EnglishLa defensa y lucha en contra del terrorismo, en particular el yijadista, ha pasado a ser nuevamente un tema prioritario de la agenda internacional occidental, luego de los múltiples atentados del grupo Estado Islámico (EI) en París, el pasado 13 de noviembre, y su amenaza a todos aquellos que no piensen como ellos en cualquier parte del mundo.
De hecho, en una medida poco vista en Francia y que sólo se ha utilizado tres veces desde 1848, el presidente francés, François Hollande, se dirigió al Parlamento de su país, en sesión conjunta, donde indicó sin tapujo alguno que Francia estaba en guerra, lo cual puso en evidencia lanzando 30 bombardeos contra Al Raga, el bastión de EI en Siria.
De allí, también, que en forma unánime, los 28 países de la Unión Europea apoyaran la petición francesa de activar la cláusula comunitaria para la defensa colectiva, en específico el artículo referido a que si un Estado miembro es víctima de una agresión en su territorio, los demás le deberán ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance, de acuerdo con el artículo 51 de las Naciones Unidas.
Ahora, por más lejos que estemos de los acontecimientos actuales, ninguno de los países latinoamericanos escapa de los efectos negativos que produce el terrorismo islámico. En el caso de Venezuela, sus múltiples identidades como país occidental, petrolero (en particular como abastecedor de EE.UU.), como país ubicado en el continente americano y en una posición geoestratégica importante, hacen que se convierta en un foco de atención terrorista, especialmente para atacar desde su territorio a Norteamérica y otros objetivos.
Si bien no existen pruebas contundentes sobre la presencia del grupo EI en América Latina, son crecientes las sospechas de que sí ha penetrado la región. No es casual que en días recientes el Gobierno de Trinidad y Tobago haya fortalecido sus medidas de seguridad con la ayuda de los EE.UU. para responder a posibles ataques terroristas por parte de miembros del Estado Islámico, ante la constatación de que varios trinitenses se unieron a la causa del grupo terrorista.
Además, según la Oficina Antiterrorista estadounidense, al menos dos redes terroristas ligadas al grupo Hezbolá vienen operando en la región desde hace años, y en particular, en la isla venezolana de Margarita.
Nuevos programas estratégicos de política exterior son fundamentales si los latinoamericanos queremos sobrevivir en esta “Tercera Guerra Mundial”
La dimensión de los recientes ataques islamistas exigen definiciones: ya no hay cabida a la ambigüedad y la neutralidad. Venezuela y demás Gobiernos latinoamericanos deberían tener como tema y objetivo prioritario de su política nacional y exterior la lucha sin tregua contra el terrorismo.
Sin embargo, lamentablemente, eso no es así. Si bien a raíz de la ofensiva del EI en Francia y otros países, varios Gobiernos —incluido el de Nicolás Maduro— han rechazado los actos radicales, la lucha antiterrorista no ha pasado a ser realmente prioritaria en sus agendas de seguridad. De Latinoamérica y el Caribe se requiere no sólo disposición a colaborar —esencialmente en labores de investigación e inteligencia—, sino posturas inequívocas y activas de rechazo al terrorismo.
Nuevos programas estratégicos de política exterior para estos tiempos de amenaza terrorista global son fundamentales si los latinoamericanos queremos no sólo sobrevivir en esta “Tercera Guerra Mundial”, como la ha denominado el papa Francisco, sino formar parte e influir en su tránsito y desenlace, de acuerdo a nuestras potencialidades y posibilidades reales.
De nuevo, en el caso particular venezolano, es perentoria la necesidad de cambiar la política exterior que hasta el momento ha llevado el régimen castrochavista, la cual ha respondido a sus intereses políticos e ideológicos, y no a los verdaderos intereses de Venezuela como Estado-nación.
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El nuevo escenario mundial planteado, en el que EE.UU. y Europa, en compañía de una amplia coalición mundial, han declarado la guerra a los terroristas islámicos, hace más necesario y urgente que nunca que Venezuela tenga una política antiterrorista clara, realista y coherente.
Cierto, es difícil que eso suceda bajo el gobierno de Nicolás Maduro, pero el resto de la comunidad internacional, en especial la continental, deberían presionarlo y llevarlo a ello, así como lo están haciendo en la actualidad para que realice elecciones libres y transparentes con observación y control internacional.