English Dos episodios recientes demuestran, una vez más, cómo la izquierda no democrática latinoamericana, aunque mermada después de la muerte de Hugo Chávez hace un año, aun mantiene influencia regional e internacional. Se trata de las elecciones presidenciales en Colombia y de la celebración en Bolivia de la Cumbre del G-77 más China, ambos eventos llevados a cabo el pasado domingo 15 de junio.
En efecto, la victoria de Juan Manuel Santos en la segunda vuelta de los comicios colombianos se debió, en gran parte, a los votos de la izquierda de su país en todo su amplio espectro, desde la más moderada hasta la más radical. El apoyo de Clara López, excandidata presidencial por el Polo Democrático en la primera vuelta, así como del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, fueron cruciales para aumentar considerablemente la votación en la capital colombiana. También se unieron a la campaña santista la exsenadora Piedad Córdoba, una de las principales opositoras de izquierda, y Antanas Mockus, contendor de Santos en 2010. Un sector importante del partido verde, que llevó abanderado para la primera vuelta presidencial, igualmente se unió a la campaña de Santos.
Pero el ahora reelegido presidente no solo logró el apoyo en la izquierda que hace vida política y democrática, la de los diversos partidos políticos, sino también de aquella al margen de la ley, en particular la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), a quien le interesa continuar con el proceso de paz que se lleva a cabo en La Habana, Cuba; un proceso sin condiciones muy limitantes para ella. De allí que el propio expresidente colombiano Álvaro Uribe (2002-2010), hoy senador electo por el Centro Democrático, manifestara al ejercer su voto el día de las elecciones que lo hacía en parte “con tristeza”, porque en algunas regiones del país supuestamente se habían registrado acciones de las FARC y de bandas criminales “que amenazan con masacres a los votantes de Zuluaga y con fusiles obligan a las personas a votar por el candidato presidente Santos sin que él pronuncie ni una sola palabra”.
Es cierto que el jefe de las FARC, Rodrigo Londoño, alias “Timochenko”, invitó a votar en blanco en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, pero en la práctica estos votos disminuyeron con respecto a la primera vuelta electoral. A la par, justo antes de la segunda vuelta, lanzó la curiosa propuesta de crear “un frente opositor de ideas progresistas que incluya a la insurgencia y pueda formar coalición con el presidente que resulte elegido en los comicios del 15 de junio”. Es obvio que con el único que podría formar coalición es con el presidente Santos, quien se ha mostrado más abierto, menos duro, hacia ese grupo subversivo y hacia la izquierda partidista en general. Al ganar la elección, Santos afirmó sin tapujo alguno que gobernará hasta 2018 y lo hará con la izquierda, que lo ayudó a ganar las elecciones más disputadas de las últimas décadas bajo la bandera de la paz.
El otro episodio que recientemente puso en evidencia el poder —debilitado pero aun presente— de la izquierda latinoamericana fue la Cumbre del Grupo de los 77 más China (G77+China) celebrada en Bolivia, cuyo presidente, Evo Morales, ejerce la presidencia pro témpore de esta instancia internacional. Durante esa cumbre que se desarrolló en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, fueron aprobadas por consenso dos resoluciones, una de ellas para la conformación de un Instituto Descolonizador en pro del desarrollo integral de los pueblos del hemisferio Sur, y la otra en apoyo a Venezuela. Los 133 países que integran el G77+China respaldaron con contundencia la posición de Venezuela en la defensa por su soberanía ante los supuestos continuos ataques del gobierno de Estados Unidos y sus aliados.
Es más, durante un acto con movimientos sociales celebrado antes de la inauguración de la Cumbre del G77, Maduro recibió el encendido apoyo de los presidentes de Cuba, Raúl Castro; Bolivia, Evo Morales; y Ecuador, Rafael Correa, quienes denunciaron que el régimen bolivariano de Venezuela era víctima de una campaña “imperialista” y de ataques por parte del gobierno estadounidense de Barack Obama para provocar una intervención en Venezuela. Incluso, en la que fue su primera asistencia a un evento exterior en meses, el presidente Nicolás Maduro denunció ante el secretario general de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, que “hay una mano americana” tras la crisis y las protestas sociales que enfrenta su país.
Que a estas alturas del cuento “revolucionario” —luego de evidenciar durante los primeros 14 años del siglo XXI su talante autoritario, neocomunista y destructor— la izquierda latinoamericana claramente no democrática aun tenga audiencia y cierta influencia regional y mundial, es inconcebible. Que todavía las democracias representativas y socialistas les hagan el juego, es más incomprensible. La política de “dejar hacer, dejar pasar” se viene pagando y se continuará pagando muy caro en términos de democracia continental.