
EnglishEl tiempo se ha convertido en un pesado lastre para las negociaciones de paz en Colombia que se adelantan en La Habana, Cuba. Han pasado dos años y medio desde que comenzaron los diálogos de paz entre el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y pareciera que la población colombiana comienza a desesperar por la falta de resultados concretos, mientras que los enemigos del proceso avanzan lentamente. Según la más reciente encuesta bimestral de Gallup, en el mes de abril el apoyo de los colombianos al proceso de paz se redujo 17 puntos (de 69 % a 52 %) con respecto a la anterior medición.
No les falta razón a quienes desesperan. Si bien es cierto que todos los procesos de negociaciones para finalizar un conflicto tan severo son complejos, lentos y pasan por etapas difíciles, el problema con el colombiano es que no se le ve salida ante la posición nada clara ni firme de los guerrilleros, quienes además están perdiendo credibilidad aceleradamente. Incluso, una buena mayoría de colombianos y de actores internacionales también, ya están dudando de que en el caso que se lleguen a los acuerdos previstos, éstos sean realmente respetados por la guerrilla.
Esto amenaza con destruir no solo los acuerdos que hasta el momento se han logrado (tres acuerdos preliminares de los cinco puntos de la agenda pactada), sino, lo que es peor, la confianza que hasta el momento ha depositado la ciudadanía en el presidente Santos y en su capacidad de llevar a feliz término la empresa iniciada. Cabe recordar que Juan Manuel Santos logró su segundo mandato montado sobre la ola del proceso de paz para su país. Convenció a los colombianos de que esta vez sí sería logrado el acuerdo y que su estrategia de conversar con la guerrilla mientras se la combate en el terreno era la mejor opción para el triunfo.
Sin embargo, dos años y medio de conversaciones en la comodidad de los hoteles de La Habana, donde los jefes guerrilleros han venido ganando una suerte de legitimidad, parece que comienzan a desdibujar las esperanzas colocadas en la capital cubana para el logro de la paz que busca Colombia desde hace más de cinco décadas. Especialmente desde el pasado 15 de abril cuando la FARC protagonizó —en medio de las conversaciones de paz— la masacre del Cauca, en la que resultaron asesinados a mansalva once soldados del ejército colombiano, el grupo terrorista empezó a dar más muestras visibles de no querer llegar a la paz sino bajo sus propios términos. De allí que pese a que los jefes guerrilleros han tratado de desmarcarse de los hechos del Cauca, asegurando que no fueron los responsables y que harán las averiguaciones pertinentes para aclarar lo sucedido, pocos creen en sus palabras.
Nota del Editor: Advertencia, imágenes fuertes. Se recomienda discreción.
Algunos analistas que se precian de conocer bien a las FARC, señalan que esa masacre no fue organizada por la plana mayor del grupo –la cual sí quiere un acuerdo de paz con el Gobierno—, sino por parte de grupos disidentes que existen dentro de las propias filas de la organización, quienes no ven con buenos ojos que la guerra llegue finalmente a término. Pero la mayoría de los colombianos piensa –y la presunción no es descabellada— que fueron los propios dirigentes guerrilleros que están sentados en la mesa de diálogo quienes orquestaron este repudiable evento, tal vez buscando con ello obligar al gobierno a un cese bilateral del fuego, a lo que éste se ha negado reiteradamente.
Este creciente malestar no se siente sólo en el mundo civil, por cuanto ya son muchos los analistas que señalan la cada vez más evidente desmoralización en el seno de las Fuerzas Armadas, fundamentalmente la tropa, que se ha sentido abandonada de sus mandos superiores y sin el apoyo necesario para su peligrosa labor. No hay que olvidar que la masacre del Cauca se produjo por la decisión presidencial de suspender los bombardeos aéreos, como una forma de acompañar el supuesto cese al fuego unilateral por parte de las FARC. Y fue esto precisamente lo que hizo posible el asesinato en masa de los soldados.
Después de la masacre del Cauca a mediados de abril, el presidente Santos utilizó las más fuertes palabras para recriminar el sangriento suceso y exigió al grupo guerrillero no sólo reconocer sus delitos y pedir perdón por el ataque, sino también dar muestras verdaderas de paz e imponer celeridad en las negociaciones, al tiempo que anunciaba la necesidad de poner plazos a los diálogos de La Habana. Pero ante sus exigencias, la FARC tan solo respondió con una carta abierta en la que aseguran que “la consecución de la paz no se logra con cronómetro en mano” y que la única forma de acelerar el proceso es “evacuando temas”.
Es evidente que las negociaciones se encuentran en un estado crítico. Ello tiene muy preocupado al presidente, que ve como su capital político se deteriora
Luego de iniciado el ciclo 36 de la negociación en Cuba, la guerrilla hizo una serie de exigencias para poner fin al conflicto armado que para muchos solo buscan alargar el proceso negociador. Entre esas exigencias destacan: que el gobierno colombiano desclasifique los archivos secretos de la lucha contrainsurgente; que una posible Comisión de Esclarecimiento de la Verdad no debería funcionar como órgano judicial sino como un mecanismo extrajudicial de investigación, esclarecimiento y sanción; que se cree una asamblea constituyente para lograr “una paz creadora y reparadora”; y que el Gobierno inicie formalmente las negociaciones de paz con la otra guerrilla colombiana, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el mismo que hace pocos días exhibió públicamente en un colegio la pierna amputada de un militar por la explosión de una mina, lo que provocó la indignación y el repudio de los colombianos.
Ese ciclo de conversaciones finalizó el pasado 8 de mayo con un llamado de las FARC al Gobierno a desmontar de forma efectiva el paramilitarismo y sin acuerdo sobre reparación de las víctimas, tema sobre el cual llevan meses debatiendo. Es evidente que las negociaciones se encuentran en un estado crítico, el cual ha sido reconocido por ambas partes. Ello, sin duda, tiene muy preocupado al presidente Santos que ve cómo su popularidad y su capital político se deterioran en forma acelerada, como bien lo demuestran las dos rechiflas que ha recibido recientemente, una en Bogotá y la otra en Medellín. Y aunque señale que prefiere la paz a una buena opinión sobre su gestión, el mandatario sabe que no puede bajar el tono ahora y mucho menos conceder el cese bilateral del fuego que quieren las FARC.
Sabiendo que el sol comienza a darle en la espalda sin que el mayor de sus objetivos tenga concreción a corto plazo, lo cual pone en serio riesgo su capital político y el legado de la paz que pretende dejarle a su país, un desesperado Juan Manuel Santos hasta ha buscado un acercamiento con su antiguo mentor, el ex presidente Álvaro Uribe, después de más de cuatro años de dura confrontación entre ellos. El deshielo apenas comienza pero es significativo que tras el primer encuentro privado con el senador Uribe, el enviado del presidente Santos —el ministro de la Presidencia, Néstor Humberto Martínez— haya declarado a la prensa que “el presidente Uribe no se opone a la paz, no hay enemigos de la paz”. Santos vuelve a necesitar a Uribe para su carrera política; ha tenido que bajar la cabeza porque sabe que es el único que lo puede ayudar en este atolladero en el que se metió.