
La más reciente encuesta de opinión del instituto Datafolha sobre el parecer de los brasileños respecto de la situación de su país, que en pocas semanas será sede de los Juegos Olímpicos y que vive la posible destitución de la presidenta electa Dilma Rousseff, no deja de sorprender, pues revela que muchas veces los pueblos están más atentos a las consideraciones que afectan su bolsillo que a cuestiones políticas e ideológicas, y que en estos menesteres no se puede pretender tener lealtades inconmovibles.
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Dicho estudio de opinión recogido entre el 14 y 15 de julio y publicado hace pocos días por la Folha de Sao Paulo, da cuenta de que el 50 por ciento de los brasileros desea que el presidente interino Michel Temer siga en el poder hasta las elecciones previstas para 2018, y ello a pesar de que la valoración de su gestión se ubicó en apenas 31 por ciento.
El gran país suramericano, que en la última década lideró el crecimiento económico en América Latina y que, al igual que la mayoría de las naciones de la región, se benefició de los altos precios de las materias primas en el mercado internacional, lo que llevó a muchos de sus conciudadanos a mejorar sus condiciones de vida, vive en la actualidad una enorme incertidumbre en el aspecto político a pocos días de la fecha en que deberá conocerse el destino de la presidenta Rousseff, suspendida de su cargo desde el 12 de mayo por acusaciones de presuntamente violar las normas fiscales durante el manejo del presupuesto federal.
La presidenta se defiende de las acusaciones argumentando que no cometió delito alguno y que la presunta manipulación de las cuentas no reviste carácter penal y ha sido una práctica muy utilizada por los presidentes, no solo de Brasil sino de otras naciones; Rousseff señala que el juicio en su contra es una farsa y llegó incluso a hacer semejanzas con el reciente intento de golpe en Turquía: “El intento de golpe en Turquía es preocupante. Un Gobierno elegido no puede ser derrumbado. Ni por la violencia ni por artimañas jurídicas”, afirmó en un mensaje que publicó en las redes sociales.
A raíz de esta suspensión, diversas voces se manifestaron en Brasil y el resto del hemisferio americano, tanto a favor como en contra de la medida decidida por el Congreso brasileño. Sin embargo, buena parte de los países ha preferido mantenerse en una cierta neutralidad, eso sí, resaltando la defensa del orden constitucional y las instituciones del gigante latinoamericano. Domésticamente, una de estas prominente voces fue la del ex presidente Luis Ignacio Lula da Silva, quien de inmediato cerró filas con su pupila y ahijada política, a quien defendió en su proceder en todo momento, no sin antes anunciar sus intenciones de lanzarse a la presidencia del Brasil en las próximas elecciones de 2018 como líder indiscutible del Partido de los Trabajadores.
Pues bien, y siempre según el sondeo referido al inicio de estas líneas, entre un 22 y 24 por ciento de los brasileños votaría por él para la presidencia en 2018; en gran parte porque durante sus dos períodos gubernamentales hubo bonanza económica. Pero a pesar de que Lula es el candidato mejor posicionado en los diferentes escenarios electorales actuales, esta ventaja se desvanece cuando se lo enfrenta a cualquiera de sus posibles rivales en una segunda vuelta, sea Marina Silva, la ecologista y su ex ministra del Ambiente y quien también encaró a Rousseff en 2014, o frente a Aécio Nunes, el otro candidato opositor a la presidenta suspendida y quien quedó en segundo lugar en las últimas elecciones.
Todo lo anterior demuestra que la opinión de los brasileños no se está decantando en la actualidad por criterios político-ideológicos, sino por la difícil realidad económica que están viviendo. Es evidencia además que tanto la mayoría del pueblo como de los empresarios están convencidos de la mala herencia económica que dejó el período de Rousseff, ciertamente uno de los peores en la historia del Brasil, y que aun con la pobre imagen del presidente interino Michael Temer, también salpicado por acusaciones de corrupción, el país empieza a respirar positivamente y por ello el 50 por ciento de los brasileños desea que culmine el período hasta las nuevas elecciones en 2018.
Tal vez ya esté ocurriendo en Brasil como en Venezuela, donde las lealtades políticas e ideológicas se disipan cuando la crisis económica llega al bolsillo y a la mesa de los votantes. En ambos países parece cumplirse aquél dicho popular que reza: “Amor con hambre no dura”.