendrá ni los recursos económicos para esa empresa ni el apoyo popular interno (tiene que gobernar en coalición, en especial en el Legislativo), ni tampoco las favorables circunstancias políticas regionales de las cuales aquellos sí gozaron.
Además, no parece tener él la ambición internacionalista de sus colegas latinoamericanos de izquierda; él luce más pragmático y centrado en cambiar a su país como dice su lema “México Primero” y de la necesidad de diversificar sus relaciones con el mundo.
Como luchador social de trayectoria, preferirá, al menos inicialmente, cumplir sus promesas de campaña y tratar de solucionar los múltiples y gruesos problemas de mafias, narcotráfico, corrupción, pobreza y desigualdades sociales que sufre su país. Su experiencia como político y como Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, así parecen demostrarlo.
Pero eso no impide que desarrolle una política exterior más cercana y, hasta ciertos límites, aliada con los neocomunistas y demás izquierdistas latinoamericanos, al tiempo que de confrontación con el “enemigo” histórico. Por ello, antes que esta realidad trastoque la agenda de la política de los EE.UU hacia América Latina, Trump, Pence, Pompeo y demás del equipo internacional deberían aprovechar de ajustarla, incluso de enmendarla y ampliarla en ciertos aspectos sobre todo en cuanto a la política migratoria interna y externa.
Los intereses nacionales estadounidenses que deben ser respetados como los de cualquier otra nación, muy bien pueden alinearse con los demás países y aliados democráticos del continente, entendiendo desde una perspectiva más amplia problemas como el del narcotráfico, la migración, la seguridad, etc.
También debería ser más coherente y principista, menos asimétrica, frente a la región. Por ejemplo, metiendo en el mismo saco de sanciones y demás medidas unilaterales contundentes –como las que ha tomado hacia el régimen venezolano- a los mafiosos de Cuba y Nicaragua y demás.
Solo así podrá los EE.UU enfrentar de forma más inteligente y efectiva la política exterior anti (veremos hasta qué magnitud y asuntos) de AMLO y terminar de convencer a los demás aliados democráticos, desde Canadá a Argentina, pasando por los centroamericanos, a una verdadera posición común de aislamiento a los regímenes neocomunistas y autoritarios, y de defensa a las libertades y derechos establecidos en la carta de la OEA y en sus respectivas constituciones nacionales.