Lo primero que hay que preguntarse ante el recién creado partido político de los ex guerrilleros de las antiguas FARC, la nueva Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, como decidió denominarse para no dejar de lado las famosas siglas que representaron 53 años de violencia y asesinatos, es si es creíble su actual discurso de defensores de la democracia liberal, como el mismo Iván Márquez afirmó, y si jugarán limpio con las reglas democráticas en la hipótesis de un eventual arribo al poder.
Según un reciente comunicado de la propia FARC, el nuevo partido busca “cerrar para siempre la puerta a la violencia, y aportar a la construcción de una cultura democrática que se cimiente sobre los derechos humanos y el respeto por las ideas del otro…”
No obstante, luego de un dudoso procedimiento de dejación de armas y de entrega, muy parcial, de bienes en poder de la guerrilla, y si tomamos en cuenta varios ejemplos en la región de guerrilleros que han llegado al poder mediante elecciones democráticas -no todos positivos-, es difícil ser optimista.
Tomemos como primer ejemplo el caso del Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí, FMLN, en El Salvador, que ha mantenido la presidencia desde 2009. Es cierto que este es un país formalmente democrático y pacificado, lo cual se logró después de largas y difíciles negociaciones de un Acuerdo de Paz entre el gobierno y esa guerrilla que produjo más de 75.000 muertes en el marco de una cruenta guerra civil.
Pero es difícil afirmar que allí existe una verdadera y estable democracia. El FSLN se ha afianzado en el poder utilizando una política de persecución y ataque en contra de la oposición política y la empresa privada al estilo del gobierno castrochavista venezolano, con el cual se identifica ideológicamente y lo apoya explícitamente.
En Nicaragua, luego de que el sandinismo logró llegar al poder a través de los votos, la alternancia política dejó de producirse en el país. Por medio de argucias y trampas institucionales, el régimen autoritario de Daniel Ortega permanece anclado sin permitir un real ejercicio democrático.
En el caso venezolano hay que recordar lo que para nadie es un secreto: luego de llegar a la presidencia a través de los votos en 1999, el chavismo ha trabajado de diversas formas para destruir la democracia venezolana, controlando todas las instituciones para instaurar lo que ya todos reconocen como una dictadura feroz.
Es a partir de estos ejemplos de nuestra región que surgen dudas respecto al nuevo partido de la guerrilla colombiana. ¿Hasta qué punto es posible confiar en ellos y su nuevo discurso acomodaticio? Si bien es cierto que el arribo a la primera magistratura colombiana no es previsible en el corto plazo ni para las próximas elecciones presidenciales de 2018, no es descartable que pueda ocurrir en años futuros.
De hecho, según una reciente encuesta realizada por la conocida empresa Gallup, las FARC “superan en popularidad a las formaciones políticas del país”. Ellas “suman un 12 por ciento de apoyo popular”, mientras que “el conjunto de partidos colombianos apenas tiene un 10 por ciento” (http://www.notimerica.com/politica/noticia-colombia-farc-superan-popularidad-partidos-politicos-colombia-20170831155934.html)
Cabe entonces preguntarse ¿Hacia dónde se dirigirán las acciones de este nuevo partido?
Estoy de acuerdo con la opinión de una buena cantidad de analistas que creen que los ex guerrilleros de las FARC, una vez en el poder a través de elecciones, podrían seguir el rumbo trazado por el castrochavismo, con el cual tiene innegables coincidencias ideológicas, además de acuerdos que comenzaron apenas llegado Hugo Chávez a la presidencia, tales como el de seguridad de zonas de alivio en amplias áreas de la frontera venezolana y el del negocio compartido con el narcotráfico que ha sido beneficioso para ambos sectores.
Cierto que al nuevo partido colombiano le va a costar mucho liberarse del desprestigio que el modelo chavista tiene en amplios sectores de Colombia, por lo que su narrativa podría distanciarse por cuestiones estratégicas y porque esa nueva FARC tiene que hallar un nuevo discurso que conecte con las pobladas zonas urbanas colombianas, que es donde el descrédito de los guerrilleros es mayor, y siendo que es a esos ciudadanos a quienes deben convencer, si quieren crecer.
Ello explica el bombardeo de propaganda publicitaria que la FARC ha emprendido desde antes de convertirse en partido, sin ningún tipo de llamados o consignas revolucionarias, sino llenos de paz y amor, centrados en denunciar la corrupción y otros males de la democracia colombiana.
Siempre hay que darle un chance a la paz, como decía John Lennon, pero las experiencias vividas en la región nos ponen a dudar. Esperemos que el viaje del Papa Francisco en Colombia cumpla su objetivo y misión: promover una paz “estable y duradera” además de reconciliar a un país profundamente polarizado.