Imposible dejar de tratar un tema que lleva semanas en la palestra pública de todo el hemisferio. Lo que está ocurriendo dentro del Mercosur parece una escena de opereta donde los actores se expresan cada uno por su lado sin mucho orden ni concierto: mientras Venezuela se auto nombra como presidente pro témpore de Mercosur, cargo que nadie le ha otorgado todavía a pesar de corresponderle según el mero acto protocolar que se repite cada seis meses con la presidencia rotativa según el abecedario; Paraguay pide revisión jurídica de la entrada de Venezuela al pacto; Brasil asegura que el país tiene un régimen autoritario y por tanto no asumirá la presidencia temporal del grupo pese al arrebato venezolano de atribuírsela por la fuerza; Argentina destaca que Nicolás Maduro no puede presidir el acuerdo mientras no cumpla con los requisitos ni demuestre que sabe cómo dirigir su propio país, al que aleja cada vez más de la democracia; y Uruguay intenta mantener una neutralidad incómoda, que lo lleva a insistir en el cumplimientos de las normas que le otorga a Venezuela la conducción provisional del pacto.
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Inclusive la obra operística ha derivado en un conflicto bilateral absurdo entre las cancillerías de Uruguay y Brasil, que han puesto en jaque las tradicionales buenas relaciones entre los dos países del cono sur. El impasse diplomático se inició por las declaraciones del ministro de Exteriores uruguayo, Rodolfo Nin Novoa, quien dijo que Brasil intentó “comprar” el voto de su país para evitar el traspaso a Venezuela de la presidencia del Mercosur. El descontento del canciller de Brasil, José Serra, no se hizo esperar y fue fuertemente expresado, al tiempo que su par de Argentina, Susana Malcorra, negaba que Brasil intentara comprar el voto de su país para que Venezuela no asumiera la presidencia pro témpore del Mercosur. Ante esto, varias presiones latinoamericanas y la cruda realidad comercial (Uruguay le vende a Brasil buena parte de sus productos, sobre todo los de valor agregado), el canciller uruguayo se retractó mediante un comunicado asegurando que hubo un “malentendido” y que no hubo intención alguna por parte de Brasil de incluir a Uruguay en sus negociaciones comerciales a cambio de evitar que Venezuela presida el bloque económico.
Todo ello pone ante los ojos de los connacionales de los países que integran el bloque económico del sur y del resto del continente, las fuertes contradicciones y polarizaciones existentes entre sus miembros, particularmente desde que el péndulo político regional cambió y ya los integrantes no comparten el proyecto ideológico neocomunista del mal llamado “socialismo del siglo XXI”. Además, evidencia el mal que le ha producido a esa organización mantener en su seno un régimen antidemocrático, fallido y díscolo como el venezolano que, para colmo, ingresó en el 2012 de una forma no del todo legítima. Es decir, cuando después de suspender injustamente a Paraguay del bloque por un supuesto golpe de Estado y sin consultarle, la solidaridad ideológica (y el amor a la chequera venezolana) de los entonces presidentes Cristina Kirchner de Argentina, Dilma Rousseff de Brasil y José Mujica de Uruguay permitieron el ingreso del régimen de Hugo Chávez como miembro pleno del grupo del sur.
Pero aún más, también lo anterior demuestra a quien quiera ver la patética inacción a la que ha llegado el Mercosur, que se halla sin presidente por primera vez desde noviembre de 1991, cuando el argentino Carlos Menen inauguró la dirección del acuerdo. Precisamente, esta paralización del que fuera considerado por muchos años el bloque de integración estrella, modelo, de América Latina, propició una reciente reunión urgente de alto nivel del Parlamento del Mercosur (Parlasur), que llamó al diálogo y consensos entre sus miembros. Aunque, a decir verdad, esta inacción no es nueva. El propio expresidente uruguayo “Pepe” Mujica, siempre tan defensor del chavismo, expresó en 2014 que Mercosur “está estancado”, y cuestionó que sus organismos de arbitraje “no funcionan”.
Puede que haya un avance en el Mercosur durante la primera reunión para ese diálogo ya pautada para el próximo 23 de agosto, en la que supuestamente los coordinadores que asistirán evaluarán los cumplimientos e incumplimientos de Venezuela del protocolo de adhesión al bloque. Ello a pesar de que las más recientes agresivas declaraciones del presidente Nicolás Maduro dejan poco resquicio a las negociaciones.
Nicolás Maduro aseguró que Argentina, Brasil y Paraguay constituían la “triple alianza golpista de ultraderecha” y que su país se declaraba en guerra para salvar al Mercosur. Pero algún avance se avizora en esa reunión porque ya la cancillería brasileña precisó que se evaluará “detenidamente” la situación venezolana bajo “la luz del derecho internacional” y que se mantendrá la “debida coordinación” con Argentina, Paraguay y Uruguay; además porque el propio vicepresidente de Uruguay en el Parlasur, Daniel Caggiani, afirmó que hay “una muy buena disposición del gobierno uruguayo para buscar una salida a esta situación de bloqueo político que existe en el Mercosur”.
Ahora, ¿aprovecharán de una vez por todas de expulsar o aunque sea suspender al régimen venezolano (que no significa toda Venezuela) del bloque?, o ¿se conformarán con aprobar una conducción colegiada del Mercosur como quieren Brasil, Argentina y Paraguay u otra opción para la presidencia provisional del grupo sin sacar a Venezuela del mismo?
Una expulsión o suspensión venezolana no se vislumbra al momento de escribir estas líneas. Pero en ese u otro encuentro próximo tendrán que tomar esa decisión y no sólo por la falta de aplicación de las normas comerciales por parte del gobierno de Maduro y por sus ostensibles actitudes antidemocráticas y posiciones radicalmente ideologizadas que sin duda representan un escollo para que el Mercosur avance en muchos de sus objetivos, sino también porque tener al gobierno venezolano en el Mercosur –aunque no sea asumiendo la presidencia pro tempore– no asegura un buen avance en las negociaciones con Europa. Y este 2016 es precisamente el año cuando, por primera vez, comienzan a allanarse las vías para el posible y anhelado Acuerdo de Libre Comercio entre Mercosur y la Unión Europea, una vez subsanados los problemas planteados por Francia. Esta oportunidad de cumplir un sueño que abrigan sobre todo los dos gigantes suramericanos Argentina y Brasil, no creo que lo dejen pasar.
Venezuela hoy por hoy es, bajo la conducción de Nicolás Maduro, el pupilo de Hugo Chávez, un verdadero estorbo, una molestia que impide por numerosas razones el buen funcionamiento del Mercosur y que avance hacia nuevas formas de integración. Es una verdadera piedra desintegradora en el zapato del bloque, de la cual hay que salir cuanto antes no sea que al Mercado del Sur le pase lo que le sucedió a la Comunidad Andina de Naciones (CAN).