
Durante la comparecencia en una de las pocas tribunas internacionales que le quedan, en la más reciente Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), Nicolás Maduro, con un cinismo realmente sorprendente, haciéndose pasar por el gobernante más humilde, moderado y demócrata del hemisferio, agradeció el apoyo de los miembros del organismo al diálogo que, según dijo, él mismo había convocado y llevado a cabo, junto a Unasur, al papa, los expresidentes de España, República Dominicana y Panamá, con sectores de la oposición venezolana.
Como si fuera poco el descaro mostrado, se lució ante los presentes como el adalid de un diálogo que evidentemente ha fracasado, añadiendo que estaba seguro de que “más temprano que tarde esos diálogos coronarán con acuerdos que van a ayudar al fortalecimiento de la democracia, de la paz y de la estabilidad en nuestra amada Venezuela”.
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Paralelamente, en Venezuela, la cínica conducta presidencial fue seguida, como es ya costumbre, por sus principales funcionarios gubernamentales. Aristóbulo Istúriz, el recién defenestrado vicepresidente de la República, y ahora vicepresidente para el Socialismo Territorial y ministro para las Comunas, aseveró que el diálogo era la única opción que tenía el país para avanzar. El violento diputado a la Asamblea Nacional, Héctor Rodríguez afirmó, en inusual tono conciliador, que el sector oficial se encontraba dispuesto a abrir “nuevos caminos” para que el proceso de diálogo avanzara y que siempre han tenido la disponibilidad de discutir cualquier tema para lograr la paz en el país.
En la misma línea se pronunciaron, entre otros, el exministro para Interior, Justicia y Paz, Miguel Rodríguez Torres y el Defensor del Pueblo Tarek William Saab, quien aseguró que ya existen avances en la búsqueda de retomar el diálogo entre el gobierno y la oposición, lo cual ha sido negado por la mayoría de los miembros de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). De hecho, los principales dirigentes opositores no han aceptado las 21 propuestas planteadas a la oposición y al gobierno en la mesa de diálogo, por los mediadores o “facilitadores” internacionales del mismo, el pasado 19 y 20 de enero.
Ello explica, tal vez, que el expresidente de España Jorge Luis Rodríguez Zapatero, uno de los más importantes del grupo de facilitadores, llegara a reconocer en días pasados que entre el gobierno y la oposición venezolana había “diferencias insalvables” que hacían difícil retomar el diálogo.
Por supuesto, el gobierno se esfuerza en esta actitud cínica frente al diálogo que él mismo no cumple porque estratégicamente le conviene; él sabe perfectamente que es la única y última carta que le queda para medianamente sobrevivir en la comunidad internacional, más ahora que ha llegado Donald Tump a la presidencia de los Estados Unidos. Porque, ¿cuál gobierno, cuál presidente, cuál organización se atreve a oponerse al diálogo? Es que no sólo es cuestión de mandatos y principios internacionales, sino de pura y simple conveniencia.
De modo que los actores internacionales en general, apoyarán la posibilidad de diálogo hasta que ésta se agote.
Hasta el probable secretario de Estado del nuevo gobierno estadounidense, el aún no confirmado Rex Tillerson, aseguró durante la interpelación ante el Senado de su país, que Estados Unidos debería continuar “respaldando un legítimo diálogo que resuelva la crisis política entre el gobierno de Maduro y la oposición”.
El único que se ha atrevido a criticar ese diálogo, ha sido el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, quien sin tapujo alguno señaló que sus resultados, hasta el momento, han sido “negativos” ya que “ha servido para consolidar la estrategia del gobierno de que no hubiera un referéndum revocatorio el año pasado“, añadiendo con acierto que lo que se necesitaba en Venezuela era un diálogo político de alto nivel aunque el mismo –reconoció– era muy difícil realizarlo cuando los principales líderes de la oposición estaban, o podían llegar a estar, presos.
Así, pues, hasta que la actual farsa del diálogo (más bien de intentos de diálogo) no se agote totalmente, Nicolás Maduro y su “nuevo” gabinete gubernamental, reforzado ahora con el radical Tareck El Aissami, continuarán atrincherándose política e ideológicamente. A la vez, atacando a la Asamblea Nacional, reprimiendo a la oposición venezolana, y jugando el juego cínico en la mesa de diálogo auspiciada por el Vaticano y otros actores internacionales, incluido –así parece hasta ahora, pese a las expectativas contrarias que se crearon durante la campaña electoral– el nuevo gobierno republicano de Donald Trump.